Son algo más que señores mayores y se ubicaron con esa naturalidad propia de los habitués en su mesa favorita del bar. Siempre junto a la ventana. Ellos mismos se reconocen como viejos jubilados en tiempos de drogas y asesinatos, robos, de mendigar, de esperar el mazazo. Los amigos suelen tener charlas no demasiado extensas, aunque a veces las manecillas del reloj parecen haber disputado una carrera. Solamente toman café o té con limón. Debemos dar lástima, abre el diálogo uno, que parece tener menos canas no por ser el de menos edad sino por una cuestión genética. Son las siete pasadas y a esta hora solíamos tener al alcance de la mano un vaso de gin o whisky del bueno para mimar al hígado. El más bajo, calmado como el Padrino, recomienda no meterse ese día con temas de política porque la última vez terminaron a los gritos y se fueron sin pagar. El más quejoso recuerda con rostro serio que por sus rodillas crujientes no los pudo seguir y acabó levantando el muerto con propina incluida. Eso, dijo zumbón el acodado junto al ventanal. Tratemos algo más edificante, como la orgullosa hermana muerte. Las personas se extinguen al igual que todas las cosas. Así salen a relucir filósofos y poetas recientemente idos. Inspirado, alguien recuerda que la única oportunidad que tiene uno de no asistir al entierro de los amigos es que ellos asistan al tuyo. Y repite algo leído que decía más o menos que la vida es un estado de coma que prepara para viajar a otra dimensión. A mí me pasa que siento que todo es pasado o que cada día se repite igual. ¿Se acordará alguien del día en que el poeta y dramaturgo Federico García Lorca se asombró de que tuviéramos un río al descubrirlo entonces oculto por las rejas del ferrocarril? ¿O que Raymond Carver, el poeta y escritor norteamericano, vino a dar una charla en Aricana y que al ver el Paraná y las islas desde las terrazas del Jockey se quedó boquiabierto? Para ellos como para tantísimos artistas y escritores ese río oscuro que como cinta de asfalto une vidas y sueños, ha sido y es notable fuente de inspiración. Seguro que Juanele asentiría y lo expresaría mejor. Y antes que me olvide, como dice el Bigote, me parece que uno de los tantos visitantes ilustres que merece recordarse de paso por Rosario para que lo escuchara apenas un puñado de locos es Antonio di Benedetto, primer escritor detenido por la dictadura militar. Dura es la vida del transgresor, pero peor es ser espantapájaros de adorno.