Entre la ciudadanía, entendida como aquella actividad que permite el acceso y la
participación en los bienes públicos, y en el ejercicio completo de los derechos y los deberes y la
política, existe un creciente abismo que parece ir agrandándose con el paso del tiempo y con el
peso de los acontecimientos y la proliferación de discursos que no hacen más que ahondarlo. Este
vacío se expresa a través del lenguaje cotidiano que desacredita con enorme facilidad a los
políticos ("Cristina, andá a la cocina", como se leía en carteles en la ruta 34, en Santiago del
Estero) y a lo político.
Pero además, el concepto ciudadanía oculta una realidad incontestable: las
mujeres carecemos de idénticas posibilidades de expresión política, de opinión, de acción pública.
Por no hablar de altas responsabilidades o cargos de poder. En los casos en los que estas
posibilidades se encarnan, lo hacen mediando dolorosos costes privados. La igualdad legal queda a
una enorme distancia de la igualdad real.
Las mujeres, a menudo nos sentimos atrapadas por la enorme fuerza de las
tradiciones, los arquetipos, las formas de vida, la organización del trabajo, las luchas por el
poder, las dinámicas partidarias y un interminable etcétera que no permite a la mayoría ejercer
plenamente los derechos humanos, e impiden intervenir en las decisiones colectivas, hacer oír una
voz diferente, establecer otras prioridades.
Nos enfrentamos entonces a dos grandes vacíos: por una parte aquel abierto entre
la ciudadanía y la política. Y por otra, el que se origina entre la misma ciudadanía por razón de
género y que se expresa en el cumplimiento de los preceptos de igualdad de oportunidades.
Cuando se hace mención a la política, se hace referencia al ejercicio público de
poder institucionalizado. Sin embargo, se trata de una definición bastante restrictiva, que ha sido
fuertemente cuestionada desde diferentes posiciones. Desde una perspectiva más abarcadora, Peschard
define la política como: el ámbito de la sociedad relativo a la organización del poder. Es el
espacio donde se adoptan las decisiones que tienen proyección social, es decir, donde se define
cómo se distribuyen los bienes de una sociedad; es decir, qué le toca a cada quién, cómo y
cuándo.
La ciudadanía se ejercita en cualquier ámbito vinculado a lo público, y
trasciende la participación política en sentido estricto, aunque es innegable su centralidad en el
ejercicio ciudadano. Es en el ámbito partidario donde se toman decisiones que afectan la vida
social, donde se discuten y promulgan leyes, y donde la voz pública se hace oír. Es además, una
plataforma para la creación de una nueva imagen y para la formación de nuevos referentes.
La participación política de las mujeres sigue siendo deficitaria en términos
globales: representamos más de la mitad del electorado, ocupamos apenas el 14.3 por ciento del
total de bancas parlamentarias en el mundo. En Europa se alcanza el 30.3 por ciento, mientras que
en algunas regiones como América latina apenas el 13 por ciento. La participación en cargos del
Poder Ejecutivo también es escasa, aunque es mayor en el poder local. Se mantiene una relación
inversa entre presencia de mujeres y niveles de poder.
Para acceder al mundo político no alcanza con nuestra entrega y militancia. En
los partidos políticos se observa una división sexual entre militancia y toma de decisiones. Si
bien las mujeres nos integramos a la política, no por ello logramos compartir el poder,
generalmente por factores inherentes al funcionamiento de las instituciones.
El código de conducta masculina en los partidos políticos excluye a las mujeres:
horarios incompatibles con la vida familiar, mecanismos de competencia, agresividad o prejuicios,
son todos ellos factores que nos llevan a ocupar un lugar marginal, desde el cual se delega la
realización de tareas secundarias y de asistencia, frecuentemente vinculada a lo inmediato y
cotidiano. Se nos excluye de las tareas de planificación a largo plazo y de negociación. Parecería
que para formar parte de los cuadros dirigentes, es necesario tener cierto "savoir faire" político.
Acervo conformado por aptitudes, saberes y habilidades, actitudes y prácticas de liderazgo político
que hacen viable el acceso a espacios de conducción, de los cuales las mujeres hemos estado
tradicionalmente separadas.
Se plantea una disyuntiva: un hacer política diferente y las exigencias reales
del poder. Por ello es frecuente ver que muchas mujeres se alejan de los partidos políticos
alegando que no soportan la tensión que ello implica. El conflicto que se plantea entre asumir que
esos espacios de poder no son para las mujeres o masculinizarse para llegar y mantenerse en ellos,
es vivido por aquellas que buscan un lugar en el mundo político.
Los cambios necesarios en la política no están asegurados solamente por la
cantidad de mujeres que participan en la política. Al decir de Alessandra Bocchetti: un cuerpo de
mujer no garantiza un pensamiento de mujer.
Para garantizar el salto a la calidad, es necesario crear una presencia
contundente, una minoría numerosa que pueda reformular los códigos, los ritos, los procedimientos,
y fundamentalmente las agendas, temas y cometidos de la política. Las mujeres sólo reclamamos el
derecho a nuestra parcela de poder y esto ya es revolucionario sin tener que asegurar a nadie que
somos la esencia de la paz o que somos más buenas. Somos sí, portadoras de valores y
comportamientos innovadores del funcionamiento político, que busca desmontar la lógica que ha
impuesto el patriarcado.
La democracia de género es un enfoque de formulación reciente. En América latina
revisa los límites de una perspectiva de género centrada sólo en la igualdad de las mujeres,
enfatizando la necesidad de articular las prácticas y discursos feministas con otros procesos de
lucha contra las exclusiones, lo que implica trabajar con el conjunto de la sociedad, varones y
mujeres, para continuar avanzando hacia la equidad de género como asunto que crea la
democracia.
Deconstruyendo un pasado discurso, quizás entendamos que este pensamiento
debería retemplarse en la lucha, alimentarse de ella y afirmarse en la fe. Nuestra participación
tiene la fuerza incontenible de las causas justas.
(*) Licenciada en ciencia política