Que al ajuste lo ordene el FMI. Esa parece ser la razón fundamental y, a la vez, utilitaria, de la disparada del gobierno argentino hacia los brazos de la entidad financiera internacional.
Por Mauricio Maronna
Que al ajuste lo ordene el FMI. Esa parece ser la razón fundamental y, a la vez, utilitaria, de la disparada del gobierno argentino hacia los brazos de la entidad financiera internacional.
Que el autodenominado "mejor equipo de los últimos 50 años" haya tenido que recurrir a una organización con pésima prensa internacional, y a la que los países huyen como si se tratara de la peste, confirma que el crédito se estaba agotando.
Es más, ante el mal pronóstico y sabor de boca que dejaban las encuestas —con el presidente de la Nación en caída y la mala onda instalada en la sociedad— el gobierno pretendía incorporar como última ratio la recurrencia al FMI, pero a final de año, cuando las papas suelen quemar. "Se asustaron. Toto Caputo les dijo que los mercados estaban que trinaban y no quisieron esperar. Es gente que no mira la totalidad del país, toma las decisiones a partir de lo que sucede en la City porteña o en EEUU", fue el descarnado testimonio del líder de un partido aliado a Cambiemos, quien pidió reserva de la fuente.
Lo peor del gobierno es que no ha podido cumplir hasta ahora con una de las promesas no escritas de campaña y razón clave para el voto de ciudadanos que sufragaron por el macrismo sin ser, ni de lejos, macristas: la previsibilidad. Durante la semana que pasó fue un acertijo la cotización del dólar y de las Lebac. Y, para la semana entrante, lo que predomina es, también, la incertidumbre.
Un bote para Dujovne
La muy mala situación económica estaba a punto de llevarse puesto al ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, no sólo resistido por buena parte de la sociedad que no toma decisiones de gobierno, sino también por los propios pares del gabinete. Y por empresarios que, por lo bajo, le reprochan su gestión. Pobrísima, por cierto. Pero, siempre hay un bote a mano para él: la decisión de recurrir al FMI lo salvó, al menos por el momento.
A no equivocarse: el hecho de que el macrismo no de pie con bola en materia económica, no quiere decir que las cartas estén echadas para el 2019. Ni mucho menos. Otros gobiernos tuvieron problemas iniciáticos y, al final, se quedaron dos mandatos. Cambiemos puede recuperarse, a partir de que "los mercados", el mismo FMI y los empresarios no tienen otra referencia a mano.
Aquí es necesario un paréntesis. Pese a haber renegado contra el "círculo rojo", primero, y haberse jactado, luego, de triunfar en las elecciones sin la cercanía de ese sector, finalmente el gobierno tuvo que recurrir a los empresarios. A los empresarios del "círculo rojo" más intenso. Es parte de lo que les factura el presidente del radicalismo y gobernador de Mendoza, Alfredo Cornejo, en una entrevista exclusiva que publica hoy LaCapital (ver página 15).
Esa etapa se le terminó al Ejecutivo. Aunque pueda recuperarse y ganar las elecciones, ya tuvo una de las crisis clásicas de la política y la economía argentina. Cuando el dólar sube, los salarios bajan y la inflación crece no hay Durán Barba que alcance.
En el campo de la oposición, aunque huelan a azufre, no hay en cancha un candidato capaz, hoy por hoy, de poner en riesgo una victoria macrista. El riesgo sí existirá si Cambiemos no gana en primera vuelta. Hay un voto blando que sufragó por Macri en el ballottage de 2015 que hoy está fugándose hacia otro nido. Por ahora es el nido de "no sabe/no contesta", cuando se le pregunta a quién votará en 2019. Eso es porque el gobierno chocó el carrito de golf. Tiene tiempo para repararlo.
La economía es para Macri, lo que la seguridad para Miguel Lifschitz: un desvelo constante.
En la provincia de Santa Fe, la crisis nacional ahogó cualquier temática propia en el mientras tanto. Como para confirmar la relación de ni fú ni fá entre el presidente y el gobernador, Macri reunió alrededor de una mesa a gobernadores peronistas, pero no al mandatario socialista. Pese a esa relación carente de emoción, la Nación le debe mucha plata a Santa Fe, y ya son varios los opositores a Lifschitz —e incluso algunos dirigentes socialistas— que piden una definición.
Pero el problema que tiene la provincia no es la falta de cumplimiento de la deuda nacional. La piedra en el zapato sigue siendo la violencia y la inseguridad. La recurrencia de las muertes por ajustes de cuenta mediante la participación de sicarios eriza la piel en los barrios. Debe la Casa Gris asegurar, además, que no prosperen robos, entraderas y cuestiones por el estilo que ponen en alerta a la clase media.
Hay una curiosa alianza política en ciernes. El presidente de San Lorenzo, Matías Lamens, quiere incursionar en la política y parece querer hacerlo desde la centroizquierda. Para empezar, mandó a algunos allegados suyos para monitorear qué se hacía en la gestión socialista.
Empiezan momentos de definición respecto de la reforma constitucional. El propio gobierno ha dicho que si se va mayo sin novedad, habrá fracasado la posibilidad de la modificación de la carta magna. La palabra final la tiene el Partido Justicialista. Y aquí viene la data: el presidente del PJ, Ricardo Olivera, convocó para el miércoles a una reunión del consejo ejecutivo y a las 19 juntas departamentales para decidir qué harán con la reforma.
En la oposición macrista, el presidente de la UCR ha sido taxativo: se terminó el tiempo del radicalismo en el Frente Progresista. Lo dijo en la entrevista con este diario, mientras José Corral, que saboreaba un café, parecía a punto de gritar un gol argentino contra Brasil. Cornejo logró juntar en un mismo ámbito a Corral, Mario Barletta y Julián Galdeano, pese a que a los radicales les gustan más las internas que una pintura de Leonardo Da Vinci.
Los movimientos de la política local seguirán siendo casi subterráneos para el gran público, que anda con cara de preocupación, viendo como Argentina volvió a la mala historia de siempre.
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