La media sanción sobre el tema aborto en la Cámara de Diputados fue el fruto de la conversación. La política es la expresión de la conversación pública. Por eso, los diputados que se negaron a discutir ideas se demostraron soberbios. Por lo mismo, negar la política como herramienta de consenso es un acto de autoritarismo.
Haciendo abstracción del resultado sobre el que, en lo personal, me he pronunciado reiteradamente, la conversación política recorrió el sí y el no desde el lugar de las ideas y no de las mezquindades partidarias. Los que se opusieron a la legalización del aborto, recogieron expresiones de la izquierda y de la derecha centradas en una idea. Lo propio, los que lograron más número. Eso es conversar. Eso es asumir que hay funciones del Estado que superan las obediencias debidas partidarias y recuperan el sentido de una ley como respetuosa del pensamiento diverso sin imponer criterio. Eso es entender que el Estado no está para hacer "buenos" a los ciudadanos por la invocación de la "bondad" es pura arbitrariedad. Eso es hacer política.
Por primera vez en mucho tiempo, lo ocurrido dentro del recinto del Congreso se puso a tono con una indudable evolución social que se expresó, sin ningún conflicto severo, en la sociedad volcada a la calle y a las discusiones públicas irrefrenables. Es hora que los dirigentes que aseguraban que la sociedad no estaba preparada para este debate reconozcan su grosero error o la endeblez de ese taparrabos dialéctico que sólo cubría las ganas de no aceptar el cambio de época. Las mujeres, y los sub 35, ciudadanos de a pie con ganas de rebelarse el status quo inadmisible de sus mayores, lo hicieron esencialmente posible.
El voto de los 19 diputados santafesinos es la muestra de este diálogo. Se dividieron en mitades. Diez por el no, el resto de forma afirmativa. Sin demasiadas sorpresa, todo el PRO dijo no. Paréntesis: el partido que impulsó el debate tiene al presidente, a su vice, a sus gobernadores Vidal y Larreta en contra y en un 70 por ciento rechazó la iniciativa. El primer paso en Diputados, es fruto de todo otro arco político.
Volviendo al territorio de la bota, por el si pudieron coincidir los kirchneristas con los radicales de la coalición gobernante. La negativa tradicional de diputados como Lucas Incicco resultó coherente con su historia no utilizada de manera elemental como sí se vio en legisladores como Gisela Scaglia, que sermonearon desde sus prejuicios pretendidos como norma general. El discurso de Alejandra Rodenas, de lo mejor que se escuchó en la larga sesión, recurrió a su experiencia y humildad personal de entender al que disentía luego de asistir a un desborde que osciló entre el cargo de conciencia y la sobreactuación de macchietta de Luis Contigiani. Comentario aparte o, mejor, su imposibilidad de análisis, merece la legisladora porteña Elisa Carrió, que sólo concurrió al recinto cuando estimó que debía hablar (asistir al trabajo de deliberar es obligación, no prerrogativa de nadie que entienda la igualdad ante la ley) y amenazó con dinamitar la estabilidad de la coalición gobernante ante una simple derrota de las mayorías.
Sea cual sea el resultado final del diseño de ley, sea que el Senado lo apruebe o no, el debate sobre el aborto debería servir para entender que cuando la políticas, en algunos temas centrales, se sienta a debatir argumentos diversos puede generar ideas mejores que no implican ser el "único camino", la "verdad", sino el proyecto de construir consensos escuchando y no imponiendo.
El dólar. El presidente Mauricio Macri intentó ser lo más cordial que pudo para explicarle a Federico Sturzenegger que no podía seguir en su gobierno. Cuentan los que rodearon a ambos funcionarios que las últimas dos conversaciones (telefónicas y cara a cara) elevaron el nivel de enojo del primer mandatario a un nivel desconocido. Obcecación y soberbia fueron términos que sobrevolaron los encuentros.
El presidente apeló a la admiración personal que le tiene al ministro Caputo como toda arma para vencer el momento de zozobra que se vive. Está claro que no alcanza. El nivel de desconfianza que padece es alto. No sólo porque ninguno de sus pronóstico remotos (la lluvia de inversiones, los brotes verdes, "el segundo semestre") ni los recientes ("lo peor ya pasó", "el dólar tiende a la baja", el 15 por ciento de inflación) se han verificado ni por lejos sino porque la cerrazón para hacer política se mantiene incólume. Los primeros días de mayo, Cambiemos convocó a un dialogo nacional con todos los dirigentes y anunció la reincorporación de dirigentes como Monzó, Sanz y un Frigerio recargado. En los hechos, nada.
Monzó, capaz de pilotear con magistralidad una sesión como la del aborto o conversar con todos, sigue diciendo en privado que hace falta un cambio para el cambio. Los teléfonos de los opositores racionales sigue sin sonar a no ser para prometer encuentros más sociales que de escucha real. Cuentan que Sergio Massa puso a disposición a su equipo económico encabezado por Roberto Lavagna y Aldo Pignanelli y aún espera respuesta. Desde allí, se dice que hasta ahora sólo se ve un modo de hacer política económica basado en seguir devaluando el peso para ajustar a los de siempre. Algo parecido a lo señalado en las charlas privadas con trascendencia pública de Carlos Melconián.
Quizá Macri debería tomar la experiencia del aborto. El cree una cosa y lo hizo saber públicamente. Abrió al debate y aceptó que el resultado fuera incluso el que no comparte. Propició escuchar, incluso a los que antes invocaban el dogma religioso y ahora dicen que votarán a favor (es difícil creer que Cristina Kirchner que nunca atendió las banderas del discurso de género y obturó el debate del aborto abrazándose al Papa ahora levanta la mano por el sí. Veremos). Y el resultado fue de respeto por la conversación y sin más consecuencia que haber ido más en dirección a la raíz de un tema.
¿No sería atendible este ejemplo para repetir en la economía? Prohibir el aborto provocó muertes por miles de mujeres. Sostener dos años y medio de una política económica no revirtió la crisis generada en años anteriores de desmanejos. ¿Y si conversa? ¿Y si escucha otra cosa? Hacerlo, probaría que hay vocación de corregir, tantas veces invocada en su gestión. No hacerlo, confirmar que este el modelo, ya conocido, de efectos sabidos y de consecuencias no queridas.