No era imprescindible pero por las dudas debieron advertirme. Siempre hay una instancia en la vida en que los caminos se bifurcan. No hay interrupción ni suspenso. Todo sigue igual, parece. Con esfuerzo acaso logres crear un camino nuevo, me dijeron. Sólo hay que elegir. En eso consiste la libertad. Y uno se va por un sendero dando tumbos, o caminando por el otro silbando con las manos en los bolsillos y mirando sin ver. Habrá otras situaciones parecidas. Repetidas. Sólo que alguna vez se puede aprovechar la sapiencia y experiencia aprendidas. No hay nada anormal. Se está en el sube y baja. Es hora de divertirse como cuando disfrutabas en la plaza con los demás pibes. Como aquella vez en que diste el gran batacazo. Sacaste la sortija un primer domingo de un diciembre caluroso montando un pinto en la calesita. Justo en esa placita donde un señor que también montaba un pinto en una foto inmortal, habló ante una multitud que lo aclamaba. Me mareé empeñado en gastar de una vez el ticket de veinte vueltas gratis. Era a vivir o morir, me parecía entonces. Sabía que tenía que recibir lo que fuera con una sonrisa. Y ser amable con la señora de negro; ella es una verdadera dama. Desde entonces, pequeño ser de dualidad, caminé mucho hasta que cansado, opté por crearme un sendero propio y dejar de dar vueltas sin sentido porque ya no quedaba nadie a quien saludar. Y la calesita, con sus caballitos y carrozas, yacían tumbadas en un baldío de compraventa. Otro camino ante la encrucijada. El mío. Asustaba un poco. Me pregunté cuánto tiempo me tomaría recorrerlo. Imposible saberlo. Tal vez dependa de mi fuerza y ansias de seguir adelante, darle la bienvenida a lo nuevo. Y lo que deba hacer, hacerlo bien. El único modo de hacer las cosas. Entre tanta simpleza cotidiana y en el matiz del llanto, acaso encuentre la palabra buscada: felicidad.