El 12 de octubre de 1963 asumió la Presidencia de la República el doctor Arturo
Illia. En su discurso inaugural ante el Congreso admitió desvirtuaciones institucionales en clara
referencia a la proscripción del peronismo y señaló la necesidad de otros rumbos para el
perfeccionamiento democrático. También dijo que debíamos luchar por el hombre mismo, porque la
evidencia humana es la que hace bambolear los tiranos y falsos dioses. Y agregó: si no sabemos con
seguridad que nuestra verdad es la verdad, sabemos bien en cambio, dónde está la mentira. Esta
frase sintetiza de alguna manera el pensamiento del hombre nacido en Pergamino y afincado en Cruz
del Eje como médico ferroviario por gestión de Hipólito Yrigoyen. Desde allí forjó una carrera
política, que muchos ignoran y que debió recorrer un largo camino hasta llegar a gobernar los
destinos del país.
Illia, inquieto en su juventud realizó en 1934 una visita de seis meses a
Europa, recorriendo gran parte de ella y observando con preocupación los regímenes totalitarios
implantados por el fascismo y el nazismo. Hombre culto a quien siempre le interesó rodearse de
jóvenes trasmitió sus vivencias y sus conocimientos nacidos de la lectura de Locke, Montesquieu,
Kant, Max Weber, Laski, Albert Camus y por supuesto todo lo referido a Krause, base del
republicanismo socialista no marxista. A su regreso de Europa continuó militando en la Unión Cívica
Radical y logró una banca en el Senado de Córdoba en 1936. Luego acompañando en la fórmula a
Santiago del Castillo asume como vicegobernador de la provincia realizando juntos una verdadera
gestión progresista.
Austero desde siempre y luego del golpe militar del 43, Illia retomó su trabajo
profesional. Sus vecinos de Cruz del Eje, sabiendo que atravesaba una difícil situación económica,
organizaron una colecta para comprar una casa y obsequiársela para que pudiera reintegrarse al
pueblo y seguir ejerciendo la profesión. En 1948 asumió como diputado nacional integrando el famoso
bloque de los 44, presidido por Balbín y Frondizi. El 18 de marzo de 1962, Illia se impuso en los
comicios para gobernador de Córdoba, lo propio ocurrió en Santa Fe con Carballo, pero las
elecciones fueron anuladas ante el triunfo del peronismo en la provincia de Buenos Aires. Diez días
después Frondizi era depuesto y el 29 de marzo juraba José María Guido.
Hubo que aguardar hasta 1963 para que se impusiera la fórmula de la Unión Cívica
Radical del Pueblo compuesta por Illia y Perette. El magro 25 por ciento de los votos sostenidos
contra un 18 por ciento en blanco sería un obstáculo a lo largo de toda su gestión.
De todas maneras Illia realizó una muy buena gestión que hoy admiten aún
aquellos que fueron acérrimos adversarios e incluso periodistas que pasaron por las redacciones de
diarios y revistas y luego confesaron su arrepentimiento por su conducta cuasi golpista. El
gobierno radical, apenas asumió estableció líneas de crédito para empresas que utilizaron mano de
obra. El objetivo principal fue disminuir la desocupación y no incrementar la deuda externa. Para
el campo también hubo créditos para regularizar la situación impositiva. El producto bruto interno
tuvo un crecimiento del 10,3 por ciento en 1964, luego de dos años seguidos de cifra negativa y 9,1
por ciento en 1965.
El producto bruto industrial, siempre según datos oficiales del Banco Central,
creció en 1964 18,9 por ciento y en 1965 13,8 por ciento. Las cosechas de cereales y lino sufrieron
un notable incremento de la superficie sembrada y la siembra de trigo aumentó un 31 por ciento en
un año. El gasto público disminuyó entre 1962 y 1966 del 28,2 por ciento al 26,9 por ciento con
aumento en el presupuesto destinado a educación y salud.
La redistribución del ingreso se realizó en sentido progresivo y al momento de
la caída del gobierno de Don Arturo la tasa de desempleo era del 5,2 por ciento y el primer
semestre del 66 arrojó una inflación del 6,2 por ciento.
A pesar de todos estos logros, de un vigoroso plan de alfabetización, de la
libertad absoluta en la universidad, de la ley 16462 de medicamentos que regulaba su fabricación,
distribución y venta al público, de una política internacional que permitió un importante éxito
diplomático en el reclamo sobre las Islas Malvinas, ya que la Asamblea General de las Naciones
Unidas se declaró competente y recomendó el inicio de negociaciones bilaterales. Además la creación
del Consejo Nacional de Desarrollo promovió la siderurgia, la petroquímica, celulosa, la
forestación, pesca marítima y fluvial, la minería y la industria de la construcción. Se
contemplaron también proyectos en inversión en energía eléctrica como el Chocón y Salto Grande, se
mejoró el transporte y se amortizó la deuda externa que era prácticamente inexistente.
Sin embargo, nada de ello alcanzó. Paros, protestas, ferrocarriles paralizados y
en algún momento hasta once mil establecimientos industriales paralizados fueron generando un clima
que lamentablemente fue creciendo y que permitía observar cómo Onganía por un lado y algunos
dirigentes sindicales por el otro, fomentaron hasta que el país desembocó una vez más en un golpe
militar. También Alvaro Alsogaray hizo lo suyo desde recordados programas de televisión.
Respecto a los contratos petroleros Gustavo Soler tiene dicho: "Que Illia no
quiso impedir que las empresas privadas explotaran los pozos de petróleo. El sabía que se habían
celebrado contratos millonarios en los que se habían recibido dádivas y que aquéllos tenían como
finalidad únicamente extraer el petróleo. Arturo quiso que se modificaran estos contratos llevados
a cabo con dinero extra para los gestores, es decir, concretados de una manera inmoral".
Así se arribó al 28 de junio, día en que este hombre que nunca tuvo apego a los
bienes materiales, de espíritu "gandhiano", silenciosamente y luego de soportar la presión de los
golpistas que ya acariciaban el poder y que entraron a punta de pistola a la casa de gobierno, se
retiró apenas acompañado por un grupo de militantes y colaboradores. Antes dijo: "Ustedes son los
salteadores de la noche que vienen a usurpar el poder. Se van a arrepentir". Luego quedó solo,
meditó un rato, tomó un taxi y tras recorrer la ciudad por algunos minutos, al observarla
indiferente y lejana, se dirigió hasta Martínez (provincia de Buenos Aires), descendió del
vehículo, tocó el timbre de la casa de un hermano y le preguntó si esa noche podía dormir ahí.
Quiero finalizar esta nota con una frase de Borges: "Un hombre sólo muere cuando
el último hombre que lo ha conocido muere a su vez, es decir cuando ya no queda nadie que pueda
recordarlo de viva voz".