¡¿Qué ha dicho Isaías?! Sus palabras retumban con una fuerza que desgarra el
corazón sensible en todo el universo, porque sus palabras se cumplieron y aún se cumplen sobre la
faz de la Tierra. ¿¡Qué ha visto Isaías desde allá lejos en el espacio y el tiempo!? Vio al Hijo
del Hombre sometido al tormento para después morir en medio de la soledad y de la pena, abandonado
de todos, incluso pareciera que hasta de aquel que lo envió. Por eso en el mismo éxtasis de la
agonía más profunda, el paradigma se quejó de la ausencia divina.
¿Pero ha visto sólo eso el profeta? No, porque detrás del Hijo del Hombre hay
una multitud interminable de sufrientes que también como corderos fueron y son aún llevados al
matadero. Se entienden sus palabras cuando ha exclamado: "Fue despreciado y desechado por los
hombres, varón de dolores y experimentado en el sufrimiento. Y como escondimos de él el rostro, lo
menospreciamos y no lo estimamos". Se comprenden sus palabras, en efecto, porque no han perdido
vigencia. A poco que haga el lector un paneo sobre el mundo y sus últimos tiempos, verá a miles de
millones de seres humanos sometidos al abandono, a la injusticia, a la mentira más falaz cuando no
a la muerte lisa y llanamente. Y cuando todo parecía indicar que de la mano del desarrollo aquellos
hombres llamados a ser líderes (por ser más fuertes, inteligentes y hábiles) marcarían el camino
para todos, ha sucedido que los muy perversos han pensado sólo en ellos, en sus corporaciones y
asuntos, y han abandonado a los millones de corderos que, inocentes e indefensos, son castigados
(no ya sólo con una esquila de todo lo que reviste carácter de dignidad que vino a ser esencia del
propio hombre desde el principio de los tiempos), sino con mucha frecuencia hasta con la propia
muerte. ¡Y claro que sí! Nuestro país está allí, entre los de suelos fértiles y hombres poderosos y
ricos que diezman a la manada que de solo mirarla llama a pena.
Lo alarmante del caso, es que en el mundo hay religiosos que en el nombre de
Dios castigan a los que reclaman justicia. Dice la noticia de estos días, a propósito de las
protestas en Irán por el fraude que el régimen gubernamental consumó en ese país: "El ayatollah
Ahmed Jatami calificó las manifestaciones de «ilegales» y reclamó un castigo «fuerte y con
crueldad». ¡¿Con crueldad?! Dicen que este disparatado clérigo ha pedido la pena de muerte para los
protestantes. En fin, como si ya no la hubieran consumado en varias personas que, por reclamar
justicia, han sido asesinadas. Ejemplo de ello es Neda, esa pobre adolescente cuyo rostro inerte,
tirado contra el piso, dio la vuelta al mundo en imágenes conmovedoras. Los ojos desorbitados, la
sangre brotando de su boca y toda una vida y un destino estampados contra la nada para siempre.
Sin embargo, y debe quedar claro, no es posible circunscribir o limitar estos
actos de injusticia a un clérigo iraní y a un país, porque clérigos disparatados los hay en todo el
mundo y en todos los países y Nedas abundan por doquier. Religioso disparatado es también, desde
luego, aquel que siendo testigo de la injusticia calla y permite con su silencio que el sistema
"castigue fuerte y con crueldad" a los pobres inocentes, esto es el ciudadano común. ¡Hay muchos en
esta tierra, lamentablemente!
Y, sin ir más lejos, basta examinar esta tierra bendita, como ya se dijo,
pródiga en muchos aspectos, para caer en la cuenta de que, lamentablemente, en las últimas décadas
se han disuelto valores y virtudes, para afirmar aberraciones que han dado lugar a que germinara
esa maleza llamada injusticia, cuya flor es el dolor. Dolor que asume rostros muy disímiles,
diversos, y que se encaja sin remisión en muchos niños, jóvenes, hombres, mujeres, ancianos.
En el preciso instante en que se escribe esta reflexión, por ejemplo, hay cerca
de mí personas afligidas porque están sin trabajo. Es conmovedor y a la vez angustiante, mirar el
rostro de un hombre de 40 años, casado, con dos hijos de corta edad, que a la hora de la cena su
alimento no ya sólo es frugal, sino insuficiente, y cuya mirada ha devenido en una mezcla de
tristeza y enojo por ver sometida a semejante situación a su familia.
Es alarmante informarse de que una pareja de ancianos ha sido brutalmente
golpeada, robados sus ahorros y que los asaltantes ya tenían antecedentes pero andaban ufanos
haciendo de las suyas. Claro, resulta ser que un buen juez, de "misericordia excesiva" rayana con
el beneficio de la impunidad, alguna vez dejó en libertad a los maleantes.
Es indignante asistir a la realidad de que los jubilados son arrojados al pozo
de la miseria mediante pagos de haberes harto insuficientes.
Es repudiable que jóvenes profesionales recién recibidos hayan sido sometidos a
la tala de sus sueños y la poda de sus vocaciones, y se los vea, en el mejor de los casos,
manejando un taxi o vendiendo helados, cuando no deprimidos en el ocio.
Es una suerte de homicidio moral el ultraje que se consuma sobre tantas madres
que ven a sus hijos condenados a un futuro de tristeza por las abundantes injusticias.
Es un golpe brutal al corazón observar en las calles a chicos vagando y
mendigando, durmiendo a la intemperie, taladrados por el frío. Y es un insulto escuchar decir a los
insensatos y duros de corazón: "¡No les interesa otra cosa, están acostumbrados!".
Y mientras estas tremendas cosas ocurren, mientras tantos corderos son llevados
al matadero, hay dirigentes políticos, empresarios, productores y conductores sociales que disputan
el poder. No lo hacen en razón de la aplicación de planes que tiendan a mejorar el escenario del
hombre común, sino con motivo de sus intereses. Por eso, y sólo por eso, es dable comprender los
enfrentamientos, las agresiones, los insultos y hasta las chabacanerías que muestra esta lacra sin
el más mínimo pudor, sin la más pequeña vergüenza por sus detestables actos.
Al ciudadano, sin embargo, le queda la esperanza de la otra justicia, esa que en
labios de Isaías, fue descripta con estas palabras: "A causa de la angustia de su alma, verá la luz
y quedará satisfecho". Que así sea.