"Si no se cambia hoy, no se cambia más", canta Luis Alberto Spinetta en la canción Agua de la Miseria. La sensación es que esa misma cita podría haberse utilizado hace 20 años como contexto de las inundaciones aquí, allá y en todas partes de la Argentina. Nada cambió. ¿No se cambia más?
En el domicilio de un jefe político del Frente Progresista se deja ver un afiche encuadrado en miniatura de "Los inundadores", postal de campaña que la Alianza Santafesina utilizó en 2003 para hacer proselitismo contra el peronismo. Eran los tiempos en que el peronismo gobernaba la provincia de Santa Fe y el socialismo y los radicales estaban en la oposición. Hoy, las chicanas políticas funcionan a la inversa, con el PRO, además del peronismo, como opositores.
El ejemplo intenta demostrar la circularidad de los problemas en la provincia de Santa Fe que, por añadidura, podrían maximizarse a cualquier otro Estado del país. Todo es circular, todo vuelve.
Esa reproducción permanente de las formas es lo que impide la salida del túnel, del mito del eterno retorno: sin política de Estado respecto a las obras de infraestructura entre provincia y Nación no habrá resolución de los problemas hídricos que tiene Santa Fe.
Ejemplo: en sur-sur provincial hay no menos de 20 canales clandestinos. Hoy, se suceden las tirrias entre presidentes de comuna santafesinos y del noroeste bonaerense, repletos de acusaciones mutuas por los desvíos de las aguas.
Chicanas aguadas.
No es Santa Fe el único enclave nacional que padece las consecuencias de la marabunta pluviométrica combinada con chicanas políticas. En la provincia de Buenos Aires sucedía lo propio cuando gobernaba Daniel Scioli y sucede ahora con María Eugenia Vidal, quien, para colmo de males, se encuentra de vacaciones en México. Abundan las chicanas políticas, faltan las soluciones.
En este contexto, los que padecen las inundaciones como lo que verdaderamente representan (una mezcla de tragedia y desesperación) son los pobladores de las zonas afectadas. Para ellos, escuchar a los gobernantes intentando sacarse de encima las responsabilidades, acusando a otros gobernantes por el agua que llega de otras provincias, es un aporte más a la confusión.
La enrevesada situación política que atraviesa la provincia de Santa Fe tampoco salió indemne de la crisis hídrica. Lifschitz prefirió no esperar a que bajen las aguas y echó al secretario de Recursos Hídricos, Roberto Porta, un funcionario referenciado directamente en José Corral y Mario Barletta, las dos espadas radicales del macrismo en el territorio.
Al tiempo que Barletta y Corral consideraron públicamente a Porta como una maravilla de funcionario, casi como el mejor de todos los tiempos, en la Casa Gris hablan de él como si fuese la reencarnación del mal. Con amigos así, de los dos lados, quién necesita adversarios.
"¿Algún periodista rosarino conocía la cara de Porta, lo vio recorriendo alguna obra en Rosario, lo escuchó en los medios. Estamos muy agradecidos de que Corral y Barletta acompañen los pedidos de obras para Santa Fe ciudad, pero la realidad es que las únicas obras ahí las está haciendo el gobierno provincial. Pretendemos otros tipos de funcionarios, diferentes a Porta, que recorran los territorios y estén cerca de la gente", reveló una alta fuente de Gobernación a LaCapital.
Desde el lado del Grupo Universidad, sector interno de la UCR en el que tallan Barletta y Corral, estaban que trinaban, ayer, con la salida de Porta. "Es una locura lo que hizo Lifschitz. Si las cosas venían tan mal con Porta, debió haber esperado para sacarlo del cargo, así no se actúa en política. Lo usaron a Porta de chivo expiatorio, justo a él que fue el mejor en ese sector", despotricó una espada ucerreísta.
La mejor noticia para los que están viviendo con el agua en los pies viene con el pronóstico meteorológico: cielo despejado y sol intenso. Debería ser acompañada por una rápida salida de la emergencia, de la mano de una presencia coordinada de Nación y provincia. Todo lo demás es secundario, aunque otros sostienen que la situación está a merced del monocultivo de soja y la falta de rotación de cultivos. Dicen los que saben que sólo consumen 400 a 500 milímetros de agua "y el resto recarga los acuíferos, a diferencia de los pastizales que absorbían 1.000 milímetros durante todo el año".
Sea como fuere, la lluvia desnuda las improvisaciones y las faltas de respuestas. Mientras dura el temporal todos hablan de lo que hay que hacer, pero cuando el tiempo pasa nadie se acuerda del largo plazo, las obras necesarias y las políticas de Estado. Siempre queda, eso sí, la tirria política de baja estofa, que puede servir —o no— para sacar un voto más.
Las inundaciones, al fin, siempre demuestran las carencias de los Estados, pero, también siempre, les dan oportunidades a esos mismos Estados para reconstruir la emergencia. Para poner en pie lo que se cayó. Carlos Reutemann en 2003, pese al mote de "inundador", cosechó porcentajes de voto superiores al 65 por ciento en las zonas más castigadas.
Por cuestiones a veces indescifrables, las sociedades siempre consideran mejor a los funcionarios que ve en sus barrios, en sus pueblos. No se trata del "Síndrome de Estocolmo", como alguna vez dijo Hermes Binner. Es algo más profundo. Tampoco se piden en el cortísimo plazo megaobras espectaculares. Para empezar, basta con que los gobiernos coordinen lo que tienen que hacer. Eso se llama sentido común.
En toda crisis hay también una oportunidad. Depende ahora de cómo lo resuelvan los gobiernos. En un año electoral. Nada más ni nada menos.
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