¿La voluntad es libre? El mismo querer, ¿lo es? ¿Poder obrar/ poder querer, y ello, libremente? Quiere decir, ¿no por necesidad? Siendo lo necesario, en general, aquello cuyo opuesto es imposible… pero esto, en sentido físico…. porque lo necesario también puede ser en sentido racional, donde su contrario, lo no necesario, equivale a “falta de razón suficiente determinada”… y también está lo posible, lo que puede ser o no ser…
Como atributo de la voluntad humana, libre entonces sería “no determinado por motivo ni razón alguna”. Pero, ¿no iría esto contra el principio (lógico) de razón suficiente? Porque libre entonces sería hacer lo arbitrario, hacer por capricho momentáneo. Y también hay necesidad en el plano del deber ser, como lo debido en sentido moral; cuyas alternativas son la prohibición de un hacer y la permisión de lo que se puede hacer o no.
Si me dirijo ahora a mi exterior, hallo ese principio casi como equivalente a causalidad; la cual puede ser: causa física, excitación (que se provoca en un organismo) o motivación (en un ser consciente).
De modo que, como ser consciente y racional, hago algo por un motivo y según circunstancias dadas. En este caso evito el mero capricho, pero ¿hago lo que quiero o me determinan las circunstancias y el motivo (del interés, de la conveniencia, del temor)? ¿Quiero realmente lo que quiero… o es lo que me hacen querer? ¿Soy efectivamente yo quien determina lo que quiero y en esa dirección lo hago… sin estar a mi vez determinado?
Me detengo aquí a hacer ver las instancias que vengo considerando: una capacidad de hacer, o voluntad/ el querer hacerlo, o decisión en ese sentido/ por un yo, quien elige, decide, ejecuta/ un yo consciente que integra una personalidad más o menos estable/ mediante una conducta o comportamiento que, suponemos, es el yo quien la “conduce”.
Y vuelvo a la pregunta: ¿soy libre?
En la historia del pensamiento se ha sostenido que no lo soy; que por más que en el hombre la causa se interiorice como motivo, que por más que la mediatice su capacidad de entender y de representarse las cosas que percibe, no deja por eso él de actuar según el motivo predominante en circunstancias dadas… y respondiendo al carácter que el sujeto tenga; modo de ser éste, que hasta su misma conciencia recién conocería una vez manifestado.
Pero no puede dejar de considerarse que es la misma complejidad de sus necesidades lo que obliga al hombre a elegir entre los medios de satisfacción, así como a ampliar una conciencia de la realidad y de su propio yo (somáticamente, en un sistema nervioso y en un cerebro); con una capacidad de representación que le permite pensar y relacionar hasta con prescindencia del espacio y del tiempo que vive. De modo que lo exterior pueda ser interiorizado, aun como motivo del actuar, mediado como queda por el entendimiento.
Esto hace posible que la relevancia que pudo tener la causa, se transmute en finalidad: la de los propósitos del yo; con inversión del orden temporal: no es ya tanto la causa que lo precede como el fin que el sujeto se propone. Imposible no reconocerle pues, algún margen de libertad.
Y en cuanto a mi propio yo, a esto lo ignoro. Me reconozco una identidad, claro, pero no sé cuál sea. Depende del qué y del para quién. Porque mi yo es múltiple: está en aquel en quien me identifico, en la serie de las máscaras que mis roles exigen, en el que soy para cada otro o en el que yo refleje en cada uno, en algún ideal tomado de modelo, en la suma de lo que puedo considerar mío, en ese yo que intenta conciliar en mí lo instintivo con la realidad que vivo, en ese siempre aludido centro de mi conciencia que no percibo directamente y al que refiero mis actos (conscientes), en mi memoria de lo vivido, en mi ser colectivo…
Pero sí sé que, en cuanto procuro integrar toda esa complejidad en una conducta con sentido que me procura algún equilibrio entre mi adaptación al medio y mi propio ajuste interno, es a mi libertad a la que estoy poniendo en juego.
En suma, soy libre; sólo que relativamente y sólo de lo posible; pero sí lo soy, y esto con seguridad, en tanto tengo la facultad de negar todo aquello que pueda negarme, contando con la firmeza para rechazarlo.
Soy entonces libre, digo; lo que no me habilita: ni a la arbitrariedad, ni a la irracionalidad ni a la inmoralidad. Con todo, y aún dentro de esos términos, nada garantiza mi felicidad. Pero siempre es preferible la inquietud por ser libre a la asfixia por no serlo.
El gran inquisidor de la obra de Dostoievski, que ha ordenado apresar a Jesús y que lo visita en su prisión, le dice que el hombre es débil y cobarde; que por eso quiere el pan de la tierra y sólo busca en quien descargar esa libertad de elegir entre el bien y el mal que no le genera más que inquietud y duda. Que por eso prefiere el milagro, el misterio y la autoridad. Y que para eso está él, que recibe esa carga a cambio de sumisión; él, que lo escucha y perdona con tal de controlar su interior; él, entre quienes han aceptado la espada de César que Jesús rehusara, tentado que fuera en el desierto… Éste, permanece en silencio, mirándolo a los ojos, con esa dulzura que los padecimientos no han conseguido apagar…
No me dejo robar pues, tampoco mi vida interior; aunque ésta me inquiete. En definitiva: hago lo que quiero… si es lo que puedo y si no es lo que no debo. Que aquí, frente a la prescripción y a la prohibición, vuelve a manifestarse el ejercicio de mi libertad: sea que cumpla o infrinja, sea que asuma o evada las consecuencias de la norma.