"De golpe era podar todo el lenguaje —explica Gloria—. Yo como narradora me pasé a otro género totalmente distinto. En la historieta tuve que encarar la síntesis. Podar el lenguaje por todos lados y llegar a una reducción que expresara, que dijera algo".
Los bocetos y las palabras comenzaron a fluir a partir del deseo de madre e hija de hacer algo juntas. Entre ellas, cuentan, siempre se dieron libertad de movimiento para crear a partir de lo que proponía la otra:
"Ahí estaba lo interesante —recuerda Gloria—. Escribir algo y que ella tomara su propio camino de jugar con esa frase y darle su tono particular".
"No nos ceñíamos a las reglas de la historieta —aclara Silvia—. Nos tomábamos licencia para hacer lo que queríamos, y lo que iba saliendo. La idea inicial fue contar una historia con frases muy breves, una reducción que contuviera elementos fantásticos y se nutriera de un tono cómico. El cómic hoy también se alimenta de la autobiografía, de historias de la realidad, pero nosotras buscábamos otra cosa".
Los personajes de La bohemia —historia que además da título al libro— no son azarosos: la boa repta y la ameba es microscópica, desde el comienzo tienen dificultades para abrirse paso como heroínas, se mueven como accionadas por hilos, igual que las sombras en el teatro de Bali. "Es que cuando se piensa un personaje, inmediatamente aparece el pequeño mundo en el que va a desarrollarse, y ambos deben compaginarse, combinarse, para que se puedan aceptar; de otro modo resultarían inviables, imposibles" explica Gloria.
La comicidad del libro parte de planteos absurdos, desplazamientos y desviaciones de los patrones del género. "La idea fue partir de un planteo que pretende al principio ser riguroso, pero después se dispara. A veces nos poníamos serias y otras veces no".
Como en todo proceso creativo, hay en La bohemia disfrute de obras ajenas que devienen luego en creación. Gloria indaga en su rica biblioteca personal, los textos que fueron nutriendo los propios, y menciona por ejemplo a Macedonio Fernández, o a referentes rosarinos como Angélica Gorodischer:
Explica: “Hay muchísimas lecturas de todo tipo, antes de encarar lo propio se encara lo ajeno, es un disfrute, el libro de otro es un gusto que trae beneficio: Macedonio Fernández, por ejemplo, altera las relaciones de la novela, una novela donde hay infinidad de prólogos, donde los personajes entran y salen de la casa de la novela, y tienen nombres que no responden a los héroes y heroínas de las historias convencionales, los nombres son significativos dentro de la construcción de la novela, ella también dice mediante ellos, los nombres la apuntalan, ayudan a definirla . Todo ese tipo de trastorno, toda esa alteración que se juega ahí, donde no hay reversiones lógicas. Creo que es a partir de eso, lo que a una la perturbó como lectora, algo que va funcionando u operando desde algún lado. También Beckett, con los personajes que esperan debajo de un árbol, esa acción detenida, petrificada en la espera infinita, por lo único que se advierte el paso del tiempo es por el árbol que va cambiando de estación, el tiempo pasa pero ellos no cambian de actitud. Otro asunto que seguramente ha dejado marcas es el cambio súbito de La metamorfosis, ser uno y después ser otro, cambiar empeorando, y que todos se den cuenta, aunque la transformación haya sido de un día para otro, y con una adaptación vertiginosa. Hay muchas lecturas, la gran mezcla, la mezcla infernal; de los referentes de afuera, los de adentro, los rosarinos. Pienso en Angélica Gorodischer, por ejemplo en La perfecta casada, ese abrir a espacios completamente inhóspitos dentro de la propia casa, las cosas que pueden ocurrir con un personaje en su ámbito cotidiano, el margen de insatisfacción, lo que pasa en su interior frente a puertas que rutinariamente debe abrir, las formas de la evasión. Hay de todo, cataratas de aportes, siempre influyen en el que escribe”.
Silvia también apuesta a esa confluencia de obras diversas, tanto locales como universales, y asegura estar siempre pendiente de cierta tradición rosarina, por ejemplo los grabados en blanco y en negro. “El dibujo atiende a sus propias leyes, siempre se dan vueltas dentro de una lógica interna: línea negra sobre fondo blanco, luego la línea deviene en trama, planos negros, masas que generan ritmos, como una especie de gimnasia de las formas. Hay una sucesión de contestaciones, lo que una forma le dice a otra forma. Y en esta oscilación entre lo figurativo y lo abstracto, en este itinerario, se va articulando algo de realidad”.
En ese devenir surgen nombres como Juan Grela o Mele Bruniard: “Yo atiendo mucho a lo que pasó en Rosario, la pintura de Juan Grela fue algo que me movilizó siempre, además fui discípula de él. Me gusta mucho su etapa de los años 60, donde trabaja de una manera muy plana, donde no hay un espacio en perspectiva y yo generalmente trabajo así, de manera frontal, con figuras recortadas. En el libro se ve esto, no hay profundidad y está todo muy pegado sobre el fondo blanco. Y estas influencias aparecen de una manera inconsciente, es como un back up de almacenado. Además, como tradición de la historieta de la ciudad, no puedo dejar de nombrar a Max Cachimba, que es parte de la familia rosarina”, reconoce Silvia.
