Por Javier Felcaro
Un año bisagra de la historia de la humanidad encuentra a los oficialismos gobernando en un contexto de crisis sanitaria y económica todavía imposible de cuantificar y a las oposiciones buscando, en algunos casos a los codazos, su lugar en un escenario completamente inestable.
En la Argentina las instituciones funcionan a pleno (la calidad sí es un punto a discutir), la alternancia política cimentó sus bases con el correr de los años y, en los últimos meses, toda medida adoptada por la Casa Rosada en plena pandemia de Covid-19 pudo ser impugnada en cualquier ámbito.
Incluso la reforma judicial, uno de los detonantes de la movilización opositora de ayer, empieza a desandar un camino legislativo que dista de garantizar el éxito del oficialismo (cuyo sentido de la oportunidad también fuerza un debate).
Pero el estado de rechazo permanente pareció obrar como un bumerán para el espacio opositor, que cuenta con varias herramientas para hacer valer sus posiciones en un marco democrático.
Si bien permitió blindar su núcleo duro, el llamado a participar de actividades colectivas que contradicen las medidas sanitarias vigentes también expuso con mayor nitidez las diferencias en el macrismo, donde varios dirigentes, en especial los que tienen responsabilidad de gestión, se despegaron de toda acción que ponga en peligro la salud de los ciudadanos.
Es cierto que se acerca un 2021 con impronta electoral, aunque la cita concreta en las urnas todavía luce lejana. El aquí y ahora quema.