El pensamiento es unificación de lo disperso y es un intento por universalizar nuestra experiencia. Lo elaboramos. Y expresamos con palabras. Pero ante todo, a esa dispersión de cosas y fenómenos -que es nuestro medio como seres vivos y que es como se nos presenta nuestra realidad exterior inmediata-, debemos percibirla con nuestros sentidos. Percepción que comienza a ser ya, organización de nuestras sensaciones. Lo que da origen a imágenes en nosotros; es decir, a representaciones mentales de lo percibido que permiten a nuestra memoria retener y repetir más tarde en la conciencia, la situación pasada.
Representaciones que son mentales, en tanto que mediadas por un cerebro y designadas por un nombre; mediación y nominación que nos permite responder después a situaciones similares.
Todo lo cual es experiencia; no todavía pensamiento. Para que lo haya se requiere de las formas lógicas del juicio, del concepto, del razonamiento.
Hay sí, experiencia; basta para ella con que situaciones similares se sucedan y que vayamos mejorando, con su reiteración, nuestra respuesta a ellas. Pero a eso también lo aprende una rata en el laberinto experimental; y no creemos que por eso piense.
No hay todavía pensamiento… que pueda conducirnos a un conocimiento de la realidad propiamente racional. El de una conciencia (consciente de sí) como la nuestra que no se reduce al aquí y ahora ni al estrecho ámbito de la subsistencia.
La operación lógica de pensar acerca de alguna cosa consiste, recién, en ir formulando juicios a su respecto que vayan determinándola, en sus diversos aspectos y según las distintas perspectivas. Determinaciones, algunas de las cuales no pueden faltar sin que ella deje de ser lo que es. Se trata de las que constituyen su esencia y que encuentran su correlato lógico en el concepto. Se advierte que a despecho de la concepción clásica, no es éste lo primero sino que lo es la percepción y su determinación por juicios lo que nos conduce recién, al concepto de la cosa.
Pero dicha serie, aun refiriendo a la multiplicidad de las apariciones de la cosa, no deja de responder a un principio de unidad. Se parte de dicho principio y se llega a la esencia pasando por las determinaciones intermedias que relacionan al contener a ambos: principio de unidad y esencia; es decir, que hay ya aquí un razonamiento implícito. Concepto que a su vez se explicita en la definición, la que servirá de premisa para ulteriores conclusiones.
En cuanto al fenómeno -asimismo en tanto pensado- requiere sea descripto y explicado su proceso. Y otra vez: multiplicidad y unidad, porque “la explicación unifica lo que la descripción dispersa”.
Ello, expresado en el lenguaje que lo signifique, transmita y conserve; es así como –a la par de la verificación empírica- ha avanzado el pensamiento moderno orientado al conocimiento y a su aplicación. Entonces ha sido el pensar para conocer y el aplicar el conocimiento para transformar el medio (natural) en un mundo social y cultural, recién, experiencia específicamente humana.
Ha sido por eso preciso, reiteremos, hacer de la realidad un tejido de relaciones que vinculen cosas y fenómenos a partir de preguntarnos qué son y cómo se manifiestan.
Es que nuestra conciencia al conocer se reconoce… es la inteligencia, que se refleja en lo que ella misma ha hecho inteligible. En tanto que el espíritu encuentra su objetividad en la cultura, esa que una sociedad humana comparte y transmite.
Sondeamos en las cosas buscando una esencia; en los fenómenos, una explicación de sus causas. Constituimos así, de una realidad sensorialmente percibida, relaciones y significaciones. De modo que nuestra vida no se reduzca a la irritabilidad de un protoplasma.
Sin embargo para nosotros mismos –conciencia consciente de sí–, no hay esencia. Sólo hay el movimiento de realizarnos interminablemente afuera, con nuestra actividad. Ni siquiera nos es dado descansar en los resultados de lo que hicimos. Pero es que en esto precisamente consiste nuestra libertad: en no ser ni la materialidad de nuestro cuerpo ni una conciencia que no es más que función cerebral… ni en poder completarnos en esa esencia exterior que nuestra mente traza afuera.
Vacíos, tanto adentro como afuera, sólo nos amerita el esfuerzo por trascendernos. Pero también al intentarlo, la libertad de elegirnos.