En cuanto al título, fue propuesto por los mismos editores de Iván Rosado: “Pensaron en la bohemia como el espíritu del libro, esas personas que se juntaban a crear y a compartir. Ana Wandzik y Maxi Masuelli están siempre en búsqueda de la producción de la ciudad, de lo que sucede acá. Y cuando reunimos los textos, que en el libro aparecen de manera cronológica, nos pareció importante que ellos también pudieran aportar al libro e intervenir en el proceso. Como era un compilado de historias, creímos que La bohemia lo representaba. Y ellos también”, resume Silvia.
—¿Cómo es el proceso de creación cuando no trabajan juntas?
—Silvia: Trabajo mucho en mi casa, o en el colectivo. De soltera lo hice siempre en mi dormitorio y ahora lo hago en la cocina, en el living, voy de mesa en mesa buscando un rincón. Incluso me armé un sector pero a veces está lleno de ropa, de hojas y de lápices. Trato de buscarme mis tiempos, pero no tengo horarios fijos, hago como va saliendo, quizás a la noche porque es el momento en que están todos dormidos. Dibujo mucho en libretitas, tengo muchos papeles y cosas sueltas que voy anotando y dibujando. Yo creo que de cierta manera ambas tenemos una manera muy parecida de trabajar individualmente a la que producimos juntas. Esto que hicimos con mi mamá iba pululando, a veces aparecía y después seguíamos con nuestras cosas y esto quedaba en un cajón. Veníamos trabajando alternadamente, en pequeños momentos.
—Gloria: Por eso son trabajos discontinuos los nuestros. La vida de las mujeres es así, todavía vivimos mezclando lo doméstico con la creación. Aun así hay que defender los espacios propios. Pensaba en Faulkner, él era muy estricto y decía que una de las condiciones para trabajar era la disciplina. La disciplina rigurosa resulta imposible para una mujer si tiene que ocuparse de una familia, su tiempo se organiza de una manera muy anárquica. Debido a eso yo ya tengo incorporada una mala disciplina, y entonces, aunque el tiempo de la familia pasó todavía sigo respondiendo un poco a ese desorden. Antes por ejemplo usaba libretas, me venía muy bien para anotar algo en cualquier momento, ahora me acostumbré a la computadora e intento hacerme de momentos para sentarme. Ya casi tomo muy pocos apuntes manuscritos, me aggiorné a la PC, porque era trágico cuando escribía manuscritos.
—Silvia: ¡Mi mamá era un horror de borramientos y de flechas!
—Gloria: Antes de la computadora, vos leías un tramo que no te convencía, y había que pegar papeles. Yo detestaba eso. Ahora es mágico, podes cortar ahí mismo, la propia máquina te permite desplazar fragmentos sin perderlos, los mantiene almacenados, y si te arrepentís se pueden recuperar. Es fantástico.
—Silvia: Con los dibujantes pasa similar, algunos dibujan, escanean y luego colorean. Pero yo soy bastante artesanal, disfruto mucho el contacto con los materiales, la escena del momento de dibujar, estar en la mesa con la lámpara, los papeles, las Rotring, el trapito, el mate.
—¿Ser mujeres les ha hecho tener que responder preguntas como la cuestión de si existe o no una escritura femenina, o escuchar que cataloguen su estilo como femenino?
—Gloria: Yo creo que mas allá de una mujer que escribe o de un hombre que escribe, hay una persona que piensa, y trata de dar forma a sus pensamientos, a la idea que persigue escribiendo. Las hermanas cierra La bohemia, y esta historieta se centra en las mujeres. Soy feminista, claro que lo soy, y siento que con las mujeres hay urgencia, la realidad de las mujeres es urgente, trasciende los lenguajes, los puntos de vista de género, es una urgencia que nos obliga a todos. En cuanto a mi estilo, no me preocupa, no sé bien qué es. Solo me importa que en lo que escribo quede claro lo que quiero decir. Limpio o recargo las oraciones en función de eso.
—¿En qué proyectos están trabajando?
—Gloria: Estoy escribiendo una novela, pero también está esta cuestión de la falta de disciplina. Y además, al ser un tema que me complica un poco, ahí estoy, tratando de salvar los baches y los espacios complicados. Lo que pasa en la novela, a diferencia de la historieta, es que no se ahorra, no hay que retener palabras. Pero si la novela me gusta, también la historieta me sigue gustando: es severa, nada de derroche, solamente pide lo justo.
—Silvia: Yo estoy ahora en unos nuevos dibujos pero en formato más grande, la idea es armar una muestra. Igual, me voy tomando mis tiempos, soy de esperar, de dejar que el trabajo decante bien.
—Gloria: Es que los procesos creativos son lentos, a menos que alguien entre en una especie de vértigo, que los hay, siempre esta ahí latente esa cuestión del detenerse. Dar forma demanda atención, al embale hay que tranquilizarlo.