Por Ricardo Luque
“Cuando todo esto termine y volvamos a la normalidad…”, se convirtió en la frase más repetida durante la cuarentena. Promesas sobre el bidet, diría Charly; vanas esperanzas, susurra la realidad. Lo único cierto de la pandemia es que, cuando pase, porque inevitablemente va a pasar, porque todo pasa, nada va a ser lo que fue, ni se volverá al punto de partida, y seguramente lo que era incipiente será cotidiano.
“El mundo no va a ser como era, no quiero decir que va a ser mejor ni peor sino que habrá cosas distintas”, reflexionó Pepe Mujica, desde la chacra donde está recluido desde que el temor al coronavirus se apoderó del mundo. “¿Se vendrá masivamente la enseñanza a distancia?, ¿el teletrabajo será una forma masiva que adquirirán las sociedades modernas?, ahora vamos a ver todos esos caminos”, se preguntó en voz alta.
Los interrogantes son pertinentes. Ni bien se decretó la cuarentena, Telecom mandó a más de 10 mil empleados a hacer “home office” y no perdió productividad. La atención al cliente, que antes se centralizaba en “call centers”, sus representantes la realizaron desde sus casas y el 80 por ciento del monitoreo y la operación de la red se controló a distancia. Algo que antes del aislamiento social, preventivo y obligatorio era inimaginable.
La crisis sanitaria que provocó el Covid-19 aceleró la transformación digital, quebró resistencias e impulsó cambios en la comunicación, el trabajo y el aprendizaje. Las escuelas se cerraron pero no se dejó de dar clases. En Santa Fe se puso en marcha el programa Seguimos Aprendiendo en Clase del que participan unos 10 mil docentes que, a través de redes sociales y Google Classroom, mantienen vivo el contacto con sus alumnos.
De un día para el otro Zoom pasó a ser parte de la vida cotidiana, los cumpleaños, las reuniones de trabajo, las sesiones legislativas, las conferencias de prensa, se mudaron a la aplicación que, una semana antes de la cuarentena, sólo un puñado de visionarios sabía que existía. No reemplaza el apretón de manos, ni a mirarse a los ojos, ni mucho menos esa vibración que hay en el aire en los encuentros cara a cara, pero es eficaz.
Los optimistas de la innovación confían en que el protagonismo que cobró la tecnología a partir de la pandemia cambiará las organizaciones, que dejarán de ser piramidales para volverse más circulares, con una fuerte incorporación del trabajo remoto. Los pesimistas, auguran un futuro en el que el empleo tal y como lo conocemos desaparecerá y la flexibilización laboral aplicará el modelo de Uber al todo el mundo del trabajo.
La revista especializada en temas económicos Forbes publicó un relevamiento que asegura que el home office aumentó la productividad un 28 por ciento de las empresas durante la cuarentena. Los ojitos les brillaron a los gerentes de Recursos Humanos que imaginaron un futuro con una drástica reducción del área de trabajo de las oficinas y, por lo tanto, de los gastos operativos de las empresas, claro, con el grueso del personal trabajando en casa.
La pandemia obligó a una digitalización masiva y a un home office forzado. Se hizo con los equipos y los servicios a cargo de los trabajadores, lo que aumentó sus gastos de luz, teléfono e internet, además sumó un factor de estrés extra al confinamiento en el hogar. El gobierno tomó nota de la situación y el ministro de Trabajo, Claudio Moroni, elaboró una resolución orientada a regular el teletrabajo y proteger los derechos laborales.
El comercio, fuertemente afectado por la pandemia, sufrirá cambios. Poco a poco se consolidará el e-commerce que, en los países centrales, puso en jaque a la cultura de los shoppings. A partir de las restricciones que impone el distanciamiento social la modalidad se aceleró y, ante la imposibilidad de los clientes de llegar al mostrador, los negocios pusieron sus catálogos online, mientras buscan cómo optimizar la distribución.
La Municipalidad de Rosario lanzó Vidrieras en Red, una plataforma digital para que los pequeños y medianos comerciantes locales pueden vender sus productos de forma fácil y segura en el marco de la pandemia. No es Amazon, que multiplicó sus ventas desde que se desató la crisis sanitaria del coronavirus, ni Mercado Libre, sino una herramienta que ofrece una alternativa a un sector muy golpeado, pero revela un crecimiento del “shopstreaming”.
Desde su lanzamiento el 20 de abril se sumaron 2.500 comercios, un 25 por ciento de los que no tenían experiencias previas de comercio online, tan sólo un 30 por ciento publicitaban sus productos en redes sociales, sin tener una estrategia concreta de venta digital. Se ofrecieron unos 23 mil productos, en su mayoría del rubro textil y comestibles, la mayoría de los comercios se concentran en el área central los de los barrios se sumaron entusiasmados a la propuesta.
El transporte público planteó un interrogante. Nadie sueña con un mundo como el de “Volver al futuro” con autos voladores y zapatillas que se atan los cordones solas, hoy el gran anhelo es que no se viaje en colectivo, subte o tren hacinados como vacas que van al matadero. Acaso haya que escalonar los horarios del trabajo presencial y las escuelas para evitar los horarios picos e impulsar otros medios de transporte, como la bicicleta.
Son muchos los riesgos y desafíos que plantea la pandemia, en el mundo de la educación, del trabajo y de la comunicación, también en el del control. A partir de la amenaza del coronavirus, se activó un seguimiento de los ciudadanos que combina sensores, inteligencia artificial y poderosos algoritmos. Con la excusa de detectar y prevenir la enfermedad, se pusieron en marcha mecanismos de vigilancia masivos que encienden luces de alerta.
El coronavirus es la primera pandemia que se enfrenta con armas digitales. Los dos gigantes tecnológicos Google y Apple anunciaron con bombos y platillos que se asociaron para desarrollar una app para hacer un seguimiento de los casos de Covid-19 desde el celular. La intención es, en aras de favorecer la salud pública, hacer un relevamiento en tiempo real de la pandemia. ¿Quién va a mirar la letra chica si el fin es así de altruista? Habría que hacerlo, con sumo cuidado, porque lo que está en juego es la privacidad y, por lo tanto, la libertad.