Voz autorizada para hablar de las emociones, la fortaleza humana y el apego a la vida después de pasar 72 días en un infierno de nieve, hambre, agotamiento y dolor, admite que estamos en un contexto hostil y enmarañado pero que justamente por eso es tiempo de parar, saborear el presente, agradecer lo construido y convencernos de que se puede.
"Fui uno de los protagonistas de la hazaña más colosal de supervivencia que se recuerde. Enfrentamos la adversidad en su máxima potencia, pero en un punto siento que esa historia nos excede, que ya no es sólo nuestra, que es algo de todos, y por eso me atrevo a decir que hay que poner actitud y vivir, vivir y vivir", relata con pasión.
Paéz Vilaró fue uno de los 44 pasajeros del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que el 13 de octubre de 1972 se estrelló del lado argentino de la cordillera (a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar) cuando iban a un campeonato de rugby en Chile. El, que tenía apenas 19 años (los cumplió en medio de la montaña), fue rescatado junto a 15 compañeros. Por aquellos días muchos familiares, amigos y hasta los socorristas habían perdido las esperanzas de encontrar a alguien con vida.
Publicista y conferencista internacional, Carlitos estará en Rosario el 28 de abril (en el Auditorio Fundación) ofreciendo una de sus charlas. "Me encanta la ciudad, mi abuela materna nació en Rosario así que me une algo especial con ustedes", dice con ternura desde Uruguay.
¿Qué impulsa a este hombre a seguir hablando de aquel suceso 46 años más tarde? ¿Qué dolores le quedan? "Después de todos estos años es la gente la que me alienta. Ver la respuesta que sigue habiendo en las charlas, el interés de quienes vienen a escucharme. Y también lo que se llevan después de mi relato. Es que fue una historia extraordinaria protagonizada por gente común, entonces, de algún modo, todos se sienten identificados, piensan que podría haberle pasado a cualquiera y que quizá, todos, en algún lugar, tienen esa fortaleza. Si alguien sobrevive en condiciones casi inhumanas en el Everest, escalando, eso es algo muy puntual, que puede ocurrirles a muy pocos, pero lo que nos sucedió a nosotros les ocurrió a personas comunes".
"A veces hablo más de una hora y media en una conferencia, pero nadie se aburre. Cada uno de los sobrevivientes recibimos más de 10 mil correos electrónicos al año de gente de todo el mundo. Es impresionante lo que se genera todavía. Creo que es algo que seguirá ocurriendo aunque pasen y pasen los años. De hecho, yo mismo lo veo como una historia alucinante", reflexiona.
"Para mí, además, es un desafío. En cada encuentro con el público siento que tengo que dar más, que ofrecer algo bueno, positivo. Y eso también me alienta", agrega.
Volver
Hace un mes Páez Vilaró regresó por tercera y última vez al Glaciar de las Lágrimas. donde cayó el avión. Fue acompañado por sus hijos y nietos. "Quizá porque fui con ellos, porque no pude recurrir al humor que es algo que me ha salvado siempre, o porque estoy más grande, no lo sé, pero esta vez experimenté mucho dolor. Fue muy fuerte. Dije basta. De algún modo algo se cerró en esta última visita", comenta Carlitos.
Menciona que su hija, que iba por primera vez al lugar de la tragedia, no podía creer lo que veía: "Me dijo «papá, no es posible que hayas estado acá, en este lugar, que hayas soportado 70 días»".
Es que la gente que conoce el sitio (hay visitantes de los lugares más recónditos de la Tierra que se acercan a conocer la zona) se queda impactada porque allí hay sólo nieve y montañas. "Es un lugar en el que se respira mucho dolor", resume el sobreviviente de los Andes.
"Creo que quienes van al lugar lo hacen como una experiencia un poco mística, no lo sé, pero se me ocurre que hay algo de una necesidad de un viaje interior. Cuando llegás quizá te inquieta, pero volvés tranquilo. Se arma como una peregrinación, hay cierta devoción", dice.
—Imagino que con 18 años y en el medio de la nada habrás tenido miedo. ¿Cómo lidiás hoy con el miedo?
— Lo tomo como un motor. Siempre pienso que el miedo puede mutar en algo positivo. En general me hago amigo del miedo. No me paraliza. El pánico sí, pero el miendo es un motor, definitivamente.
Admirable
Tenía apenas 18 años y aún lo asistía una niñera. Carlitos Páez Vilaró era por entonces un chico de buena posición económica y que según sus propias palabras "no entendía nada de la vida". Tuvo que comprender mucho, demasiado rápido. El grupo de amigos y compañeros de rugby fue el salvavidas para soportar las inclemencias del clima, el hambre, el terror a que no los encuentren nunca más. Los amigos fueron la esperanza y los propulsores para no ceder ante lo que parecía inevitable. Sólo así se entiende que hayan podido convivir con el horror de estar junto a 29 personas muertas, muchos de ellos seres muy queridos, y tolerar la adversidad en su máxima potencia.
"Recuerdo el momento del rescate y me pasó algo extraño. Por unos instantes, aunque había esperado con ansias ese momento, no me quise ir. Creamos una sociedad en la que cada aliento de vida era impulsado por los otros. Habíamos vivido algo colosal, y tuve sentimientos ambiguos, el querer estar en casa y la necesidad de no irme", dice con emoción.
"Creo que si uno se posiciona en ser un sobreviviente no vive de verdad. Y para mí se trata de vivir la propia vida, con aciertos y errores, pero sin pensar que la ayuda va a venir solamente de afuera. Vivir, plenamente. Para eso hay que tener una determinada actitud porque te juro que los recursos están, los tenemos adentro", enfatiza.
Páez Vilaró, a quien le gusta decir que es un narrador de algo que les pertenece a todos, comenta que en sus charlas se habla de muchas cosas: del trabajo en equipo, de la toma de decisiones, de como actuar en forma rápida y efectiva frente a lo desconocido, de lo importante que es adaptarse a los cambios. Pero también del amor, del humor, de la creatividad y de la pasión. "Eso es lo que nos mueve, lo que nos apasiona. Y esta historia tiene mucho de la pasión por vivir".