El enfoque de género es una mirada por sobre los sujetos que no deriva de la diferencia biológica del sexo sino, por el contrario, refiere a los roles, los derechos, los recursos e intereses de mujeres y hombres; son construcciones culturales y sociales y, por lo tanto, pueden cambiar con el tiempo.
Cierta ideología, afianzada y arraigada en las creencias, en las prácticas sociales y en el lenguaje, promueve estructuras familiares patriarcales y relaciones verticalistas que, generalmente, son sostenidas por todos, hombres y mujeres. Es común escuchar decir: "Los hombres no lloran", "las nenas deben ser delicadas", "los varones no juegan con muñecas", entre tantas frases que marcan una mirada un tanto rígida acerca del género.
Desenmascarar las palabras podrá ayudarnos a empezar a tomar conciencia de la gravedad de nuestros pensamientos. La violencia de género la sostenemos desde formatos culturales que creemos válidos, la cual incluye violencia psicológica y verbal, ya establecidas en nuestra forma de relacionarnos. Sólo si desnaturalizamos el lenguaje y si reformulamos ciertas prácticas, podremos cambiar la mirada por sobre la mujer, hoy protagonista de ámbitos públicos y privados.
Los roles de género, creados por la sociedad y aprendidos de una generación a otra, son constructos sociales y se pueden cambiar para alcanzar la igualdad y la equidad entre las mujeres y los hombres.
Las desigualdades de género socavan la capacidad de las niñas y mujeres de ejercer sus derechos. Por tanto, asegurar la igualdad de género entre niños y niñas significa que ambos tienen las mismas oportunidades para acceder a la escuela, así como durante el transcurso de sus estudios.
Respecto de ello, el Observatorio de igualdad de género de América latina y el Caribe (CEPAL), sostiene que la autonomía de las mujeres es un factor fundamental para garantizar el ejercicio de sus derechos humanos en un contexto de plena igualdad. El control sobre su cuerpo (autonomía física), la capacidad de generar ingresos y recursos propios (autonomía económica) y la plena participación en la toma de decisiones que afectan su vida y su colectividad (autonomía en la toma de decisiones) constituyen tres pilares para lograr una mayor igualdad de género en la región.
Hablar de autonomía, en relación con el género, es pensar en el grado de libertad que una mujer tiene para poder actuar de acuerdo con su elección y no con la de otros. En tal sentido, hay una estrecha relación entre la adquisición de autonomía de las mujeres y los espacios de poder que puedan instituir, tanto individual como colectivamente. La dimensión de reconocimiento se vincula directamente a la subordinación cultural y social de ciertos grupos debido a su posición o estatus. En el marco de la supremacía del patrón androcentrista dominante, lo femenino es depreciado y se privilegian y valoran los rasgos asociados a la masculinidad.
Planificar avanzar hacia un nuevo parámetro cultural, que permita un nuevo contrato social, es plantear el desplazamiento de la violencia y sustituirla con este otro modelo que tenga un impacto certero sobre la realidad; es promover líneas de investigación para profundizar sobre la naturaleza, causas y consecuencias de la violencia y en nuevas propuestas de intervención que permitan avanzar en su erradicación. Estas líneas de trabajo, responsabilidad del Estado, sin dudas, también necesita de la toma de conciencia de la sociedad civil a fin de romper con una visión cristalizada en una sociedad que replica estereotipos definidos de antemano. Asegurar la igualdad de género entre niños y niñas, significa educar en las mismas oportunidades, los mismos derechos y deberes, desafío para continuar en la senda de los derechos humanos, con plena inserción en la sociedad en igualdad de condiciones entre hombres y mujeres.
Autora de "La escuela, ¿para qué?" y "Escuelas reales en tiempos digitales"