Tenemos casi la misma edad. Nos cruzamos por primera vez cuando yo empezaba a recorrer la ciudad de Rosario como cronista de calle en la radio. El militaba en un partido que ya no existe. Esta semana que terminó, nos volvimos a encontrar. Ahora él tiene escritorio en la Casa Rosada y, me cuenta, accede de manera frecuente a reuniones con el presidente y todos los días con la "mesa chica" del gobierno.
Nuestra charla fue con la complicidad que da el haber recorrido los años haciendo lo que nos gusta: la política y el periodismo. Fue casi inevitable caer en el análisis de los casos de corrupción denunciados ante una justicia que parece haberse despertado finalmente, del paupérrimo nivel de la clase dirigente en general y, claro, del gobierno de Mauricio Macri. "Algunos periodistas están siendo especialmente duros con nosotros. ¿No te parece que deberían darnos tiempo para hacer los reclamos tan fuertes que hacen?", me preguntó con una generalización que escondía un reclamo personal.
Este viejo conocido de entrevistas no está solo. Representa a un buen sector de Cambiemos y, cómo no, del electorado que lo sostuvo el año pasado. "Déjenlo gobernar a Macri", es una frase que resume este pensamiento. La discusión de si es la herencia recibida o son las políticas del PRO las que llevaron a esta situación es inevitable. Algo sí hay que reconocer. No estamos pasando el mejor momento desde lo social. La propia Universidad Católica, que supo ser detestada por el kirchnerismo, sigue diciendo hoy que hay pobres y que el 30 por ciento de los argentinos no llega al piso de la dignidad. El mismo observatorio social de la deuda que ensalzaba antes el macrismo aseguró que las medidas tomadas desde el 10 de diciembre pasado aumentaron la exclusión.
¿Hay que darle tiempo al gobierno de Macri? ¿Para qué cosas hay que concederle ese espacio? Respecto de lo primero, sin dudas, el presidente de la Nación tiene cuatro años republicanos para ejercer su función. Y cuando se dice republicanos, se dice sabiendo que no detenta todo el poder, que hay controles judicial y legislativo, que hay elecciones intermedias que miden su aprobación y que, esencialmente, el disenso y la crítica son la base de la tolerancia democrática. Impedir la crítica es autoritario. ,Y además, es la cuna de los obsecuentes, los primeros traidores según cuenta la historia. Nuestro país supo parir una disparatada concepción de que quien gana en las urnas (con el 54 por ciento o con lo que sea) no puede ser contradicho por cuatro años. Eso es monarquía absoluta.
Está claro que no puede reclamarse a quien lleva algo más de seis meses los resultados de un lustro. Sobre todo, cuando se gobierna en una Nación que permitió que un gobierno republicano sí se creyera de reyes que podían alternarse en la sucesión por deseo matrimonial y que presumían de un relato de bienestar que, está claro por el resultado electoral del año pasado, no existió. Ningún pueblo que vive según lo que se contaba desde el atalaya del poder K vota en contra de esa supuesta felicidad. El kirchnerismo perdió porque lo que decía no era verdad. Sin embargo, hay cuestiones que no necesitan del paso del tiempo para ser exigidas. El respeto por la ley no admite período de prueba. El respeto por la memoria histórica, tampoco.
El gobierno de Macri no resultó un defensor intransigente de la legalidad. Ni bien asumió, invocó un vidrioso taparrabos normativo para tratar de imponer a dos jueces en la Corte Suprema. Luego corrigió el error. Un poco más tarde derogó leyes por decreto. Es cierto que alguna de ellas eran el producto del rencor K hacia la realidad que le perturbaba, pero una ley se deroga con otra ley. Hay muchos otros ejemplos. El proyecto de aumentar las tarifas de los servicios públicos, por citar uno reciente, tampoco respetó el proceso normativo vigente. No hubo audiencias públicas y la excusa de un viejo decreto de la época de Julio de Vido no merece más comentario que la lectura de ese apellido. Cambiemos llegó al poder para contrarrestar el desprecio del gobierno anterior por toda otra cosa que no fuera su voluntad voraz de poder. Por eso Macri debe honrar su misión hasta con gestos exagerados.
La encerrona a la que se llevó a sí mismo el gobierno por el cuadro tarifario indica que no saldrá hacia arriba de ese laberinto. La audiencia informativa (nadie entiende qué es) que iba a convocarse para fines de agosto al efecto de sanear los errores no se realizará. Los ministros del área recibieron del presidente la instrucción de "ir a fondo" y reclamarle a propios y aliados (gobernadores domesticados a base de coparticipación) que respalden su decisión. ¿Y la justicia? "Que se hagan cargo si nos fallan en contra. La sociedad verá que en realidad quieren gobernar y no impartir justicia", le dijo un secretario de Estado a este cronista.
¿Por qué no retrotraer todo, llamar a audiencias y ejercer entonces sí el derecho de administrador que tiene el Poder Ejecutivo? "Porque no hay tiempo. Y, especialmente, porque sería un gesto de debilidad del presidente", explicó el mismo secretario. Es como entender que caminar con la ley es de débiles. Está claro que el PRO, como muchos partidos gobernantes, cree que la ley es un obstáculo y no un canal democrático de convivencia. Un craso error que nuestra historia cuenta con malos momentos.
Tampoco es necesario demasiado tiempo para reaccionar frente a hechos históricos indudables. El presidente pifió con gravedad al decir que "no tiene la menor idea" sobre el número de desaparecidos en la última dictadura. Es verdad que reducir esa oscura tragedia a la aritmética es una falta de respeto. Hay preguntas que, repetidas, adolecen de mala intención antes que deseo de verdad histórica. La impunidad argentina ha dejado esa deuda porque a los miles puestos con nombre y apellido en el "Nunca más" se deben sumar los tantos miles que murieron con sus familias enteras, a los niños robados que no lo saben y a aquellos que no pudieron reclamar.
El presidente de la Nación representa el máximo símbolo de la institucionalidad. Es inadmisible que ese funcionario diga "no tenga idea" de el también máximo símbolo de la tragedia argentina. Macri puede no saberlo. En todo caso, eso habla de él cómo ciudadano de a pie. Desde que dijo "sí juro" debe hacerse cargo de representar lo que el país sigue pidiendo con memoria, verdad y justicia y con el trabajo judicial iniciado por Raúl Alfonsín y por los jueces que condenaron a los genocidas. Tiene razón Victoria Donda al preguntarse cómo reaccionarían los alemanes si Angela Merkel dijese que no tiene idea de las víctimas del nazismo. El titular del Ejecutivo debe, otra vez, honrar su cargo.
"¿No crees que hay que darle más tiempo a Mauricio antes de criticarlo?", insistió el viejo conocido. Para saber los verdaderos resultados de su gestión, quizá, aunque en el camino deba persistirse con la crítica y la mirada disidente. Para la ley, la exclusión social y la historia, no.