Se cumplió ayer un siglo del hundimiento del Lusitania, uno de los grandes naufragios de la historia y un hito de la primera guerra mundial. A diferencia del Titanic, la tragedia del trasatlántico torpedeado por los alemanes cerca de las costas de Irlanda el 7 de mayo de 1915 —en la que perecieron cerca de 1200 personas, entre ellas 94 niños— ha caído en el olvido.
En su momento tuvo una extraordinaria repercusión, útil para demonizar al aparato de guerra alemán, robustecer el patriotismo de ingleses y franceses e inclinar la opinión pública norteamericana a favor de intervenir en una contienda de la que el gobierno de Woodrow Wilson estaba empeñado en mantenerse al margen.
El ataque no fue del todo imprevisto. En respuesta a un área de exclusión impuesta por la Armada británica en el Mar del Norte, los alemanes habían extendido la zona de guerra a todas las aguas en torno al Reino Unido y habían advertido, en febrero de ese año, que iniciaban una guerra irrestricta contra barcos mercantes de bandera enemiga, aunque llevaran pasajeros de países neutrales.
Días antes de que el Lusitania zarpara de Nueva York el 1 de mayo, la embajada de Alemania en Washington advertía a los pasajeros que no viajaran en el trasatlántico. La legación alemana publicó avisos en 50 periódicos de EEUU, incluidos los de Nueva York, que decían: "Se les recuerda a los viajeros que se proponen viajar por el Atlántico que existe un estado de guerra entre Alemania y sus aliados y Gran Bretaña y sus aliados; que la zona de guerra incluye las aguas adyacentes a las Islas Británicas; que, conforme a la advertencia formal dada por el Gobierno Imperial Alemán, los barcos que lleven bandera de la Gran Bretaña, o de cualquiera de sus aliados, son susceptible de ser destruidos en esas aguas y que los viajeros que naveguen en la zona de guerra en los barcos de Gran Bretaña o sus aliados lo hacen a su propio riesgo".
A las 2:10 PM de un día espléndido, con la mar en calma, a sólo unos 18 kilómetros de la costa de Irlanda y a pocas horas de llegar a su destino, el Lusitania se cruzó en el camino de un submarino alemán, cuyo capitán ordenó dispararle un torpedo. Los sobrevivientes recordaban que se produjo una segunda explosión; se inundó y en sólo 18 minutos se hundió. Aunque contaba con suficientes botes salvavidas, la mayoría no pudo utilizarse. Entre los muertos había 128 estadounidenses.
Ante el escándalo mundial, los alemanes dijeron que el barco transportaba armas, municiones y explosivos para un gobierno enemigo, lo cual lo convertía en un objetivo militar legítimo. Y aunque los británicos desmintieron al principio la existencia de tales explosivos, con los años se ha llegado a creer que estos últimos fueron responsables del segundo estallido que aceleró el hundimiento de la nave.
Y algo más grave aún. Desde hace mucho se especula que Londres expuso deliberadamente al Lusitania para tentar a los alemanes a hundirlo y provocar con ello la repulsa del mundo y el posible ingreso de EEUU en la guerra. Tal vez por eso Winston Churchill (entonces Primer Lord del Almirantazgo) dijera que los niños muertos en ese naufragio eran para la causa aliada el equivalente de cien mil soldados.
No sería la primera ni la última vez que un gobierno sacrifica los intereses y la vida de algunos a lo que estima son sus causas mayores. El elegante trasatlántico puede haber sido un cebo para que la Alemania imperial mostrara nuevamente —como antes había hecho en Bélgica y Luxemburgo— su irrespeto por la vida de civiles y neutrales. En ese sentido el desastre significó un hito en el curso de la contienda. "Remember Lusitania" sería una de las consignas que terminarían por llevar al renuente Wilson a entrar en la guerra dos años después.
Vicente Echerri / El Nuevo Herald (Miami)