En el rol tradicional que le adjudicó la modernidad, el hombre era el jefe de
familia que se desentendía de las situaciones de la casa y el cuidado de los hijos. Su función era
la de proveedor del sustento familiar. A este papel las feministas lo criticaron, tildando a la
división del trabajo tradicional de machista y autoritaria, porque a su juicio colocaba a las
mujeres en un lugar subordinado. Pero el jefe de familia, libre de los quehaceres domésticos, era
un esclavo fuera de casa.
Su necesidad de adaptarse a las exigencias del trabajo y someterse a las
jerarquías de la empresa, su inquietud por capacitarse profesionalmente, no dejan de constituir una
preocupación por el bienestar de su familia y la necesidad de satisfacer las demandas de la misma,
la seguridad de los suyos y la educación de los hijos.
A cambio de su tarea de sostener económicamente el hogar, el hombre recibía
"bienes" afectivos y sexuales. Contar con el cariño de su esposa y de sus hijos junto a la
satisfacción de sus deseos sexuales compensaba su aporte económico.
Pero la posmodernidad permite a la mujer su inserción en el trabajo fuera del
hogar. Independizada económicamente, ya no necesita del hombre para su sustento.
La anticoncepción también libera su sexualidad, independizando el placer sexual
de la procreación. Estos dos acontecimientos: el trabajo femenino no doméstico y la anticoncepción
acarrea una verdadera revolución en la relación entre hombres y mujeres.
De ahora en más, ellas conocerán la autonomía económica y el poder del dinero,
pero también sufrirán todas las desventuras que padecían los hombres en el trabajo.
Ellas ahora también tienen jefes que suelen ser autoritarios y algunas veces
ofensivos, que les exigen en algunas oportunidades tareas más allá de sus posibilidades, que las
evalúan, muchas veces injustamente, y de quienes depende su continuidad laboral.
Los mismos miedos, los mismos odios, el mismo sometimiento que acusaban los
hombres se han vuelto familiar para ellas. También pueden disponer de una vida sexual sin
restricciones, por puro placer, sin necesidad de casarse y con la posibilidad de planificar la
llegada de los hijos, si así lo desean. La sexualidad independizada de la procreación, es puro
placer, puro divertimento.
Esta liberación femenina tiene una contrapartida beneficiosa para el hombre.
Este ya no es el único responsable del mantenimiento económico del hogar. Como las mujeres
trabajan, ellos se sienten aliviados de sus obligaciones; al fin tienen con quien compartir los
gastos de la economía familiar.
Y además, si antes para disfrutar de una vida sexual estable y para llevar al
lecho a la mujer deseada tenían que casarse y hacerse cargo de las obligaciones matrimoniales, de
ahora en más pueden disfrutar sin compromisos, sin encontrarse con embarazos no deseados y con una
oferta sexual que no tenían en otros momentos históricos. La sexualidad y el amor ya no van ligados
al sustento económico de la mujer.
Como los hombres no desean alimentar a una mujer de por vida, apuestan al
desarrollo profesional y laboral de ésta, impulsando y ayudando a su emancipación económica y
social.
Vemos que los compromisos que asumen las mujeres son cada vez mayores y que
éstos vienen a aliviar los desvelos masculinos. Los varones ahora tienen sexo sin compromiso,
pueden disfrutar de multiplicidad de compañeras, y, si se casan, comparten los gastos de la familia
con la esposa y con "ayudar" a las tareas de la casa es suficiente.
Así la "liberación femenina" que posibilita a las mujeres la apertura de nuevos
horizontes y les reserva una vida más rica y estimulante, no resulta para nada lesiva a los
hombres, al contrario, la liberación femenina conquista para su compañero la emancipación de
antiguas esclavitudes.
Domingo Caratozzolo-Psicoanalista
www.domingocaratozzolo.com.ar