Informarnos, entrar en contradicción, discutir, aprender, abortar, acompañar a abortar, pelear a los gritos, marchar, organizarnos, compartir, colgarnos pañuelos verdes, soportar comentarios desagradables en nuestra contra y, finalmente, escribir sobre todo eso fue durante estos últimos años una batalla cotidiana para muchas mujeres.
Ni heroísmo ni victimización: lo vivimos como un deber, militancia, un derecho a conquistar y hoy que contamos con ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, lo celebramos. Y lo digo en plural porque no cabe acá la primera persona. La lucha fue colectiva y la fiesta también.
Pero, hay que tener en claro que la pelea sigue: la Educación Sexual Integral (ESI) es una de las tantas que quedan pendientes. Lo sabemos las “verdes” y deben saberlo también quienes creen que hasta ahora esta marea fue una “moda”, un “capricho feminista”, una obstinación de mujeres de clase media o una posición de “aborteras”.
No, esto es personal, y por lo tanto es político, bien político (como dijo allá por la década del 70 la feminista Carol Hanish). Desde hoy pretendemos que no haya nunca más una nena obligada a ser madre, o una joven o una mujer condenada a abortar en la clandestinidad.
Esta lucha viene a cambiar las cosas, a sumar derechos civiles y libertades. Para dejarlas como están tenemos desde hace décadas a la jerarquía católica y evangélica y a muchos políticos, médicos y educadores conservadores.
A esta ley la conseguimos entre miles. La mayoría jóvenes. Y muchas mayores, como las históricas militantes de la Campaña Nacional por el Derecho por el Aborto, Legal, Seguro y Gratuito; las primeras en acomodarse ayer con sus reposeras, frente a la pantalla, en una plaza San Martín aún asfixiante y solitaria, para bancarse la vigilia hasta el final.
La conseguimos por las que repensaron su posición gracias a sus hijas e hijos, por las que la negociaron, por las que ya habían peleado por una ley de cupos para que ayer en la Legislatura se oyeran más voces de mujeres.
A esta ley la conquistamos también por unos cuantos varones: parejas, compañeros de trabajo, médicos, ministros y un presidente, entre otros, que creó nada menos que un Ministerio de Mujeres, Género y Diversidad, le dio recursos y mandó a elaborar un proyecto.
Se la debíamos a esta ley a todas las que quedaron con heridas de por vida, a las que murieron solas y maltratadas y las que sufrieron cárcel por un embarazo no deseado.
Y finalmente logramos esta ley para las que vienen, como Ramona, la hijita de una amiga, que aún no cumplió un año pero ayer estuvo en la plaza a pura sonrisa como si supiera que este derecho también es para ella.
Seguiremos informándonos, entrando en contradicción, discutiendo, aprendiendo, peleando a los gritos, marchando, organizándonos, compartiendo, parando, colgándonos pañuelos y escribiendo. Pero hoy celebramos, la fiesta es de todas.