El sello estampado en la vieja libreta de enrolamiento, exactamente el 11 de
marzo del año 1973, que da testimonio del voto, es testigo de una época impregnada de valores
intelectuales y más sólidos principios morales. Es cierto, nadie estaba revestido de santidad, pero
a muy pocos, por entonces, se les hubiera ocurrido entregarse a tanta mediocridad, a tanto
desencuentro, a semejante mezquindad como la que hoy campea, y a tanta ausencia de planes,
programas y propuestas para sacar de la angustia a una multitud de pobres de gran pobreza y de todo
tipo, que es el paisaje cotidiano en esta tierra tan rica con almas tan humilladas y sometidas.
En el mes de febrero del año 1973, los jóvenes de aquella generación idealista y
comprometida, tenían ante sí un diverso espectro ideológico político y un abanico de dirigentes que
daban garantía, al menos, de cierta responsabilidad en la conducción del destino de la Patria y sus
hijos. Nombres como Oscar "El Bisonte" Allende, del Partido Intransigente; Jorge Abelardo Ramos, de
la Izquierda Popular (uno de los intelectuales más lúcidos de la época en opinión de quien esto
escribe); Ricardo Balbín; Deolindo Felipe Bittel, del peronismo o Héctor Cámpora del mismo partido;
Ghioldi, Bravo, Martínez Raymonda, concedían esperanzas, a pesar de sus errores, de sus diferencias
ideológicas, de una Patria posible, de una felicidad alcanzable. Desde luego, volaban entonces como
sellos garantes de una escuela en la que se habían formado, las figuras de hombres de la talla de
Arturo Frondizi, Humberto Illia y tantos otros.
Por aquella época, en que los trabajadores argentinos bregaban por mejoras en la
calidad de vida, y no por una caja Pan o un Plan Trabajar como debieron hacerlo después (gracias al
programa perverso instaurado por la laya de dirigentes que hoy siguen en la escena), un hombre con
cuyo pensamiento y acción se puede estar de acuerdo o no, Juan Domingo Perón, pero de cuya
inteligencia y dotes de estadista no se puede dudar, preparaba su retorno a la Patria. En su mente
ya estaba arraigada la idea de desterrar en su Movimiento y en la Nación una suerte de costumbre
nacional: el desencuentro, el enfrentamiento. Por eso cambió drásticamente uno de sus apotegmas o
verdades. Diría el nuevo Perón: "Para un argentino no hay nada mejor que otro argentino". Esa
prédica la rubricó su histórico adversario, Ricardo Balbín, quien en un discurso memorable conmovió
al pueblo argentino al despedir los restos del ex presidente llamándolo "amigo".
Es cierto que brujos y asesinos hubo siempre, pero no formaban parte de la
cultura nacional, no lograron anestesiar el deseo de aquella generación ni pudieron cautivarla. La
gran debacle nacional, el primer disparo que hirió mortalmente el sueño argentino fue el asesinato
de un hombre menudo, pero de compromiso grande y convicciones firmes: Juan Ignacio Rucci, paradigma
de un sindicalismo peronista en extinción. Allí se sacudió la estructura nacional, cuando los
homicidas conocidos mataron a uno de los más importantes sindicalistas argentinos que fue
propulsor, precisamente, del llamado "Pacto Social". Al margen, dígase que Rucci, acusado por sus
asesinos y detractores de burócrata y ladrón, dejó como única herencia a su esposa Coca y a sus dos
hijos, sólo una casa en la Matanza y un auto usado.
El hoy. Tan lejos en el tiempo y de aquellas virtudes, está la dirigencia de
hoy. ¿Es necesario dar nombres y señalar circunstancias? Dígase que en general, en víspera de
elecciones, que hoy el debate es pobrísimo cuando no patético, las ideas huelgan y las propuestas
están ausentes. El enfrentamiento y el resentimiento son la orden del día. Por ejemplo: Aún no se
ha producido el acto electoral y el peronismo llamado disidente de Buenos Aires ya se fracturó. El
acuerdo Felipe Solá, De Narváez, Macri, está resquebrajado. Como si algo faltaba a este menú
desabrido y poco sustancioso, Mauricio Macri se acaba de pelear con Gabriel Michetti. A pesar de
que han pretendido mostrar cohesión y calma, en Buenos Aires ya es un secreto a voces que la
relación no es la mejor. Lilita Carrió no deja pasar oportunidad para mostrar sus dotes de crítica,
pero de propuestas que le den calidad de estadista a su discurso, poco y nada. El vicepresidente
Cobos, en menos de doce meses le dio un portazo al proyecto que había rubricado, y en una acción
pocas veces vista en una Nación que pretende alcanzar cierto desarrollo, se enfrentó a su propia
compañera de fórmula y comenzó el armado de su propia estructura política. Asombrosamente, es
presidenciable sólo por haber votado en contra de una resolución, titubeando y transpirando.
¿Alguien conoce su plan de gobierno?
Pero hay otros presidenciables que no se sabe bien, aún, por qué gozan del favor
popular. De propuestas, de planes a cinco, diez o veinte años, que tengan tintes de estadistas no
se les conoce nada. No hacen alarde de una cautivante oratoria y el silencio y la nada los eleva
¿No es tarea apasionante para un sociólogo esta realidad argentina?
Por lo demás, se ha llegado al paroxismo de que un dirigente rural trate de
pelotudo a un ex presidente y tal exabrupto es festejado por algunos como un acto heroico, sin
reflexionar que en realidad no se menoscaba a la persona, sino a la investidura y, de manera
indirecta, pero muy eficaz, a todas las instituciones.
¿Es necesario seguir? Claro, habría que seguir con algunas actitudes de
funcionarios del gobierno nacional que han dado y siguen dando clases prácticas de lo que se debe
hacer para fomentar el distanciamiento. El paradigma es el ministro de Justicia, Aníbal Fernández,
que tiene acostumbrados a los argentinos a frases poco afortunadas, como esa referida a José
Ignacio Rucci y a su hija. Expresó el ministro que sentía "un poquitito de vergüenza ajena de lo
que el padre debe estar pensando en el cielo viendo a su hija al lado de (Francisco) De Narváez,
(Felipe) Solá y (Mauricio) Macri. Debe estar arrancándose los pelos con las dos manos". Mientras la
inseguridad y la injusticia hacen zozobrar vidas y sueños, un ministro se involucra en estas
cuestiones casi cotidianamente.
Lamentablemente, buena parte del país sigue al compás de Gran Cuñado y una
suerte de "murga caradura" rige los destinos de muchos atribulados seres humanos que peregrinan
pobres por este suelo fértil. Y mientras algunos examinan la escena con preocupación y asombro,
otros le ponen un sello exclamando con ironía: ¡Qué país generoso!