La madrugada del pasado jueves, el Senado argentino rechazó un proyecto de ley para expandir el derecho al aborto después de un polémico debate que duró meses. Fue una derrota para las feministas.
La madrugada del pasado jueves, el Senado argentino rechazó un proyecto de ley para expandir el derecho al aborto después de un polémico debate que duró meses. Fue una derrota para las feministas.
Uno podría maravillarse ante la resiliencia política de los conservadores de Argentina, pero prefiero admirar lo cerca que estuvieron las feministas de alcanzar el éxito.
Esta fue la primera vez, luego de muchos intentos, en la que las activistas a favor de la legalización del aborto lograron que el Congreso pusiera a consideración un proyecto de ley. Incluso lograron que el proyecto fuera respaldado por la Cámara de Diputados. En el proceso, lograron algunas de las manifestaciones más grandes que ha habido en el país a favor de una causa que apenas hace una década era tabú.
¿Cómo fue que las feministas argentinas llegaron tan lejos? En muchos aspectos, por haber aprendido de las experiencias de unos aliados menos visibles: los activistas LGBT.
Cuando Argentina aprobó el matrimonio igualitario en 2010, el país se convirtió de manera inmediata en un campeón mundial de los derechos LGBT. Argentina fue el primer país latinoamericano en adoptar dicha ley, a la que siguieron una serie de leyes admirables pro-LGBT en materia de paternidad, igualdad de género y derechos transgénero.
Sin embargo, con estos avances, las leyes retrógradas sobre el aborto de Argentina dieron origen a un enigma: ¿por qué no había habido avances similares en el derecho al aborto?
El aborto en Argentina ha quedado limitado a casos de violación o riesgos de salud que ponen en peligro la vida de la mujer. La causa proaborto legal y seguro en Argentina se enfrenta a las mismas fuerzas que bloqueaban los derechos LGBT en la década de los 2000: la religión, el conservadurismo, el patriarcado y la misoginia. ¿Por qué los activistas LGBT tuvieron más éxito que las feministas?
Algunas personas argumentan que la lucha por el derecho al aborto es más difícil que la del matrimonio igualitario. Y hay algo de cierto en ello.
Los provida han logrado tachar a sus opositores de proponerse "matar vidas inocentes", lo cual suena abominable. De manera efectiva hablan de "salvar las dos vidas", con lo cual sugieren que su cometido es salvar tanto al feto como la vida de la madre. Es difícil combatir ese enfoque.
Sin embargo, más allá de cómo se enmarcó la discusión, el problema del movimiento proaborto legal tuvo que ver con la estrategia. Hasta hace pocos años, las feministas carecían de estrategias para abordar las divisiones entre sus principales adeptos y para llegar a grupos externos.
Una bandera del orgullo gay ondea frente al Congreso de Argentina en 2010, el año en el que se legalizó el matrimonio igualitario.
Los movimientos LGBT en Argentina superaron retos similares en la década de los 2000. Al principio, la idea del matrimonio igualitario dividió a la ya de por sí fragmentada comunidad LGBT: algunos de sus miembros preferían priorizar otros objetivos y otros cuestionaban la meta del matrimonio por ser demasiado institucional.
Pero la decisión de priorizar el reclamo por el matrimonio entre personas del mismo sexo terminó unificando el movimiento. Los activistas LGBT se dieron cuenta de que pelear por ese derecho uniría a la comunidad a partir de una causa más importante: la igualdad ante la ley. Una vez que los líderes del movimiento LGBT enmarcaron el matrimonio igualitario como un asunto de igualdad, las divisiones internas dentro del movimiento disminuyeron. Mayor unidad dio paso a más fuerza política.
En los últimos años, los movimientos feministas comenzaron a abordar las divisiones entre las mujeres. Como explicó la politóloga Mala Htun, en América Latina esta división ha tenido dos componentes: uno de actitud y otro de clase.
El componente de actitud es que hay mujeres antiaborto en todos los espectros ideológicos, incluido en la izquierda. Así que formar una coalición sólida en favor del derecho al aborto legal ha sido más complicado que simplemente adherir a toda la izquierda.
El componente de clase es que las mujeres ricas tienen la opción y los medios para abortar, ya sea fuera de Argentina o de manera clandestina pero segura. Para estas mujeres, la prohibición al aborto no importa. Pueden pasar públicamente por provida, pero, en privado, son conscientes de que el aborto está a su disposición.
Las feministas argentinas hicieron una labor admirable para zanjar estas divisiones ideológicas y de clase. Hicieron proselitismo en los barrios pobres con el fin de que las mujeres con menos recursos se sintieran empoderadas para exigir el cambio. Además, llevaron a cabo campañas para alentar a las mujeres de clase media, en apariencia conservadoras, a reconocer la doble moral de ser provida en público, mientras que en privado actuaban como proelección. Las motivaron a revelar que ellas también recurrirían a un aborto clandestino de ser necesario y convencieron a muchas mujeres de que es injusto que ellas tengan esa opción y la nieguen a las mujeres pobres.
Tal como los grupos LGBT tuvieron éxito al enfocar el matrimonio igualitario como un reclamo de igualdad ante la ley, los movimientos de las mujeres lograron enmarcar el aborto como uno de igualdad entre clases. Esto disminuyó las divisiones entre las mujeres.
Las feministas en Argentina también aprendieron del movimiento LGBT la importancia de sensibilizar a los grupos conservadores. Elegir el matrimonio igualitario como una prioridad obligó a los organismos de defensa de los derechos LGBT, casi involuntariamente, a elaborar argumentos que apelaban a los oídos conservadores. Argumentos como tener uniones monógamas, estables y conforme al Estado de derecho agradaron tanto a los defensores del patriarcado como a los neoliberales.
Así, las feministas comenzaron hablar más sobre cómo la penalización del aborto no reduce su demanda, sino que solo fomenta los abortos clandestinos. También enfatizaron que los abortos inseguros aumentan las complicaciones médicas y, por lo tanto, las hospitalizaciones, que son costosas para el Estado. Adoptaron el lema "Aborto legal para no morir", que con destreza convierte la postura de los derechos sobre el aborto en una postura provida.
Pero los movimientos de las mujeres hicieron más que aprender de sus aliados. Tienen una larga historia de innovación. Durante la dictadura (1976-1983), sus estrategias originales de señalamiento público ayudaron a derrocar a la Junta Militar. Su cabildeo exitoso durante el gobierno democrático dio como resultado en 1991 la primera ley de cuota de género en América Latina, que obligó a los partidos a aumentar la representación de las mujeres en el Congreso. Y en 2015 echaron a andar una campaña muy efectiva contra la violencia de género llamada Ni Una Menos, que movilizó a jóvenes de todas las identidades de género. Estas innovaciones allanaron el camino para el progreso que vemos ahora.
Es cierto que los avances no solo dependen de las estrategias empleadas. También son consecuencia de factores estructurales. A pesar del orgullo nacional por el papa argentino Francisco I, la Iglesia Católica en Argentina continúa en declive en términos de reputación y de número de feligreses. Por otro lado, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el movimiento Me Too han fortalecido a los movimientos feministas en todo el mundo, y también en Argentina. La oportunidad —en el escenario internacional y nacional— nunca había sido más favorable.
Sin embargo, la oportunidad por sí misma no genera cambio y debe aprovecharse.
A pesar del resultado en el Senado, el movimiento de las mujeres en Argentina ha hecho un gran progreso. Es un testimonio de sus esfuerzos, lo cual incluye el intercambio abierto entre las feministas y sus aliados de la comunidad LGBT.