Rosario tenía en 1910 casi 200.000 habitantes y en sus cinco hospitales
funcionaban no menos de treinta servicios clínicos. Tenía, además, siete sanatorios privados,
varios asilos, una Asistencia Pública con numerosos servicios especializados, todo lo cual
representaba una actividad científica intensa que necesitaba de un "centro" donde se comunicasen y
controlasen las observaciones realizadas, y un órgano de publicidad que las hiciese conocer a
propios y extraños.
Juan Alvarez incluyó a la fundación del Círculo Médico de Rosario junto con la
creación de la Biblioteca Argentina y a la colocación de la piedra fundamental de los edificios del
Hospital del Centenario y su Escuela de Medicina anexa, como los acontecimientos máximos con los
cuales la ciudad se dispuso a celebrar, en "forma digna y trascendente", el primer centenario de la
Revolución de Mayo.
La ciudad contaba con un conjunto de médicos de gran jerarquía profesional y
científica. Abalos, Alvarez, Araya, Berdaguer, Borghi, Carrasco, Castellanos, Castro, Cerruti,
Corbellini, Fracassi, Fidanza, Goyenechea, Llanos, Maidagán, Muniagurria, Pérez, Sempé, Solari,
Varsi, Vasallo, Vila Ortiz, y Zeno, entre otros. Ellos se contaron entre los primeros entusiastas
en impulsar la creación de aquel centro. Los prósperos comerciantes y los profesionales de la
ciudad tenían, ciertamente, clara conciencia de las posibilidades del caudal espiritual existente,
y así nació la idea de crear los mencionados institutos de cultura superior. En el caso del Círculo
Médico, los objetivos cardinales de los fundadores fueron:
1) contribuir al progreso de la medicina, celebrando sesiones científicas,
fundando una revista, creando una biblioteca y promoviendo la educación médica continuada;
2) fomentar la solidaridad del cuerpo médico de la ciudad y la zona;
3) estimular el mantenimiento elevado del prestigio de la profesión;
4) defender los intereses generales del cuerpo médico;
5) estimular las relaciones científicas con las asociaciones y sociedades
similares del país y del extranjero.
Las ideas y la génesis del Círculo Médico se comprenden haciendo un breve repaso
ilustrativo de la época y del contexto de su fundación. En un afán de no hacerlo extenso, pueden
quedar, quedarán seguramente, circunstancias o análisis incompletos.
A comienzos del siglo XX la medicina se hallaba en una encrucijada entre la
explosión de conocimientos y una carencia de elementos efectivos para hacer frente a los problemas
de salud, agravado por el criterio eminentemente curativo de su enfoque. La cirugía, que había
salido de su etapa más oscura con el advenimiento de la anestesia y la antisepsia, aparecía
entonces como la respuesta más categórica en la mayor parte de las patologías. Así se cimentó el
prestigio de grandes cirujanos en el mundo y a su influjo también, en nuestro país y en
Rosario.
Al mismo tiempo, mantenían su fuerte presencia desde el siglo anterior los
curanderos y manosantas, cuyas actividades podrían ubicarse entre las prácticas alternativas de la
medicina oficial, con la que, exceptuando la cirugía, no había límites precisos. Es que la carencia
de recursos eficaces y de pruebas irrefutables de la utilidad de las existentes, favorecía la
apelación a recursos, muchas veces fantásticos. Florecieron, entonces, hechiceros, adivinos y
curalotodos, lo mismo que infinidad de productos de dudosa eficacia, pero promocionados para las
curas más extravagantes y diversas.
Existía además una cantidad importante de "remedios caseros" y en muchos hogares
se disponía del clásico "cuaderno o recetario familiar", en el que figuraban el té de angélica, el
membrillo, el cardo santo, la borraja, la cola de caballo, la linfa de azucena, la celidonia, la
salvia, la col, la flor morada. Los trocitos de bleque (brea) y la creta para la limpieza de los
dientes, y para las inhalaciones del invierno se usaban las hojas bajas de los eucaliptus, el
jarabe de higos para los resfríos y otros malestares. Con marca existía el "California" para la
fiebre, la tos, el aliento fétido, la indiferencia, el malhumor, el desvelo, las pesadillas, el mal
de garganta y el mal comportamiento. Laxantes suaves de azúcar y zumo refrescante asentaban bien al
estómago e intestino, eliminando bilis ácidas, aliviando el estreñimiento.
La síntesis de la situación quedó reflejada en un balance de la marcha
epidemiológica de la tuberculosis en Rosario: "En la última década del siglo XIX los enfermos
contaban con escaso amparo científico. Más adelante, cuando se contaba ya con medios y sistemas que
permitían influir sobre la evolución de la enfermedad, la reducida divulgación de los mismos no
permitía su aprovechamiento. El uso de tónicos, superalimentación, tratamientos sintomáticos,
sierras y sales de oro brindaron limitadas satisfacciones cuando fueron los únicos medios con los
que se contaba, y el diagnóstico no era precoz. Una etapa posterior se consolida con el miedo a la
tuberculosis, en la que la participación médica fue prominente".
Otros problemas ligados al ejercicio profesional y a la seguridad de la atención
y el cuidado de la salud, también preocupaban a las autoridades sanitarias de aquel tiempo. Esto
ocurría por la dudosa validez de los títulos que poseían quienes (provenientes de otros países,
especialmente) se instalaban en la ciudad y alrededores para ejercer la medicina. Los llamados
trusts de "comisionistas y corredores" de médicos y sanatorios, generaban malestar y desconfianza
entre quienes ejercían honradamente y el público en general. Valga el caso de "Un gran sanatorio
comercial" denunciado por el diario El Mensajero, en el que informaba de un grupo de "médicos de
Buenos Aires, (que) en combinación con una recua de fonderos sinvergüenzas de esta ciudad, acaban
de constituir un infame trust, para explotar miserablemente a cuanto pobre enfermo cae en sus
manos, por intermedio de comisionistas que tienen a sueldo".
En los diarios locales de la década de 1910 el Círculo Médico advertía a los
enfermos de la campaña que muy frecuentemente en sus viajes a esta ciudad encontrarían en los
trenes, en las fondas, restaurantes, etcétera, individuos que simulando interesarse por sus
dolencias, les recomendarían tal o cual médico, ofreciéndose ellos mismos a llevarlos al
consultorio del facultativo o a determinados sanatorios, de quienes son corredores y de los cuales
hacen elogios extremados. Previendo los grandes perjuicios que esto pudiera ocasionar, se
recomendaba desconfiar de estos sujetos "que sólo tratan de engañar a los enfermos con fines
puramente comerciales, como son los de obtener del médico una comisión en dinero que resultará
siempre lesionando los intereses del paciente".
(*) Facultad de Ciencias Médicas, UNR