Un nuevo y singular espécimen irrumpe en la escena política: el no-candidato. Un
individuo que se debate entre el ser y el no ser. Un sujeto de existencia física pero entidad
virtual apremiado por un entuerto de traiciones y lealtades, conminado a decidir si pone todo lo
suyo en juego, aun más allá de las propias conveniencias y convicciones. El no-candidato, también
llamado, en estos días, candidato "trucho", hace pie en un no-lugar. Un sitio incierto en el que
sólo está de paso hacia quien sabe dónde.
El no-candidato no es un candidato en sentido estricto, lo suyo es
"testimonial". Nunca ejercerá el cargo para el que demanda ser votado y no tiene ningún empacho de
dejarlo dicho desde el vamos. Se asume como una locomotora, una suerte de tractor llamado a
arrastrar un tren fantasma del cual finalmente no piensa formar parte. Es algo así como un
"prestanombre", una suerte de "testaferro" o "garante" de un colectivo de legisladores que, se
supone, estarán incondicionalmente disponibles para lo que se ha dado en llamar el "modelo" o el
"proyecto".
El nuevo sujeto político reconoce que lo suyo es traccionar, arrastrar,
impulsar, imponer, garantizar con su nombre una secuencia numérica de incondicionales. Un "toco y
me voy" tan fugaz como una campaña. Una suerte de "polvo comicial".
Los no-candidatos son un subproducto de la vieja política acorralada por los
efectos indeseados de sus propias mañas. Devastados los partidos tradicionales y sin cuadros
militantes que seduzcan a los votantes, se echa mano a figuritas ya probadas, se pide el concurso
de caras no tan bonitas como conocidas o se mete en la multiprocesadora electoral a los apellidos
que pegan bien.
Convocado a jugar un rol épico, el no–candidato se siente arrastrado por
una fuerza superior e irrefrenable, léase NK, a jugar su todo en defensa de quien sabe qué.
Dueño de un capital legítimamente ganado en las urnas del que dispone por un
plazo fijo y eventualmente expandible, es ese valor el que ahora tiene que apostar en la mesa
electoral si es que no quieren ser expulsados del Reino.
Quien sí tuvo que dejar la casa es el inefable Montoya. El bueno de Santiago se
plantó en el "no", una palabrita que pocos se atreven a usar en los tiempos K. Pagó su precio: en
el "Gran Hermano electoral" el que saca los pies del plato queda automáticamente "nominado"
El escollo electoral devino en tremendo embrollo. Ahora resulta que vamos a
votar por candidatos que admiten con una honestidad que linda con el disparate, que se presentan y
quieren ser votados y ganar, pero que en ningún caso se presentarán a ejercer el cargo para el cual
han sido elegidos. Es más, nos hacen saber que volverán a sus puestos de mando no bien concluya el
sacrosanto tiempo electoral, como si nada hubiera pasado y con la satisfacción del deber
cumplido.
Hay que reconocer que la última jugada electoral de NK es creativa. Nunca nadie
se atrevió a tanto. El olor de la adversidad suele agudizar la audacia. Apañado en un nutrido
historial de transgresiones institucionales, mamarrachos jurídicos y licencias electorales de
propios y extraños, el "presidente" se deja llevar por sus afiebradas maquinaciones, seguro de que
sus argumentos lograrán convencer a muchos que hasta ahora uno suponía sensatos.
Pero el "Uno" no está solo en sus elucubraciones, encuentra numen e inspiración
en no pocos desaguisados propios de la desesperación de los neo-políticos. El enroque capitalino
del Pro, si bien no llega a empardar los delirios K, puede considerarse un antecedente de signo
parecido. Al no disponer de candidatos registrables por el electorado, Mauricio, que es Macri,
mueve a su dama de la vicejefatura para sentarla en una poltrona de diputados, no sin antes remover
de ese lugar a su cara más visible y eficiente en Diputados, Federico Pinedo, a quien arrastra con
el mouse electoral a la Legislatura porteña, ambos se dejan llevar por los argumentos de Mauri pero
mascullan sus desventuras en cuanta oreja se les cruza. Desconsuelos íntimos e impudicias
públicas.
Mientras el oficialismo decide tirar "toda la carne al asador "y la oposición
augura que "el tiro saldrá por la culata", Lilita se pasea, tan oronda como cachonda, de la sala al
comedor. Si hay alguien que vive en estado "testimonial", con perdón de la palabra, es la líder del
ARI. Ella, que ya conoce de renunciar a sus mandatos, ahora va tercera en su lista, aunque siempre
parece ocupar el primer lugar. Mal que le pese esta vez.
Medidor como ninguno, esta vez Julio Cobos, por fortuna para la salud
institucional, se queda en tierra. Goza de una oportuna licencia para seguir ofreciendo su
"testimonio" desde el ostracismo oficial. Temeroso, y con razón, de quedar pegoteado en el engrudo
comicial, Solá también renuncia a su banca K para revalidar mandato desde otro lugar, ahora
peronista y disidente. Enhorabuena, para tomar lo nuevo hay que soltar lo que se tiene a mano.
La salvaje idea de NK de lanzarse a la conquista de la revalidación electoral
del mandato de su esposa en las elecciones legislativas puso en la picota a propios y ajenos.
En las huestes de Daniel S todo el mundo hace cuentas, curiosamente no se evalúa
lo que Daniel le aportará a Néstor sino lo que Néstor le restará a Daniel. Los primeros sondeos
electorales que compulsan la novedad no parecen traer buenas noticias. "Hay que llegar al 29J" es
la consigna-consuelo que retempla los espíritus desasosegados.
A esta altura del disparate alguien debería tomarse el tiempo de evaluar cuáles
serán los efectos colaterales de esta movida se gane o se pierda en el dramático escenario del
29J.
Si lo que está en juego es la gobernabilidad, por qué no convocar de manera lisa
y llana a un plebiscito en lugar de travestir una elección de medio término, es lo que se preguntan
las almas que deambulan penando por ese no-lugar en el que vagan los no-candidatos y sus
deudos.
Consciente de su ya mensurable debilidad en las encuestas, impulsada por la
inevitable consecuencia de los propios empecinamientos y el impacto en los números del duelo
radical, NK sale a recuperar la iniciativa política haciendo socios a intendentes y gobernadores
sin importar los enormes riesgos políticos que los hace asumir y sin ponderar el furioso menoscabo
sobre la institucionalidad que la movida implica.
El general luce ahora atrapado en su laberinto: un sitio estrecho e incómodo en el cual se ha
ido metiendo atenazado por las evidencias y en el que puja por embretar a todo aquel que mida bien.
Como en el "minuto a minuto" de la tele, lo único que realmente cuenta en la refriega electoral es
que el "producto" mida. Después con el poder en la mano: Dios proveerá. El país del "que se vayan
todos" otra vez huele a tempestad.