Hiperinflación, desagio, deflación, pesificación asimétrica, términos económicos definiendo épocas. El paradigma de hoy, algo así como una versión contemporánea del sálvese quien pueda de los 90, se llama plus, conceptualmente sirve para resolver insuficiencias en las expectativas de rentabilidad del que vende o presta servicios permitiéndole con su acción trasladar a clientes, pacientes, etcétera, una especie de tasa privada con la que arbitrariamente se imponen cargas abusivas.
Así entonces, a la acepción virtuosa del plus como cualidad añadida y distintiva se le opone esta otra del ingreso sin causa, a favor del que lo aplica, sin agregar servicios ni bienes y tampoco valor ni calidad.
El fundamento del beneficiario es que con su percepción le cierra la ecuación y se mantiene la fuente, reafirmando el justificativo con categorías demostrativas afines al rubro, tales como "derecho de playa o adicional por gastos de comercialización" (en estaciones de servicio), "confort" (en locutorios), "servicio" (en cargas virtuales de telefonía) o "servicio de mesa" (en algunos bares y en casi todos los restaurantes). A esta altura también vale incluir en la nómina el otro justificativo, menos artificioso y más contundente, el "lo toma o lo deja" que suele coincidir con la no emisión de facturas.
El plus entonces, ha venido para quedarse y abarcar las relaciones de consumo menos pensadas, con la voracidad con que un día llegó a la consulta, luego a ciertas prácticas médicas, a las tarjetas de colectivos, al atado de cigarrillos, a la garrafa social. Sin embargo, lo insólito no termina allí, ahora el que por una emergencia siente que su vida peligra, llama a su servicio de ambulancias previamente contratado, y pese a ello también deberá hacerse cargo de un adicional relativo a la seguridad de la empresa, por ahora fijo, aunque siguiendo el hilo conductor lo más seguro es que irá variando proporcional al riesgo y tal vez luego ante las condiciones de tránsito, fluidez, baches, horas pico, etcétera. La imaginación no tiene fin, lo penoso es que la inverosimilitud no impide que se concrete en esta afanosa realidad del fin de lucro por encima de lo humano.
A nuestro favor obran los derechos que nos asisten, los convenios, prohibiciones y marco ético entre determinados profesionales y sus contratantes. La ley 24.240 de defensa del consumidor, la ley 25.156 de defensa de la competencia y las resoluciones de la Secretaría de Comercio, todas normas que prohiben y sancionan la información defectuosa, las cláusulas abusivas, el cobro adicionado al bien o servicio por una prestación intrínseca o inescindible con el mismo, la restricción de la oferta de cualquier modo publicada, los condicionamientos, la desobediencia a exhibir precios y los artificios para incrementarlos, especialmente cuando éstos son fijos, únicos o responden a una contratación preestablecida.
El riesgo es resignarse y así abonar el camino para que el flagelo se propague a límites impensados, mucho más allá que nos cobren adicionales porque nos traen un sandwich o porque nos cargan nafta o porque ingreso a la cabina, o me recargan sobre algo que ya pagué.
Que una llamada me cueste más del triple de su valor, que al menú le quepa un agregado porque me senté en la mesa, o que una garrafa subsidiada por el Estado con fines sociales termine encarecida, no es otra cosa que un peligroso todos contra todos marcadamente asimétrico, entre el que ostenta el poder y el que se defiende ante la exacción dependiendo de las circunstancias y capacidad para ello, con la dolorosa particularidad que inexorablemente sucumbe el más vulnerable, el carente de recursos, el más anciano o el que en situación desesperada no tiene otra que aceptar lo que venga.
Los efectos del bombardeo cotidiano de iniquidades, pueden acostumbrarnos o ponernos en rebeldía.
De nosotros depende franquearles el paso o ponerles un freno, y en este último caso cobra relevancia la actitud del señor Francisco Ferrari
(descripta en su carta de
lectores y nota presentada en Oficina Municipal del Consumidor) mostrando su disgusto y con valiente osadía negándose a pagar un sobreprecio apenas minutos antes que se lo someta a una intervención quirúrgica.
Un chistoso distraído diría que habiendo tanta gente y tantas oportunidades, don Francisco elige para confrontar justo con el que ese día lo tiene que operar.
Con loable actitud, incomplaciente a las injusticias, este hombre enfrenta así a los aprovechados, desacostumbrados y seguramente sorprendidos por el carácter ejemplar y solidario del posicionamiento, que sumado a la pertinente denuncia son modos adecuados para la lucha que compartimos y que desde esta reflexión se pretende alentar.
(*) Titular de la Oficina Municipal del Consumidor