La meditación es una práctica íntimamente conectada con Oriente. En las últimas décadas ha sido altamente difundida en Occidente. Si bien sus orígenes tuvieron que ver con la búsqueda de la trascendencia y la persecución de la "iluminación", en la actualidad, quienes la practican en forma habitual encuentran allí un espacio para mejorar la calidad de vida. Nada menos.
Meditar, en sí mismo, es un acto a través del cual una persona se dedica tiempo a sí mismo. En medio de las agendas personales cargadísimas y las responsabilidades laborales resulta poco factible hallar ese momento para empezar a transitar el camino de la propia interioridad. ¿Qué hace falta? La decisión, o la necesidad imperiosa de querer vivir mejor. Semejante acto es un compromiso invariable con uno mismo.
A lo largo de los últimos años, muchos investigadores comenzaron a estudiar los efectos de esta práctica que básicamente implica dedicar una porción del propio tiempo a uno mismo. Es un momento dedicado a la calma interior que yace disponible para toda persona.
Bien puede ponderarse que la práctica de la meditación (más allá de la técnica específicamente utilizada) puede acercarnos algunos o varios de los siguientes efectos:
• Promover la relajación del sistema nervioso.
• Reducir los niveles de estrés emocional.
• Mejorar los niveles de concentración y enfoque mental.
• Promover una postura personal más reflexiva.
• Ampliar el sentido interior del bienestar.
• Desarrollar un eje interno que permita sostenerse en la vida.
• Experimentar un visión holística, integrada, de la vida personal y colectiva.
La sola incorporación de al menos uno de los efectos descriptos ya promueve un significativo cambio en el día a día.
Hay muchos datos contundentes sobre los beneficios de detenerse, de buscar la calma y meditar. Al punto que la meditación ha sido incorporada por el mundo del deporte de elite (atletas de alto rendimiento en el básquetbol, tenis o hockey ya lo han integrado como parte de sus rutinas de entrenamiento) y también por una amplia masa de emprendedores, empresarios, personas con diversas actividades que encuentran en esa decisión un marco de autocontención que los alivia y permite una mejor relación con el convulsionado entorno.
El valor de la tradición
Pero ¿cuál es la relación de la meditación con el té? Un estudio llevado a cabo algunas décadas atrás —basada en un cuestionario por medio del cual se preguntaba a las personas qué sentido tenía para ellos beber una taza con té— arrojó una primera y sorprendente conclusión: la mayor parte de las personas que beben una taza con té lo realizan porque tienen la certeza que de ese modo están haciendo algo bueno para ellos mismos, brindándose un poco de su tiempo cada día. Esta coincidencia conceptual moderna entre el té y la meditación no es nueva: tiene profundas conexiones que se gestaron a lo largo de la historia.
Los monjes budistas conocieron el té en las antiguas rutas de comercio, en el sur de la China. Pequeños productores transitaban centenares o miles de kilómetros para vender esa "extraña hierba verde" que era muy apreciada por una diversidad de pueblos, entre ellos los habitantes del Tibet. La llegada a Lhasa de parte de estos comerciantes era toda una fiesta: eran agasajados con danzas y canciones típicas —como una señal de felicidad— porque esa hierba que provenía de lejos los ayudaba a depurar su organismo, que era alimentado a base de carnes y lácteos.
A lo largo de esos peregrinajes, los monjes convivían con los productores, que hacían las veces de mercaderes, quienes iban narrando las enormes virtudes de la "extraña hierba verde". Pero una de ellas dejó verdaderamente sorprendido a los altruistas: su consumo regular aumentaba el "Chi" o "Energía Vital".
El té pasó a ser cultivado también en monasterios, desde los siglos VII y VIII d.C. Esta costumbre se mantiene en países como China, Taiwan o Japón. Pero volviendo al relato de aquella época, los monjes chinos fueron admirados por sus colegas de regiones vecinas. Se destacaban por la calidad de sus meditaciones, por la agudeza intelectual y por el dominio de su concentración. Bien puede decirse que el té le otorgó un nuevo nivel de maestría a los monjes budistas. Empezaron a conocer los secretos para una vida feliz y consciente.
En Japón, comenzó una profunda relación entre el té y la interioridad a través del mítico encuentro entre Myoan Eisai, monje budista, y Minmoto No Yoritomo, militar retirado. Desde este punto de la historia en el siglo XII, y hasta el siglo XVI, tomó cuerpo la llamada Ceremonia Japonesa de Té, más conocida como cha-no-yu.
El té se convirtió en el camino, en las tierras del sol naciente, para practicar y demostrar el virtuosismo en la vida. Una vida cargada de valores humanos íntegros era el mejor legado que un Maestro de Té (Maestro de Ceremonia) podía transmitir a toda aquella persona que se acercase a escuchar el mensaje. Preparar el té de manera virtuosa es una consecuencia del respeto hacia el invitado. Convirtiéndose ello en el mejor regalo del anfitrión.
La Ceremonia Japonesa es un marco a través del cual, y con el té como vehículo, se explora la dimensión interior donde la armonía, respeto, pureza y tranquilidad son los principios a ejercitar para vivir una vida completa y pródiga.
Precisamente el té que se utiliza, o bien el té de ceremonial, es Matcha. Es té verde, habitualmente Tencha molido, completamente pulverizado. Es la única forma de té en la cual bebemos la infusión mientras de manera simultánea comemos las hojas, que se integran y solubilizan en el agua. Matcha es amargo. Y precisamente, este es el sabor asociado con el principio de la disciplina. Para disciplinar la mente hay que darle sabores amargos al cuerpo, solía decir Myoan Eisai.
Los párrafos anteriores permiten apreciar hechos puntuales que conectan desde diversos ámbitos a la meditación con el té. El devenir de la historia y los marcos ceremoniales asiáticos demuestran el valor de la tradición, comprueban que han sido compañeros desde tiempos remotos y con ello es factible confirmar que la meditación es un camino para descubrir el té, y viceversa. Ambos versan sobre virtudes esenciales para una vida plena.