Se repite una y otra vez: el éxito de un país descansa sobre su política educativa. Hoy se discute el tema del salario de los docentes y todo indica que las paritarias llegarán a buen puerto y que no habrá que iniciar las clases con postergaciones. Más allá de los porcentajes de incremento salarial que se acuerden, no se estará hablando de un salariazo educativo como suelen querer hacer hincapié las autoridades de turno con verdades, casi siempre, a medias. El Estado, con ítems de salario en negro, suele convertirse en el mayor explotador. Cierto es que bastante se ha hecho para aclararlos, pero todavía resta por hacer. Es imprescindible que todos los aumentos vayan al básico de un gremio que soporta la falta de escalafón y que está atado sólo al aumento por antigüedad. Los maestros han padecido una miseria salarial constante y depreciar su trabajo como se ha venido haciendo no llevará a una solución de fondo. Pero los reclamos de los docentes van más allá del bolsillo. Son reclamos que hacen a las facilidades requeridas para dar clases, para instruir. Cómo se puede enseñar a resolver problemas inmersos en tantos problemas. Para que la calidad de la educación sea real habrá que tener maestros bien formados, elementos de aprendizaje, tiempo lectivo suficiente y acceso a las nuevas tecnologías dicen los especialistas. Y también terminar con la exclusión, el analfabetismo y hasta la imposibilidad de acceder a la educación. Muchos parecen saber qué es lo que hay que hacer. Acaso solamente falta que los más capaces ocupen los sitios conductivos, porque el problema educacional no pasa sólo por el bolsillo de los maestros. Es mucho, pero mucho más profundo.