En el haber de mi vida cuento la autoría del libro "Los Derechos del Niño", que publiqué hace 20 años.
En dicho libro con el acápite "Un tema especial y espinoso", trato el tema del aborto. En ese entonces acababa de tener a mi segunda hija y tuve la ventaja de poder explorar el tema con mi padre: médico, periodista, pero fundamentalmente un humanista.
Hoy gozo del privilegio de poder escuchar a mis dos hijas, que desde la primera terraza de la vida me aportan una mirada insoslayable.
En el libro referido, reitero publicado en 1998, trato la cuestión del "comienzo de la vida" desde una perspectiva científica y jurídica y, si bien hago un distingo entre vida intrauterina y extrauterina, explicando por qué la norma jurídica privilegia a la segunda, no admito la interrupción del embarazo por la mera voluntad de la madre como conducta impune, como conducta lícita.
Recojo, para justificar la conducta interruptiva, la figura del "feto perseguidor", pero sigo conservando una postura incriminatoria si la interrupción del embarazo no se da por una violación o riesgo serio y evidente de la salud o la vida de la madre y la interrupción aparece como imprescindible.
Hoy, 20 años después, he cambiado el criterio; he cambiado sustancialmente mi opinión. Si se trata de una mujer mayor de edad y capaz, la interrupción voluntaria del embarazo no debe estar penada, no debe ser una conducta reprochada penalmente; debe ser considerada una conducta impune. Más aún debe ser una conducta lícita, por ende la práctica interruptiva debe ser alcanzada por la cobertura de obra social y realizarse en los efectores públicos de salud.
Mi evolución no es solo hija de los 1400 abortos clandestinos y en condiciones infrahumanas que se hacen en Argentina por día; es hija de una visión cabal del Derecho a la vida y del Derecho y la vida, que implica evitarle el sometimiento a una mujer de nada que ella no haya querido o buscado. El Derecho a una vida en la que ella misma sea protagonista de su propio destino; el derecho a no tener que arriesgarse a morir por una septicemia aguda o una hemorragia interna.
Lo que sí mantengo después de dos décadas es mi opinión de que el aborto es la gran encrucijada del Derecho, como ninguna otra. Casi un dilema, casi, porque debe tener una salida, y esta no puede ser otra que la más justa, o por lo menos la menos injusta.