El gobierno de la Nación emprendió el camino a la despenalización del consumo de
droga y asignó al ministro de Justicia, Aníbal Fernández, la tarea de convencer a la población que
es una crueldad castigar a los consumidores. Son acciones privadas, reservadas a Dios (artículo 19
de la Constitución nacional) y no a los magistrados. En este rubro, no hay ateos.
En definitiva, sostiene la lógica de los despenalizadores, capturar, procesar y
desprestigiar al falopero –oscuro término y odiosa calificación salida de los hondones
populares que nunca sintieron simpatía por los adictos– es simplemente una pérdida de tiempo
y dinero. Se completa el discurso acentuando la necesidad de perseguir a los vendedores a escala,
los narcotraficantes, esa elite del negocio que maneja millones con tanto poder de persuasión como
para que un magistrado porteño le haya permitido, estando preso –obviamente en su domicilio,
¿dónde vio a un zar de la cocaína en un calabozo?– que un narcotraficante contraiga enlace
matrimonial celebrado con una fiesta de las más fastuosas del último decenio.
Tímidamente, ante la ofensiva despenalizadora del consumidor, los que combaten
la droga se arriesgan a dejar constancia de que si es cruel embretarlo en el cerco criminal, es
razonable, prudente y justo encuadrarlo en el marco sanitario. El drogadicto no es un delincuente,
por el contrario, no pocos delincuentes son drogadictos con la impredecible reacción que ello
significa. Los hechos demuestran que un drogado con un revólver tiene la misma serenidad que el
ciclón que arrasó recientemente Myanmar.
La nobleza de la despenalización no consiste en evitarle al consumidor el
proceso penal que en el improbable caso de ser encarcelado deberá pagar más cara la merca. ¿O
alguien cree que en las cárceles no se consumen drogas? Ya lo dijo Carlos Monzón recluido en un
presidio santafesino: "Sáquenme de ese pabellón, están todos empastillados allí".
Me abstendré de copiar el tarifario que tengo a la vista publicado en un
semanario hace poco porque, como diría algún funcionario más ilusionado que iluminado, "debilita
las instituciones". Con lo cual queda en claro que, cuanto menos se sepa, más fortaleza
institucional tendremos. Parece materia del jardín de infantes de la responsabilidad estatal que el
consumidor sea atendido sanitariamente para rehabilitarlo y sacarle el vicio que lo destroza. Si
vicio suena mal y alguien se ofende, cambio por adicción, hábito, dependencia.
Confieso que si bien uno ha vivido al ritmo de los tiempos y sus cambios,
adaptándose conforme a la relevante condición de los humanos, siente algo parecido al temor en el
uso de caracterizaciones.
Creyentes del derecho más que de la justicia practicante, diría Engels hace más
de 150 años poco antes de pelearse con Hegel (pelea de un nivel distinto bien mirado a la de
Alfredo De Angeli con Guillermo Moreno), está claro que al drogadicto hay que recuperarlo. Los
norteamericanos, como tienen mucha plata y un gran negocio carcelario, la hacen fácil, lo meten
preso. Nosotros al revés: goza de libertad otorgada por un tribunal porteño un abogado que sometió
en forma ultrajante a su hijita de 4 años. Los camaristas lo soltaron porque no se fugará y porque
además consideran que "debe investigarse si se trata de un solo episodio ocurrido en febrero o una
conducta que se remonta a meses atrás". Ya se sabe que la Justicia tiene fallas, es humana, por eso
deambulan por Rosario cinco narcotraficantes, todos denunciados, tal vez protegidos o tal vez por
excusaciones "en razón de la materia".
El ministro Fernández insiste en despenalizar el consumo. ¿El resto de esa
tragedia llamada drogadicción está efectivamente penalizada?
Numerosos personajes denunciados en Rosario, en sentencias de tribunales
competentes no han recibido reproche penal. Para qué decir que se roban las armas secuestradas en
procedimientos en nuestra provincia si en la de Buenos Aires es peor. No en uno, sino en dos
tribunales marplatenses, desaparece la cocaína secuestrada y se la pone en venta evitando el
desabastecimiento, palabreja de moda.
Un informe creíble anima a dar estas cifras válidas para Rosario y sus
alrededores: 150 sitios de venta y distribución, sin contar el chiquitaje y los boliches con no
menos de 80 kilos de cocaína comercializados al mes. Se vende menos marihuana porque prendieron a
15 punteros y aún no se hizo el casting para reemplazarlos. Es que la brigada va al frente y el
jefe no recula, tampoco recauda. Eso es bueno para la sociedad, pero malo para quienes se ilusionan
con el reparto.
Hay 150 celulares secuestrados en procedimiento anti-droga en siete meses a esta
parte. ¿Por qué no se han investigado las llamadas entrantes, salientes y los entrecruzamientos
que, quizás, deparen rugidos como los del Chaitén?
El mundo endurece la represión contra el múltiple flagelo. En Inglaterra la
marihuana pasó al grupo B: cinco años por simple tenencia. Aguardamos el destino de los 42
procesados por drogas que tenemos en el mapa rosarino. Se decidirá suponemos por la votación más
frecuente como en el fútbol, 2 a 1. Mal haríamos en dar por cierto que el mejor voto es el del
camarista perdedor.