"Hay muy pocos hombres afroestadounidenses que no hayan vivido la experiencia de ser seguidos (por vigilantes de seguridad) en un centro comercial donde estaban de compras. Este ha sido mi caso. No quiero exagerar, pero este tipo de experiencias cuentan cómo la comunidad afroamericana interpreta lo que pasó. A este contexto se unen las estadísticas que demuestran que hay un historial de disparidades raciales a la hora de aplicar las leyes criminales, desde la pena de muerte a las leyes sobre consumo de drogas. Y todo ello contribuye a la sensación de que si un adolescente blanco se viera involucrado en el mismo escenario, tanto el resultado como las consecuencias podrían haber sido distintas".
Esta declaración pertenece al presidente de los Estados Unidos, Barak Obama, poco después que un tribunal integrado sólo por blancos exculpó de los cargos de homicidio a un vigilador que mató a un adolescente negro de 17 años en Sanford, pequeña localidad ubicada a unos 45 kilómetros al norte de Orlando, Florida.
El joven Martin Trayvon regresaba en febrero del año pasado a la casa de su padre y el vigilador George Zimmerman, armado, lo siguió porque le resultó sospechoso. Hubo una pelea y Zimmerman le disparó y mató a Trayvon, que no llevaba armas. El fallo que la semana pasada lo sobreseyó por legítima defensa generó protestas a todo lo largo de Estados Unidos al enmarcarse la situación en un típico caso de racismo y prejuicio. Fue la misma interpretación del presidente Obama y la del padre del chico muerto: "Si mi hijo hubiese sido blanco esto nunca hubiera sucedido", dijo.
Estados Unidos tiene por primera vez en la historia un presidente afroamericano que ya va por su segundo mandato. Pero eso no significa que en ese país, como en tantos otros, el racismo y el odio al diferente no sean internalizaciones ancestrales. Sobre todo cuando recién hace menos de 40 años, con la ley de derechos civiles de 1964, los negros norteamericanos adquirieron los mismos derechos que el resto de ciudadanos de ese país. Hasta entonces tenían restringido acceso a lugares públicos o diferenciados, como por ejemplo en el transporte. El famoso caso de Rosa Parks, una mujer negra que se negó a cederle el asiento a un blanco en el colectivo y disparó la lucha de los afroamericanos, ocurrió en 1955 y no el siglo XIX cuando se abolió la esclavitud tras la guerra civil.
Racismo. El fenómeno racista, xenófobo e intolerante ante el diferente no es exclusivo de los Estados Unidos. Sólo en el siglo XX, los turcos masacraron a los armenios, los alemanes produjeron el Holocausto y los sudafricanos el Apartheid. En los balcanes, durante la guerra de Bosnia, se asesinó en masa a la población musulmana en un intento de hacer limpieza étnica. Y en Ruanda, la mayoría hutu exterminó sin piedad a la minoría tutsi.
Hay muchos casos más, ni qué hablar si se toma la historia americana tras el descubrimiento, a partir de 1492. Primero el uso de fuerza esclava de los indígenas y luego el tráfico y comercio de negros africanos para reemplazar a la mano de obra aborigen casi exterminada. Por supuesto que en el desarrollo de este último fenómeno, además de que se consideraba a los esclavos como subhumanos, se imponen una lectura y análisis económico de la época.
Las naciones y el desarrollo de la humanidad afortunadamente han evolucionado. Los holandeses, por ejemplo, principales esclavistas de los siglos XVII y XVIII, son hoy una de las democracias más tolerantes del planeta. El 1º de julio pasado se conmemoraron en Amsterdam los 150 años de la abolición de la esclavitud junto a representantes de Ghana, Aruba, Curazao y Surinam, la ruta del tráfico negrero. "Observo este capítulo ominoso de nuestro pasado esclavista y muestro mi remordimiento y arrepentimiento por el trato dado por Holanda a la dignidad humana", dijo el viceprimer ministro de ese país Lodewijk Asscher en el acto público. Cifras no oficiales estiman que sólo Holanda traficó en dos siglos unos 550 mil esclavos negros del Africa subsahariana. Todavía más hicieron portugueses, ingleses, franceses y españoles.
Otros métodos. La esclavitud tiene hoy formas modernas. Según la Organización Internacional de Trabajo (OIT) en el mundo hay 21 millones de personas, incluidos niños, bajo trabajo forzoso y atrapadas en empleos bajo coacción o engaño. Eso incluye a la trata de personas y el trabajo sexual. En su último informe de 2012 sobre el tema, la OIT reveló que en Asia se encuentra la mayoría de los modernos esclavos, pero en América Latina hay casi dos millones de personas en esa situación. Muchos son explotados por empresas privadas, simplemente individuos sin escrúpulos o grupos rebeldes armados. Los sectores más afectados son la agricultura, el trabajo doméstico, el entretenimiento y la manufactura.
En la Argentina, con frecuencia se detectan talleres textiles clandestinos, obreros de la construcción viviendo hacinados en galpones, trabajadores rurales explotados en las cosechas o mujeres retenidas contra su voluntad para ejercer la prostitución. Cuánto más pobre el país, esta ominosa realidad seguramente se profundiza.
A los negros de Estados Unidos, descendientes de aquellos esclavos africanos, todavía se los discrimina en forma larvada. También lo sufren los latinos.
En el país. La Argentina tiene lo suyo y cuenta con sectores que contienen ese racismo latente y hecho carne por generaciones en buena parte de la sociedad. Se advierte, por ejemplo, en la inclinación a identificar con lo oprobioso a ciertas comunidades extranjeras que durante las últimas décadas se han radicado en el país. No ha sido casual, pese a opiniones en contrario cuando fue señalado en su oportunidad, que durante los saqueos de diciembre de 2012 en Rosario el 60 por ciento de los comercios asaltados fueron de origen chino y la cuarta parte de los atendidos en el hospital por agresiones también eran de esa colectividad asiática.
Tampoco es novedad que a los inmigrantes de países limítrofes, hayan obtenido la ciudadanía argentina o no, se los mire con recelo y se aproveche su debilidad, a excepción de que sean estrellas de fútbol y entonces el prejuicio cambia por reverencia. Así de lábil es el ser humano.
En la Argentina también se trata con desconfianza a miembros de la comunidad gitana, a los asiáticos o a los propios criollos morochos, entre tantos otros. Lo que vale es la "portación de cara", una especie de cédula de identidad virtual que predispone a las fuerzas de seguridad y a la sociedad hacia la sospecha y el prejuicio.
"Hitler no mató a suficientes", se le escuchó murmurar esta semana al alcalde y diputado francés Gilles Bourdouleix al pasar al lado de un grupo de casas rodantes de gitanos que estaban estacionados sin permiso en un lugar público. Después dijo que se interpretaron mal sus palabras, pero la verdad es que no hay mucho más para analizar en esa frase racista. Le salió del alma.
En Estados Unidos, Francia o la Argentina —como en tantos otros países— el sentimiento xenófobo, la intolerancia y el repudio al diferente siguen vigentes. Y las nuevas formas de esclavitud moderna no hacen más que remitir a comportamientos abominables del ser humano a través de los siglos. Seguramente fueron algunos de los factores determinantes en la muerte del chico negro Martin Trayvon.