La crisis de este mayo argentino es política. No económica. Si el gobierno nacional dice que no hay que preocuparse ante la disparada del dólar y debe vender más de 1000 millones de reservas para que no pase los 24 pesos, si el aumento de las tasas es al 40 por ciento y se cambia la obligación de tenencia de divisas para los bancos, si se recurre al Fondo Monetario y no se descarta el Banco Mundial y otros organismos, el problema es político. Soluble. Pero sólo si se asume el diagnóstico de que esas movidas mensurables en números se deben a la falta de confianza en lo actuado por el gobierno.
El día en el que Nicolás Dujovne entraba al palacio del FMI con la intención y el deseo casi sobrenatural de que la primera dama bendijese su negociación, el corazón del elenco gobernante negaba estar en complicaciones. "Fuimos al Fondo porque estamos con una economía sólida y es mejor negociar cuando estamos creciendo", le dijo el ministro de Finanzas Luis Caputo al periodista Pablo Wende. O el tono del ministro es una ironía desbocada propia de tercer tiempo de rugby de club selecto de zona norte o el astigmatismo político es preocupante. Más que dólares en el Central, más que intereses en las tasas, lo que ocurre en nuestro país es una falta de credibilidad entre el discurso oficial y la realidad de sus votantes. En la Casa Rosada se aduce que la idea es usar un lenguaje de tranquilidad para llevar calma. Hablar con ligereza ante una situación complicada, en casi todos los órdenes de la vida, apenas provoca mayor desconfianza hacia quien alambica sus palabras.
El gobierno se resistió a decir de movida lo que es obvio. La Argentina es un país pobre con severas dificultades para afrontar lo más elemental en la subsistencia de buena parte de sus ciudadanos. Argentina es pobre. Bordeamos el precipicio. La expectativa es tener un trance calmo en el duro camino para mejorar.
Esa es la realidad que el gobierno de Cambiemos prefirió omitir y maquillar con un oasis de segundo semestre, lluvia de inversiones, brotes verdes o lo peor ya pasó. El resultado fue un shock de exigencias inmediatas para todos (tarifazo, devaluación, aumento de la presión tributaria, enfriamiento de la economía, etc, etc. ) y una postergación sin fecha cierta de expectativas y realizaciones también para todos. Sacrifíquense ahora y hagan una promesa de fe sin fecha para ver los beneficios. Casi más que un de la religión, en donde algún milagro de multiplicación de panes y Lázaros caminando se ofrecen como testimonio tangible del paraíso eterno. Acá, nada. ¿Pero no era que en seis meses o que llovería maná financiero? Nada.
La fragilidad económica de este país pobre (y empobrecido por muchos años de desastres) eclosionó ante un tropiezo menor del mundo que restringió su crédito. La magnitud de nuestra pobreza y de nuestra crisis se lee en la lista de países embrollados que compartimos con Kenia, Uganda y algún otro más. El resto, incluso los vecinos, incólumes. En el termómetro de los problemas de esta índole somos Kenia. Muchos nos sentimos Canadá sin ninguna prueba a la mano.
Ya se sabe que los humores político cambian cuando la billetera cruje. El gorilismo de muchos funcionarios hoy gobernantes debió, al menos, haberles dejado leer la frase del general Perón que ubicaba a la víscera más sensible de los hombres en el bolsillo. Es otra distorsión (política) de quienes asumieron en diciembre de 2015 que se sorprendan por lo ocurrido en la City porteña en la semana pasada. Su propio grupo de pertenencia le sacudió un aumento inflacionario de los precios básicos un mes antes de asumir. ¿Por qué no lo harían ahora? Los especuladores financieros, especularon, siguiendo su naturaleza y fugaron ante el primer atisbo de zozobra en sus ganancias irreales. Y el resto de los mortales, ubicó su péndulo emocional entre la angustia y el susto de solo escuchar la receta de ir al Fondo Monetario. Mero gesto lógico de recordación histórica.
Ahora no sólo se requiere una pericia técnica sin margen de error. Recurrir a la deuda es la única solución posible. Pero, por las dudas, el dinero que se obtenga no puede ser para lo mismo, anclado la idea de exigir sacrificio (imposible de afronta para muchos) y beneficiar siempre a los mismos pocos. El eventual préstamo del FMI quedará a disposición de la Argentina sin pisar suelo patrio para calmar la ansiedad financiera. Todo un símbolo. El resto, políticamente, debe hacerlo el gobierno. Restaurar confianza en su diálogo con la ciudadanía. Y eso es posible. Si no se persiste en el camino andado que, con evidencia, no surtió el efecto posible. Es una paradoja semántica para Cambiemos que debe demostrar estar en condiciones de cambiar lo hecho y desprenderse de sus consecuencias.
La vereda de enfrente. La oposición de Cambiemos luce descolorada sin reponerse aun del mazazo de división que le propinó el gobierno. La administración Macri lo hizo bien y los contrarios militaron con eficiencia en la torpeza y mezquindad propias.
El PRO atomizó al peronismo con el cuco de Cristina e igualó a los impresentables que cacarean recetas de solución cuando en el pasado apenas se enriquecieron personalmente y chocaron la calesita pública con los verdaderamente experimentados y con ideas para aportar. Si al gobierno le resulta urticante pensar en convocar a un acuerdo nacional, a la oposición tampoco le da el pin para sentar a todos sus economistas y ofrecer una alternativa homogénea.
Los garantes de coalición gobernante pasan de un titubeo radical al inexplicable y contradictorio discurso de Elisa Carrió, que confiesa que ni va al Congreso porque siente asco y aburrimiento o propone "liquidar" a un asesor de prensa sin que a nadie se le ocurra, al menos, una réplica de buen gusto o educación.
Algunos, cómo no, coquetean con el helicóptero. Son los bordes marginales de la política que no pueden corregir su vena autoritaria pero que no representan demasiado. Cometería un gran error el gobierno si intenta reeditar en esas voces el contrapunto para una discusión sin argumentos y meramente sanguínea. No es momento de eso. No hay margen para volver con las amenazas de asustadores que hacen flamear a los pasados fantasmas. Hay suficiente zozobra en la realidad, por la herencia de estos 29 meses de gestión como para creer que invocar lo otro, borra el presente de gran crisis política.