En cierta ocasión, el famoso historiador de arte, Juan de Contreras y López, ya octogenario, conversaba con su amigo, el médico Eduardo Ortiz de Landázuri, y le confiaba cuáles eran las pautas por las que trataba de regir toda su actividad:
En cierta ocasión, el famoso historiador de arte, Juan de Contreras y López, ya octogenario, conversaba con su amigo, el médico Eduardo Ortiz de Landázuri, y le confiaba cuáles eran las pautas por las que trataba de regir toda su actividad:
-Mira, Eduardo, yo procuro, en mi vida, atenerme a tres simples cosas: primero, vivir como si me fuera a morir hoy; segundo, trabajar como si fuera eterno; y tercero, tratar de hacer hoy, por lo menos, lo que hice ayer.
Al leer los puntos mencionados por Juan de Contreras, pienso en el valor que tiene conservar un trabajo digno, para poder vivir y conducirse de la manera en que este historiador lo hacía, ya que todos deberíamos poder tener acceso a ese derecho. Pero sucede que, en determinadas circunstancias, no existen posibilidades de ejercitar una labor estable, en la cual la persona se sienta dignificada. Esto hace que mucha gente tenga la sensación de que no hay lugar para ellos en medio de esta dura realidad social. En estas circunstancias tan complejas, puede resultar de gran ayuda el enfocarnos en tratar de aprovechar los medios disponibles para seguir adelante con ánimo y fe, sabiendo aprovechar los talentos dados por Dios a cada uno de nosotros, y buscando las maneras de superar los desafíos.
Entre los principios permanentes de la Doctrina Social de la Iglesia, se encuentra el de solidaridad, el cual es, además, una virtud moral. Bajo esta luz, vemos que aquellos que recibieron más recursos en este mundo, están llamados a generar y apuntalar una cultura de trabajo digno, con esfuerzos mancomunados junto a los diversos sectores del estado y de la sociedad, favoreciendo con políticas responsables, adecuadas y honestas, la creación de fuentes de trabajo estables, para abrir a la esperanza a quienes buscan ganar el pan para sí y para los suyos. En cada actividad, se ha de promover tanto el salario adecuado, como la seguridad y la salud del trabajador y de su familia.
El vínculo de interdependencia que existe entre los seres humanos, nos hace responsables de unos por otros. Entre todos, debemos asumir con determinación, el compromiso por el bien común, bregando por una sociedad justa y fraterna, en donde se respete la dignidad y el valor de cada persona. Desde la realidad propia de cada uno, podemos contribuir de alguna manera, considerando que todo gesto de bondad y generosidad, por sencillo que parezca, es de gran ayuda. Se nos invita a redescubrir el valor de la solidaridad, especialmente en medio de situaciones difíciles, porque, cuando compartimos, no solo beneficiamos a otros, sino que, además, nos hacemos bien a nosotros mismos.
El Papa Francisco, en la Carta Apostólica “Con corazón de padre”, nos presenta el modelo de San José. Allí, escribe lo siguiente: “En nuestra época actual, en la que el trabajo parece haber vuelto a representar una urgente cuestión social y el desempleo alcanza a veces niveles impresionantes, aún en aquellas naciones en las que durante décadas se ha experimentado un cierto bienestar, es necesario, con una conciencia renovada, comprender el significado del trabajo que da dignidad y del que nuestro santo, es un patrono ejemplar.
El trabajo se convierte en participación en la obra misma de la salvación, en oportunidad para acelerar el advenimiento del Reino, para desarrollar las propias potencialidades y cualidades, poniéndolas al servicio de la sociedad y de la comunión. El trabajo se convierte en ocasión de realización, no sólo para uno mismo, sino sobre todo para ese núcleo original de la sociedad que es la familia. Una familia que carece de trabajo está más expuesta a dificultades, tensiones, fracturas e incluso a la desesperada y desesperante tentación de la disolución. ¿Cómo podríamos hablar de dignidad humana sin comprometernos para que todos y cada uno tengan la posibilidad de un sustento digno?
La persona que trabaja, cualquiera sea su tarea, colabora con Dios mismo, se convierte un poco en creador del mundo que nos rodea. La crisis de nuestro tiempo, que es una crisis económica, social, cultural y espiritual, puede representar para todos, un llamado a redescubrir el significado, la importancia y la necesidad del trabajo, para dar lugar a una nueva “normalidad” en la que nadie quede excluido. La obra de San José nos recuerda que el mismo Dios hecho hombre no desdeñó el trabajo. La pérdida de trabajo que afecta a tantos hermanos y hermanas, y que ha aumentado en los últimos tiempos debido a la pandemia de Covid-19, debe ser un llamado a revisar nuestras prioridades. Imploremos a San José obrero para que encontremos caminos que nos lleven a decir: ¡Ningún joven, ninguna persona, ninguna familia sin trabajo!”
En este año, dedicado a San José, lo recordamos como el patrono de los trabajadores. Él vivió, en su experiencia propia como artesano, carpintero y padre de familia, muchas de las realidades que hoy pueden estar aquejándonos y preocupándonos. A pesar de haber tenido que emigrar a Egipto con Jesús y la Virgen María, para comenzar de nuevo en ese país extranjero, en donde no tenía nada asegurado, supo evitar el desánimo y el abatimiento, siempre buscando creativamente lo mejor para sostener, alimentar y proteger a la Sagrada Familia. En este tiempo tan particular, lo invocamos pidiendo por todos los desempleados, para que puedan hallar y conservar un trabajo digno, con el cual contribuir al sostenimiento de sus familias, mientras desarrollan sus talentos y capacidades, poniéndolos al servicio de la comunidad.
Por Facundo Borrego