Roald Dahl fue un escritor de familia noruega y adinerada, que nació en Gales. Escribía cuentos maravillosos. Roald perdió a su hermana y a su padre de muy niño y fue educado en escuelas británicas. Tenía apenas ocho años cuando a él y a unos compañeros se les ocurrió meter un ratón muerto en un tarro de dulce y el director enojado los azotó. La mamá de Roald lo cambió de colegio: allí estudió fotografía y soñó con inventar una nueva barra de chocolate. De jovencito aprendió a volar y en un accidente aéreo se quebró el cráneo y perdió la visión durante varias semanas. Le dijeron que no volara más, pero le importó un cuerno y tomó parte en la Segunda Guerra Mundial.
Se enamoró, se casó y tuvo cuatro hijos: Olivia, murió, y otro, Theo sufrió un cruel accidente y enfermedad.
Hasta ahí podríamos decir que Roald no tuvo una vida fácil, pero él le encontró la vuelta. Escribió cuentos para contarles a sus hijos. Historias ocurrentes, irónicas, poéticas. Para nada ñoñas, tal vez porque su vida no lo fue.
Una buena muestra de ellas es “Charly y la fábrica de chocolate” (1964), que se hizo popular en el cine con la película de Tim Burton.
Un día antes de que el presidente Mauricio Macri viniera a Rosario en el Día de la Bandera a montar un mini acto en un club de barrio frente a una numerosa platea de niños a quienes les habló de “mafias” y un tal “Moyano”, justo me había comprado y leído el libro: “Cuentos en verso para niños perversos”, de Dahl. Bello y entretenido: me reí y lo envidié a Roald una vez más por buscarle la vuelta, de manera exquisita e inteligente, a historias trágicas como las de “Caperucita roja y el lobo”.
Cuando lo vi a Macri gritando como un monstruo frente a los chicos, recordé la escena de hace dos años cuando sentó a una nena en su falda. Ella se mostraba nerviosa, él la calmaba diciéndole “ya te vas a aflojar”, y le hablaba y hablaba. Entonces, también recordé a Roald.
Pensé que es muy buena su estrategia de escribir cuando la vida se vuelve dura o se atraviesan situaciones incómodas, insoportables o ridículas.
Ojalá las maestras les pidan a los nenes y nenas del acto que escriban o dibujen genuinamente sobre el señor que vieron hablar ayer. Realmente creo que con las palabras se pueden exorcizar los miedos, lo incómodo y lo inentendible: (N. de la R. especial para los nenes y nenas de ayer: el tal Moyano no creó la bandera junto a Belgrano).
Fíjense si no cómo pudo Rohald encontrarle la vuelta a la tragedia de Caperucita. Perdonen pero les transcribiré el final de Dahl en el próximo párrafo.
“Al poco tiempo vi a Caperucita/cruzando por el Bosque… ¡Pobrecita!/¿Sabes lo que llevaba colocado?/Pues nada menos que un tapado,/que a mí me pareció la piel de un lobo,/que estuvo una mañana haciendo el bobo”.