La oposición anda floja de papeles
Reflexiones, por Oscar R. González. Es un lugar común decir que la ciudadanía,
enfrentada al episodio electoral, ya no vota programas escritos sino imágenes, figuras,
percepciones individuales que le sugieren los candidatos. Ese universo imaginario valdría más que
mil palabras, al punto que se calcula la intención de voto que lograría capturarse con cada
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9 de junio 2009 · 01:00hs
Es un lugar común decir que la ciudadanía, enfrentada al episodio electoral, ya
no vota programas escritos sino imágenes, figuras, percepciones individuales que le sugieren los
candidatos. Ese universo imaginario valdría más que mil palabras, al punto que se calcula la
intención de voto que lograría capturarse con cada segundo de propaganda televisiva. Lo que
equivale a reconocer que quien más dinero dispone para pagar los precios siderales de esos espacios
tendría las mayores probabilidades de triunfar.
Esta tendencia se habría acentuado con la crisis de representatividad de los
partidos ahora que las siglas políticas tradicionales y los escudos que las identificaban ya no
concitan la adhesión de núcleos duros de votantes cautivos. De ahí que en el cuarto oscuro
proliferen nuevas denominaciones y logotipos diversos en un intento por recomponer una oferta
atando las hilachas de fuerzas políticas otrora relativamente homogéneas.
Sin embargo, cabe preguntarse si a la sociedad le son indiferentes los programas
y propuestas y, más aún, hasta qué punto una imagen construida por obra del marketing político
ampliamente difundida en los medios es capaz de reemplazar el sentido de compromiso que tiene el
mensaje político. Porque, si bien son pocos los votantes que leen las plataformas de los partidos
(después de que fueron reiteradamente ignoradas por la generalidad de los postulantes que llegaron
al gobierno), hay, sin duda, una valoración social de los dirigentes vinculada a las concepciones
políticas que sustentan, por más que en muchas ocasiones los propios candidatos las oculten.
Eso sucede cuando en cada gesto de la oposición asoma la obturación de las
iniciativas oficialistas de incuestionable sentido progresista, desde la recuperación del sistema
previsional y la movilidad de las jubilaciones hasta el naciente proyecto de ley de servicios de
comunicación audiovisual. Sin hablar de esas propuestas opositoras de modificación de las
retenciones a las exportaciones agropecuarias —que llevarían al desfinanciamiento del
Estado— o de la intención de bloquear el ingreso de Venezuela al Mercosur, un disparate en
términos económicos, políticos y diplomáticos convertido en consigna de campaña de muchos que
apoyaron su ingreso en el 2007. Con lo cual tanto la oposición panradical como la produhaldista
refuerzan la certeza, ya evidente desde el conflicto sojero, de que les da lo mismo cualquier
propuesta, aunque traicione los idearios fundacionales de los viejos partidos populares, con tal de
fustigar al gobierno.
Este oportunismo, que llevó hacia un imparable desplazamiento a la derecha de
muchos dirigentes, ha terminado por vaciar de contenido un discurso opositor que calla o no se
atreve a asumir el verdadero dilema: un Estado como instrumento de los grandes grupos de poder y la
política como medio para dotar de consenso a las prácticas de concentración de la riqueza y el
capital —con flexibilización laboral, desempleo estructural y exclusión— o, por el
contrario, una propuesta plural y un modelo como el que está en marcha, que disputa la hegemonía
política para recuperar la centralidad del trabajo, la producción y la movilidad social. Para todo
lo cual es preciso asegurar, ante todo, el rol protagónico del Estado.
(*) Dirigente socialista. Ex secretario general del PS