Recorriendo el norte santafesino no puedo parar de preguntarme por qué renegamos tanto de nuestro paisaje. ¿Como puede ser que sintamos tan ajeno todo esto?
Por César Massi
Recorriendo el norte santafesino no puedo parar de preguntarme por qué renegamos tanto de nuestro paisaje. ¿Como puede ser que sintamos tan ajeno todo esto?
Nuestra provincia tiene más de lo que pensamos y tenemos un paraíso increíble para descubrir en Calchaquí: la laguna El Cristal. Un espejo de aguas cristalinas rodeado de bosques, playas de arena blanca y fina, árboles caídos tapizados de helechos y cactus, un silencio que por momentos impresiona. Frecuentemente lo que parece ser el sonido de una brisa termina siendo el aleteo de las enormes bandadas de aves que sobrevuelan a muy baja altura. No es una metáfora: se escucha a las aves volar.
Para un amante de la naturaleza, la sensación de estar caminando estas playas con el espejo de agua quieta a un lado y los bosques al otro es indescriptible. Hay mucho para caminar en la laguna, tanto para el norte como para el sur, y también dentro de ella. Quinientos o seiscientos metros aguas adentro y solo nos mojamos hasta las rodillas. Y por supuesto, nos vemos los pies. Y las almejas.
Recorrer los caminos marcados en la arena o los senderos rurales que surcan la zona de la laguna nos enseña la dinámica de esa geografía. Ganaderos, pescadores, habitués del camping: no es frecuente encontrar a mucha gente en esta época. Y quizás por eso los más experimentados en entender rastros podrán encontrar huellas de una abundante cantidad de animales. Zorros, gatos monteses, guazunchos y hasta el mítico Aguará Guazú: "Ah sí, esos andan por acá", nos dicen en el camping. La cartelería además anuncia la presencia de ñandúes, carpinchos, yacarés y charatas. Ahí no tuvimos suerte.
Pero como el bosque tira, prefiero las botas y adentrarme. A la laguna la rodea una franja de bosques donde sobresalen el guaraniná, los ombúes (que en el monte cambian su fisonomía: son altos y de tronco único, dejando ese mote de hierba gigante), algarrobos blancos y negros, mistol, viraró y algún quebracho blanco perdido. Con un poco menos de altura aparecen en gran cantidad el canelón, el tembetarí, los molles y el palo tinta.
Las playas, como en las partes altas del Paraná, tienen abundancia de espinillos.
Tengo una debilidad por el monte, debo admitirlo. Pero no deja de asombrarme que en estos bosques cada árbol sea un ecosistema en sí. Los ejemplares de troncos añosos están cubiertos de más vida: helechos, cactáceas, bromelias. No importa la altura, casi todos los ancianos del bosque son jardines verticales. Estamos acostumbrados a ver eso en los ambientes más húmedos, en el río, que es lo que tenemos a mano. Pero estos bosques tienen su magia particular y la biodiversidad que encierran es gigante. En cada lugar que mira uno encuentra algo diferente.
Por si fuese poco, se puede caminar hacia afuera del camping y encontrarse en pocos kilómetros con pajonales, bañados y fragmentos de quebrachales que si bien están algo degradados, albergan ejemplares de quebrachos colorados y blancos bastante grandes. Estos gigantes del monte no deberían pasar inadvertidos. El quebrachal, aun tan castigado, está en el ADN del norte provincial.
Con tanto despliegue de naturaleza, el potencial de El Cristal para el ecoturismo es gigante. El avistaje de aves es un turismo de todo el año y en un par de días se puede pasar el centenar de especies. Los enormes jotes volando, en lo alto del monte posadas las águilas negras y moras, aguiluchos y caranchos. Decenas de aves pequeñas en la enramada, las brasitas de fuego, los anambé, los boyeros que engañan con el canto. Uno puede avistar muchas aves sin moverse del camping. Teniendo tanto alrededor, mejor mirar a la laguna y ver el festival de aves que viven de ella. Quizás entre gaviotines, garzas y teros podamos tener la suerte de ver al pasar el rosa de algún flamenco, siempre abundante en esta zona de lagunas.
Al volver, ya se extraña. Así que recomiendo ir, porque uno queda maravillado. Sabe a descubrimiento. Siente la necesidad de transmitirlo.
Ojalá entre santafesinos nos pudiéramos contar estas cosas, que existen estos rincones que vale la pena conocer. Tomar un mate admirando nuestro paisaje. Vivir un rato allí, sin señal en el teléfono. Recorriendo con la ventanilla baja esos caminos de tierra.