Hay varios personajes de la historia de la humanidad que constituyen modelos, paradigmas, base
de sustentación y luz para la nada fácil tarea de vivir y trascender. Sí, trascender digo, porque
la vida implica eso, trascendencia a través del compromiso con uno mismo y con el otro, lo demás es
mero permanecer, es pura y vana existencia. La vida, considerándola en su dimensión absoluta, es
mucho más que cumplir funciones de carácter biológico y mental, va más allá de la consecución de
metas materiales o la gloria del éxito considerado éste en su acepción vulgar, finita que le ha
dado este nuevo y descabellado orden de cosas. Quien pone las esperanzas en las cosas del mundo
como propósito final y definitivo, seguramente se encontrará, antes o después, con un vacío y una
tristeza existencial asfixiante y peligrosa. Por eso cuanto más pronto el ser humano descubra la
verdad, más posibilidades tendrá de no caer presa de la soledad y del fracaso. Uno de estos modelos
de los que hablo es, sin lugar a dudas, Martín Luther King, un hombre admirable y admirado por su
riqueza espiritual, por sus convicciones, por su deseo de justicia, por su esperanza, por su fe y
por su servicio. Martín Luther King trascendió porque vivió de verdad. Y vivió porque existió para
servir, para entregarse a los demás. Este hombre dijo una vez que la discriminación de los negros
está presente en cada momento de sus vidas, sólo para recordarles que la inferioridad es una
mentira que sólo acepta como verdadera la sociedad que los domina.
Este pensamiento es inmensamente rico, absolutamente hondo y sobre el gira la reflexión de hoy.
Desde luego que el espíritu de la idea del pastor, defensor de todos y verdaderos derechos del
hombre y de todos los hombres, no vuela en torno, solamente, de la problemática del color de la
piel, sino, especialmente de la discriminación que padecen muchas personas y por diversas razones.
Si hay una sociedad en las que hay una fuerte presencia de grupos discriminadores, esta es, sin
dudas, la sociedad argentina. Y, naturalmente, hay sectores y personas que se distinguen por su
actividad discriminadora o su pasividad cómplice y no menos peligrosa. En este país fueron y son
muchas las víctimas de la discriminación que padecen el agravio de mentes soberbias y desdeñosas.
Hagamos un repaso rápido de dichos populares que tienen un fuerte contenido discriminatorio y que
ayudarán al lector a recordar en qué niveles y ámbitos cotidianos se agita este fantasma.
Imagínese, por favor, el tono despectivo: “Este gordo...”. “Es un
judío...”. “¡Pero vos podés crees este negro de...!” “¡Es un
mariconazo!”. “Estos bolitas...”. “Estos paraguas...”. “¿¡Podés
creer esta sirvientita!?” “¡Tenía que ser una mujer, porqué no va a lavar los
platos!”.
Entre muchas más, estas son las usuales. Están las otras, más específicas, a veces silenciosas,
pero a la vez más crueles y de resultados devastadores. ¿Por ejemplo? El docente que le dice a su
pequeño alumno: “¡No seas burro!”. El docente que no tiene ni paciencia ni amor para
enseñar a quien necesita un poco más de tiempo para comprender y hacer suya una idea o enseñanza.
El director de una escuela que le busca la vuelta a la cuestión para no recibir en su
establecimiento a un chico o joven que padece determinada dificultad o no se ajusta al modelo del
actual sistema (que como modelo deja mucho que desear). En fin, los ejemplos abundan.
Pero la discriminación no cesa con estas cuestiones. En el ámbito laboral, por ejemplo, hay una
exhaustiva selección más propia de los ideales del “tercer reich” (no se merece la
mayúscula) que con los principios de respeto, justicia, libertad e igualdad. Así, aquellos seres
humanos que padecen algún trastorno que los inhabilita (en algunos casos y no en todos) para una
tarea, este sistema perverso se encarga de “discapacitarlos” para todas las labores. En
realidad se trata de personas con potenciales como otras, pero son repudiablemente descartados sólo
porque la moda y el estándar de este posmodernismo competitivo así lo impone.
¿Cuál es la diferencia entre los criminales que sustentaban la teoría de la pureza de la raza y
estos representantes de la fatuidad más execrable? En el fondo ninguna.
A los 45 años una persona, aunque sea talentosa, tenga voluntad, vocación y deseos de darse y
comprometerse en un trabajo, es vilmente separada del requerimiento empresarial. ¡Ni hablemos de
los seres de la tercera edad! El requisito de “buena presencia”, por lo general, debe
entenderse (especialmente en el caso del género femenino) como ser poseedora de un cuerpo
cautivante. Así, la mujer es degradada a la mera condición de cosa y poco importa su talento, su
bondad, su honestidad, sus deseos de abocarse a una tarea y su brillantez espiritual.
¿Cuál es la situación para otras personas que, por ejemplo, deben desplazarse en sillón de
ruedas o padecen síndrome de Down o alguna otra dificultad física, neurológica o psicológica? Poco
feliz, por no decir desafortunada.
Lo mismo ocurre con aquellos que sin signos evidentes de padecer un problema, lo tienen. Un
ejemplo es el chico mal llamado “burro” o el joven calificado como “vago”.
Sería bueno que algunas mentes que dicen ser lúcidas, talentosas y “exitosas” repararan
en el hecho de que no existe el burro ni existe el vago, sólo existen personas que, por diversas
razones, padecen los efectos de causas que ellos no buscaron ni quisieron. La “burrada”
es la de aquellos que no entienden que la vagancia, por ejemplo, es una patología que se produjo
por alguna razón orgánica, psicológica o espiritual y que quien la padece no la desea, pero no
alcanza a superar por sus propios medios.
Lamentablemente, el Estado Argentino, históricamente, no ha puesto el énfasis necesario para
poner fin a estas barbaridades que se sufren más en los ámbitos educativos (muchas veces privados y
algunos paradójicamente “religiosos”) y en el mercado laboral. En muchas ocasiones, la
construcción de una rampa se ha “vendido” como toda una cruzada y logro a favor de las
personas con atributos diferentes; pero la verdadera rampa, esa que permita pasar a estos seres a
una vida de servicio, plenitud y dignidad, esa no se ha construido.
El gobierno provincial, a través de la subsecretaria de Inclusión, Silvia Trócoli, ha abordado
este tema y tal parece que hay un fuerte deseo de comenzar a trabajar en este aspecto importante.
En buena hora. Es menester que todos, pero especialmente algunos sectores, empiecen a comprender
que todo ser humano está capacitado para cumplir un rol en la vida y que los verdaderos
discapacitados son los otros, aquellos que no alcanzan o no quieren entender la dimensión de esa
verdad. Retornando a Luther King, es imprescindible cultivar la idea de que la inferioridad, la
inutilidad, en cuanto se habla del ser humano, es una mentira que pergeñan algunos basados en
fundamentos ideológicos propios de la malignidad y la negación del bien, o por la falsa creencia de
que el rendimiento de una persona está vinculado a la completitud que exige el sistema, como si
hubiera sobre la faz de la tierra un ser humano completo.