Siete de la mañana. El sol empieza a despuntar en las calles de una ciudad
cualquiera. Mariana hace los últimos pasos hasta llegar a la puerta de su casa luego de una fiesta
de quince años. Adentro Esther, su madre, se sirve ansiosa los primeros mates de la mañana mientras
observa su figura en el pequeño espejo del rincón. El cristal le devuelve una acuarela que a sus 40
y tantos ya no le gusta tanto observar. Se acomoda el pelo mientras piensa, con un dejo de
frustración en la mirada, que tendría que haber sido estrella de cine o tal vez cantante. Se sirve
otro mate y sueña con que Mariana tal vez lo logre. La muchacha finalmente llega y encuentra a
Esther con un oportuno mate en la mano y saliéndose de sí por saber qué pasó en la fiesta le dice:
"Contame todo, Marianita, ¿bailaste con Esteban? ¿Cómo que no? Pero si me dijiste que te gustaba?.
Y además su papá es productor de televisión, no seas tonta, hija, tenés tantas cualidades y a lo
mejor... Dejame a mí que yo de estas cosas sé. Mañana lo invito a comer a casa".
Mensajes como estos pueblan las palabras de algunas madres
hacia sus hijos e hijas, que ven en ellos una prolongación de sí mismas. Tienen el firme propósito
de llevarlos al éxito, siempre y cuando coincida con lo que ellas tienen establecido como tal. O
pretenden que sus hijos no se alejen de su "plan maestro" pero a la vez están distantes y sin
interés hacia las necesidades de ellos.
Lejos de ser planeado y maquiavélico se proponen ser buenas
madres, tienen buenas intenciones, lo hacen "por el bien de sus hijos"; pero consiguen todo lo
contrario: en lugar de fomentar su desarrollo independiente los vuelven inseguros y
dependientes.
"Suele verse en familias donde la madre tiene como único proyecto la crianza de
sus hijos y hacen de la maternidad su identidad. El padre accede a ocupar el lugar de necesario no
participante; de entregador de los niños a esta madre posesiva y manipuladora. Los chicos van
aprendiendo que tienen que ser ellos el sostén del precario equilibrio familiar, ya sea adivinando
los deseos más profundos de sus padres para poder cumplirlos o siendo sus confidentes o
acompañantes", sostuvo la psicoanalista Perla Pilewski, miembro de la Asociación Psicoanalítica
Argentina (APA).
Control total
La invasión de la intimidad puede darse a través del control de todas las
actividades de sus hijos, por ejemplo, tomándolos como confidentes. También cuando los designan
como causa de su felicidad o desdicha ("este hijo sólo me da dolores de cabeza" o "sólo me da
satisfacciones"), dos caras de una misma moneda corriente.
En la literatura infantil también se pueden encontrar
ejemplos de madres competitivas. La Cenicienta es uno: "Allí se da cuenta de lo que sucede cuando
la niña se vuelve adolescente. La madrastra —la contraparte de la madre idealizada— se
pone envidiosa de la vida que empieza a tener su hija adolescente, del futuro que tiene por delante
y de las posibilidades eróticas y de procreación que se le empiezan a presentar", ejemplificó
Pilewsky.
Más cercana en el tiempo, "La Casa de Bernarda Alba"
muestra una madre que pretende digitar la vida de sus hijas, tirana, autoritaria y disconforme con
el papel adjudicado a la mujer en la sociedad española de comienzos del siglo XX. Esta viuda, madre
de cinco hijas, es un personaje contradictorio, mujer y hombre al mismo tiempo: "Tengo cinco
cadenas para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi
desolación", dirá Bernarda a sus hijas en esta obra trágica de Federico García Lorca.
En la misma línea se encuentran infinidad de chistes y
relatos del ideario popular donde la madre del varón, en la joven pareja que se inicia, es la que
puede transformarse en una pesadilla para su nuera.
Límites a la intimidad
¿Hasta dónde es "sano" que los chicos compartan sus vivencias con la madre?
¿Cómo pueden poner límites a su propia intimidad?
Para la psicoanalista, ninguna de las dos tareas es sencilla: "Si bien al
principio de la vida la relación madre-hijo es de una profunda intimidad —de hecho se inicia
la vida dentro de la madre—, es de esperar que con los años ese niño pueda ir separándose y
viviendo sus propias experiencias".
No es fácil para un chico ir contra los deseos profundos de los padres ya que
dependen de ellos. De acuerdo a la capacidad de independizarse que tenga cada uno y de las
posibilidades que le puede ofrecer el papá, la escuela o el núcleo familiar, podrá frenar el avance
de los deseos de la madre.
Carolina Stegman