Parecen locos con carné. Autitos chocadores en una micropista en la que
solamente hay conductores de la escudería K. A poco más de 4 meses de haber asumido, la presidenta
Cristina Fernández de Kirchner se encuentra en su peor momento, esmerilada por errores propios,
pero mucho más por un vaciamiento de poder que se cocinó intra muros, en el propio Palacio de
Gobierno, con el tan mentado doble comando que ya ni siquiera pareciera eso: el jefe sigue siendo
Néstor Kirchner.
La sociedad asiste, perpleja y angustiada, a una guerra de egos, vanidades y
sesgo autoritario que pone en peligro lo mejor que se hizo desde el 2003 hasta hoy: cierta mejora
económica que fue retribuida en las urnas. La renuncia de Martín Lousteau al Ministerio de Economía
es apenas una cuestión empírica que demuestra el estado de las cosas. El golden boy tenía el boleto
picado desde el mismo momento en que asumió. Néstor jamás pudo congeniar con el titular de
Hacienda, dueño de un estilo tan cercano a él como Rosario de Alaska.
Lousteau, como cualquier economista que posea un background medianamente
frondoso, sabe que el verdadero fantasma que empieza a mostrarse por debajo de la sábana no es el
conflicto del campo, el humo insoportable que rodea a las grandes ciudades o el conflicto con los
medios: el problema es la inflación, a la que Kirchner (que es Néstor) quiere aplacar a rebencazos
con Guillermo Moreno, quien parece un dibujito animado pero es funcional y estratégico a la hora de
mostrar lo inmostrable. Por ejemplo que la inflación es del 1,1 por ciento.
Pero Moreno ya acompañó a varios al cementerio; él siempre se queda en la
puerta.
La omnipresencia de Kirchner (como un vampiro rabioso) vació de sangre a la
presidenta, a quien le tocó el rol la semana pasada de emprender un rally por algunos focos de
incendio, recibir a la princesa Máxima o fotografiarse con Pablo Echarri. ¿Doble comando o poder
real y poder formal?
No habría que ensañarse con la pobre Cristina: su problema es de fondo. No tiene
a quién echarle la culpa por la herencia recibida, un pase de torero que le sirvió a todo gobierno
que llegó a Balcarce 50. Ella es heredera de su marido. No existen razones para que la Argentina
haya ingresado a una nueva crisis política, lo que da lugar a que los rumores y la carne podrida
recirculen a la velocidad de la luz.
Un gobierno que tiene casi 50 mil millones de dólares en el Banco Central, un
superávit de caja inédito y un horizonte político despejado de oposición tendría que estar por
estas horas craneando cómo hacer para que la coyuntura no sea un veranito de ocasión. Pero no, ahí
están, chocando entre ellos, jugando a una interna tenebrosa entre halcones y palomas.
La lógica del núcleo duro del kirchnerismo es: o están con nosotros o están
contra nosotros. Y el que pretenda desviarse de la ruta tiene un destino conocido, al que Carlos
Reutemann le puso nombre: Siberia. Ese lugar que conocen Rafael Bielsa, Horacio Rosatti, Sergio
Acevedo, Gustavo Beliz (y siguen las firmas).
"Quienes conocemos cómo fue la lógica del poder en Santa Cruz no estamos
sorprendidos. Néstor logró santacrucificar el país en muy poco tiempo, la sociedad se lo permitió.
Vio en él a alguien que tenía autoridad y contrapuso esa imagen a la de Fernando de la Rúa. Pero
eso se puede hacer mientras los bolsillos están un poco más hinchados, ahora es otra historia",
dice a LaCapital un histórico asesor de los Kirchner, quien cuenta una anécdota increíble pero
real: "Sergio Acevedo fue amigo del ex presidente, lo hizo gobernador, titular de la Side, pero
cuando le marcó algunos desaciertos terminó dando clases en una escuelita de Pico Truncado. Un ex
secretario de Gobierno tomó su propia revancha: vende café en la puerta del hotel que frecuenta
Néstor en Río Gallegos".
Ese estilo de gobierno es el que está en crisis, la presidenta debe reaccionar
rápidamente y hacer lo que debe. Bajar los niveles de tensión, quitarles histrionismo a sus
apariciones públicas, abrir el juego y disciplinar el frente interno. Una apuesta al sentido común,
ni más ni menos.
¿Por qué el Ejecutivo no puede coordinar un relanzamiento de la gestión prolijo,
alejado de los traumas que sobrevuelan la Quinta de Olivos? Nadie reparó en un dato: la renuncia de
Lousteau, confirmada entre gallos y medianoche, no tuvo ningún vocero oficial que la ratificara en
conferencia de prensa. Mucho menos que explicara los porqués.
De la nuca. Créase o no, el encargado de transmitir los fundamentos de la
dimisión fue el ex presidente subido a una tarima en la inauguración de una unidad básica del
conurbano. A puro grito, la emprendió contra quienes quieren "enfriar" la economía, alineándolos
con los noventistas. Un tiro al corazón del pobre Lousteau. "Yo me voy al carajo, estos están todos
de la nuca", dicen que dijo apenas vio y escuchó a Kirchner desde su despacho.
Carlos Fernández aparece apenas como un nombre, un apéndice de Néstor Kirchner,
a quien de ahora en más todos verán como el dueño del poder dentro del poder. Una insensatez que
pondrá en aprietos a la jefa del Estado. Cristina debe actuar aquí y ahora, sin gritos pero con
decisión.
El gobernador Hermes Binner contó alguna vez en una reunión privada cuánto le
costó desprenderse de su rol de intendente: "Mil veces tuve ganas de levantar el teléfono y decirle
a Miguel (Lifschitz) qué tenía que hacer. Pero, por suerte, no cedí a la tentación". Néstor, un
bulímico del poder, debería aprender esa receta.
Se escribió aquí en los momentos de mayor esplendor del kirchnerismo que un
gobernante que es más temido que amado corre el riesgo de ver esfumar su poder apenas el muro
comience a agrietarse. Y las grietas terminaron por visualizarse cuando las cacerolas y los
piquetes (paquetes o no tanto) le produjeron el primer desafío serio.
Ahora el frontón presenta demasiados huecos. Casi todos producidos por los
autitos chocadores de la escudería K, y no por la acción de la oposición, que vive de siesta en
siesta. Salvo Binner, quien, con seis palabras, trasladó el sentimiento colectivo: "Necesitamos que
haya un solo presidente". Nada más real.
mmaronna@lacapital.com.ar