Sin ampulosidades ni declaraciones políticamente incorrectas (porque el horno no está para bollos) los candidatos presidenciales cerraron sus campañas. Con la misma abulia con las que las comenzaron, hace ya varios meses.
Por Mauricio Maronna
Sin ampulosidades ni declaraciones políticamente incorrectas (porque el horno no está para bollos) los candidatos presidenciales cerraron sus campañas. Con la misma abulia con las que las comenzaron, hace ya varios meses.
La fórmula Fernández-Fernández, con actos módicos, y un cierre en horario de la merienda, bajo el sol marplatense, va en busca de una victoria que reencuentre al peronismo con su razón de ser: el poder.
Macri se aferró a mantener el núcleo duro que lo respaldó en las primarias y a alejarse de la ausencia de empatía que en su momento le propuso Marcos Peña con su estrategia de campaña alejada de las masas. Fueron los propios votantes de Juntos por el Cambio los que lo sacaron al presidente de esa zona de confort.
Roberto Lavagna se cayó como un piano en las semanas posteriores a las Paso, dejó pasar la oportunidad de encarnar de forma competitiva el camino del medio y termina rogando que no se le escurran los votos (pocos) que cosechó en primarias.
Con Cristina entrando y saliendo de la campaña de forma periódica, el Frente de Todos es favorito por una razón sencilla y básica: la economía está cada vez peor. Para Fernández será tan importante el domingo de elecciones como el lunes posterior. Para Macri lo mismo. Ambos deberán dar de una vez por todas señales de madurez política. De lo contrario, no sólo volará el dólar por las aires. Y, para entenderlo, que miren cómo estalla América latina.
Se terminó la campaña. Que fue demasiado larga, demasiado pobre.
Por Matías Loja