Por Orlando Vignatti (*) / La Capital
Por Orlando Vignatti (*) / La Capital
Diabólicos y sin contemplaciones, tienen un cometido y han venido a perpetrarlo. Hace algunos
años hicieron cabeza de playa en un círculo elitista, una minoría que se entregaba, porque podía, a
sus devastadores efectos. Hoy, estas criaturas que han ascendido desde el hades de la barbaridad
humana, han proliferado. Se han reproducido de tal forma que es una epidemia que destruye cerebros,
órganos, inutiliza la capacidad creativa y procreativa del ser humano, y destruye no sólo a quien
cae presa de sus garras, sino a todo el entorno que aprecia a la víctima. ¿De qué estoy hablando?
No hace falta que lo aclare demasiado. El título de mi reflexión creo que es bastante ilustrativo,
pero para ser más explícito lo diré: cocaína, marihuana, ácidos (como el lisérgico), heroína,
cócteles de alcohol y psicotrópicos, pegamentos, paco y ¿para qué seguir?
Las estadísticas en cuanto a tráfico y consumo de drogas en nuestro país, y en la propia
provincia de Santa Fe, son escalofriantes. Y las sospechas (que para algunos ya no son tales) hacen
temblar la esperanza de más de un optimista consumado. Pareciera que ya no se trata de bandas y
carteles que actúan con riesgo. No, se trata de estructuras que gozan del favor de cierto poder,
algunos de cuyos representantes, según dicen, alardean un combate a la droga, pero en realidad esto
no es más que “cháchara para los perejiles”, porque bajo la rambla del escenario social
“pasa la merca mientras ellos miran para otro lado”, como dicen algunos. El
narcotráfico no puede existir si no con la complacencia de ciertos sectores poderosos.
Esto trae a la memoria la historia contada por algunos viejos y honestos policías respecto de
un famoso cruce de rutas, en donde la parada policial secuestraba “cada dos por tres”
algunos kilos de mercancía, pero los “héroes”, por otro lado, dejaban pasar la
tonelada. ¿Habrá sido así? De otras formas, ¿no seguirá ocurriendo lo mismo?
Hay quienes se atreven a decir, en el marco de tan preocupante tema, que hay incluso
personalidades excesivamente efusivas, parlanchines y amigas de las luminarias, de mucho discurso,
pero de efecto escaso. Bueno, en este país y en otros suelen existir, y no es novedad.
Cuando observamos que todo un Ejército de terroristas, como las Farc, están al cuidado y la
comercialización de la droga y son propietarios de miles de hectáreas sembradas con coca y amapola,
y cuando se concluye que no sólo una Nación no puede con este mal que además secuestra, tortura y
mata, sino que algunos gobiernos le prestan apoyo, no puede si no decirse que la lucha contra el
narcotráfico es bien difícil.
La única forma exitosa de combatir el flagelo de la droga es aquella en la que el Estado pone
énfasis en la prevención y la cura. Por eso las nuevas autoridades provinciales deberían de manera
urgente poner en práctica dos planes de acción importantes: por un lado una permanente campaña de
educación sobre el peligro que constituye el consumo de droga, no sólo para la persona, sino para
el entorno. Hay que crear una cultura del abstencionismo y ésta será la única forma de malograr los
negocios de un sector que logra abultadas ganancias a costa de la vida de miles de seres humanos.
Por otra parte, y esto es determinante, en cada cabecera de departamento, y en las
localidades y ciudades más importantes de la provincia, hay que asentar, de manera urgente, centros
de rehabilitación para las adicciones en general, de manera que aquellos que han sido presas de una
patología tan desgraciada, tengan la oportunidad de recuperarse. Es más, y ya que quienes nos
gobiernan son de ideología socialista, podría solicitarse la asistencia de médicos cubanos para que
juntos con los nuestros implementen programas de asistencia. He tenido la oportunidad, por haber
sido invitado, de conocer los centros de Holguin y La Pradera, en Cuba, en donde los profesionales
(que no ganaban por entonces más de 40 o 50 dólares al mes) han hecho un trabajo estupendo.
Esto no implica, por supuesto, no avanzar en la lucha policial y no policial contra el
narcotráfico. Santa Fe debería ser ejemplo de “tolerancia cero” en materia de tráfico.
Pero esta lucha ya no puede ser encarada con los mismos esquemas y con los mismos recursos humanos
que hasta hoy existieron. Hay que despejar las dudas sobre “el compromiso” y la única
forma de lograrlo es creando organismos regionales, a cargo de personas altamente reconocidas por
su honestidad, compromiso y conocimiento.
Sin ninguna duda, también, los legisladores nacionales o el propio gobierno nacional deberán
modificar una ley que, pareciera, lejos de combatir el narcotráfico lo fomenta. En este sentido, es
hora de que cada provincia tenga autonomía en tal aspecto, porque tal como está la estructura legal
despierta más sospechas que otra cosa.
Droga y narcotráfico son, sin dudas, la fuente de otros numerosos delitos que tienen a mal
traer a la sociedad y a la que hay que ponerle punto final.
(*) Presidente del Comité Editorial del diario La Capital