La Argentina es tan fluctuante, poco creíble y amateur que el personaje que hace pocas horas era vilipendiado por los propios oficialistas es hoy el muchacho de la tapa, el que produjo el barquinazo que evitó el desmadre: Federico Sturzenegger.
Por Mauricio Maronna
La Argentina es tan fluctuante, poco creíble y amateur que el personaje que hace pocas horas era vilipendiado por los propios oficialistas es hoy el muchacho de la tapa, el que produjo el barquinazo que evitó el desmadre: Federico Sturzenegger.
La crisis que envolvió al país durante algunos días generó sin embargo un estado de situación parecido, o igual, a todas las crisis nacionales: ganaron los mismos y perdieron los mismos. Y, en esta instancia, hay un dato inédito: las objeciones más fuertes hacia el gobierno provienen del propio macrismo. El ex presidente del Banco Nación Carlos Melconian, y no un feroz opositor o periodista independiente, fue el que dijo: "Boludeaste dos años y ahora vas a recoger inflación en la previa a las elecciones".
Ayer, el presidente, con sus formas discursivas tan gélidas, trazó un discurso revelador sobre el estado de las cosas y el futuro inmediato. "Vamos a tener más inflación y un poco menos de crecimiento", dijo Mauricio Macri en su conferencia de prensa de ayer. Nada sale del ojo del huracán de la crisis siendo el mismo.
Dicen los expertos en economía que la "corrección cambiaria" (léase devaluación) acelerará la inflación entre 2 y 3 puntos adicionales, algo que deja, otra vez, a los salarios corriendo por la escalera y a la inflación subiendo por el ascensor. Argentinismo puro.
Nadie en su sano juicio puede hoy confirmar sin que se le rían las metas inflacionarias del 15 por ciento anual. Pronto, deberían activarse las cláusulas gatillo para que los salarios no queden definitivamente en la lona.
El jefe del Estado, ayer, prefirió recalcar que no hay salida ni luz al final del túnel sin reparación del déficit fiscal. Como contraplano al populismo, Macri invitó a tomar sopa todos los días. No hay que gastar más de lo que entra. Y convocó a la oposición a un acuerdo económico y social para compartir los gastos de esquema de ajuste. ¿Pondrá la otra mejilla la oposición, ahora que el presidente ha descendido en todas las encuestas? Esa es la gran pregunta del millón.
De nuevo, sin el concurso del peronismo, el gobierno no puede sacar del Parlamento ni una declaración a favor de los desposeídos del mundo. La diferencia es que las elecciones de 2019 se acercan. En las conversaciones que viene llevando adelante la Casa Rosada hay dos excluidos: los gobernadores kirchneristas y el gobernador santafesino, Miguel Lifschitz.
El escenario político y económico acicatea a Lifschitz a endurecer el gobierno y tirar el mantel del gobierno. Para colmo, el 31 de marzo venció el plazo para que la Nación le pague lo que le debe a Santa Fe. Desde Balcarce 50 ofrecieron bonos y obras. Las obras están ahora en veremos, producto de la crisis. Y los bonos permanecen en el subibaja.
En este micromundo político, no debería pasar desapercibida la foto que, el martes, compartieron Lifschitz, Antonio Bonfatti, Alberto Fernández, Daniel Arroyo y Ricardo Alfonsín (entre otros). Ya se adelantó en esta columna que Fernández estaba al frente de una operación destinada a hacer converger en un armado opositor a peronistas de todos los sectores, y progresistas de toda laya. Se verá si esa foto se convierte en película.
Pero hay que volver a las derivaciones de la crisis que tuvo a maltraer a los argentinos. Lo mejor que hizo Macri para conservar la capacidad de decisión fue evitar que sigan haciendo política los que no tienen idea de cómo se hace política. Emilio Monzó y Ernesto Sanz volvieron a sentarse alrededor de la mesa que toma decisiones. Hubiera sido una pérdida irremontable para el presidente la salida inmediata de Monzó.
Según parece, Sanz le da a Macri certidumbres que no aparecen con otros nombres radicales. Una fuente inobjetable reveló a LaCapital que la entrevista publicada el domingo pasado con el gobernador de Mendoza y presidente de la UCR, Alfredo Cornejo, despertó "calentura e indignación" en la Casa Rosada.
El mandatario cuyano se quejó de la poca consulta al radicalismo a la hora de incorporar funcionarios, se desentendió de una supuesta pertenencia radical del flojo ministro de Economía y pidió más política y menos Durán Barba. Sin embargo, pese a las quejas, Macri le hizo caso: Monzó y Sanz representan más política, y a Durán Barba hace tiempo que no lo ven en la vereda macrista. "Es la economía, pero también es la política, estúpidos", podría decir un asesor intra muros.
Monzó le dijo a este diario hace unos pocos días atrás que "a fin de año" se iría del gobierno. ¿A partir de este nuevo abrazo presidencial, el presidente de la Cámara de Diputados dará vuelta su decisión? ¿Cómo se articulará de ahora en más la relación con el jefe de todos los jefes (menos Macri), Marcos Peña?
El gobierno logró frenar la corrida cambiaria y acomodar el dólar en un nivel alto pero sin que trepe aún más. Ahora se necesitará mucha muñeca para evitar que los precios sigan su alocada carrera hacia la cúpula. Y un plan de reducción de daños.
Además de los desbarajustes económicos, lo peor que ocurrió en estos días locos y desenfrenados que vivió el país fue admitido ayer por el presidente cuando citó "el nerviosismo y la angustia de la población". Ese es, además, el costo más grande para el macrismo, que llegó al poder visto desde afuera como un conglomerado de CEO's, empresarios y políticos con experiencia exitosa en la gestión privada. Ni de lejos, hoy se cree lo mismo.
Al fin, como expresó el escritor humanista Walt Whitman: "El mejor gobierno es el que deja a la gente en paz".
Como contraplano al populismo, Macri salió de la crisis sin
prometer otra cosa que políticas contra el déficit fiscal y "no gastar más de lo que entra".