El cine es cultura, arte, información, fuente de trabajo. Una herramienta que permite adentrarse en la condición humana. Y aunque los déspotas persistan en desnaturalizarlo o aniquilarlo, siempre quedará la memoria de grandes obras. Días pasados, entrada la madrugada, se exhibió por el cable un peliculón, un drama de ayer, hoy y acaso mañana. Aquí se llamó "Decepción" (Oscar 1949 a la mejor película, dirigida por Robert Rossen), basada en el libro "Todos los hombres del rey", ganador del Pulitzer de 1946 del escritor norteamericano Robert Penn Warren. La historia no es nueva pero atrapa, más si se considera que está inspirada en un personaje real. De origen humilde, el protagonista, un abogado idealista, entra a la política y es elegido gobernador. Descubrirá que el bien común se predica pero no se practica. Y que se metió en un juego demasiado sucio donde imperan la codicia y los intereses espurios. Atrás deberá dejar la moral para mantener el poder propio y de aliados sin escrúpulos. Nada lo detendrá, y en este relato sobre quiénes nos gobiernan y cómo nos involucra a todos, este hombre transformado en dictador llega a extorsionar a sus adversarios y a apoderarse de medios de información para sostener tanta mentira. Pero no se puede negociar eternamente con las fuerzas de la ambición y acabará por perder el apoyo de la gente y de quienes manejan los hilos del poder en las sombras. Decepción es el pesar causado por un desengaño. En cuanto a todos los hombres del rey del título del libro, refiere a una antigua rima infantil inglesa sobre un huevo de gallina muy necio. Desoyendo advertencias, se sienta en lo alto de una pared y se cae, haciéndose añicos. Y ni siquiera toda la caballería logrará recomponer al tonto de Humpty Dumpty. La película original tuvo una recomendable remake en 2006. Lo que nos hace temer que sus oscuros personajes, cualesquiera sean sus nombres, sigan reciclándose.