Los diarios de todo el planeta se han hecho eco, estos últimos días, de la muerte Zygmunt Bauman. Los suplementos culturales destacaron la prolífica producción de este sociólogo polaco que se hizo famoso por sus reflexiones sobre las problemáticas candentes del mundo contemporáneo. Sus ideas sobre la "liquidez" de las relaciones que entablamos en la actualidad con los otros y con la realidad que nos rodea han sido suficientemente divulgadas. Relaciones que hacen nuestras vidas frágiles, precarias y temerosas, como sus preocupaciones por aquellos desclasados y desterrados del mundo, Particularmente los migrantes que golpean desesperadamente las puertas de Europa escapando de las guerras, hambrunas y miserias.
Bauman era uno de esos autores a los que se puede volver siempre para intentar comprender un poco mejor el mundo en que vivimos y para reflexionar sobre cómo deberíamos posicionarnos críticamente frente a él. En uno de sus libros, no de los más populares, Legisladores e intérpretes, de 1997, analizaba el rol de los intelectuales en diversos procesos históricos, señalando la importancia de contribuir a rescatar valores que hacen al bien común que la llamada posmodernidad, una maquinaria que convierte todo en mercancía destinada al consumismo, parecía desterrar. Bauman era, en este sentido, un sociólogo crítico. Sus ideas hincaban sobre ciertos lugares y sentidos comunes muy difundidos para problematizarlos. Y a pesar de la gran cantidad de libros que ha vendido en las últimas décadas su pensamiento siempre navegó a contracorriente.
Y si bien la crítica siempre fue una forma de pensamiento que se opone a lo establecido y, por lo tanto, ha generado numerosos enemigos, hoy más que nunca se encuentra asediada. Pensemos en nuestra coyuntura, ya que Bauman era un pensador de la coyuntura. Hace unos días atrás, un referente "intelectual" muy próximo al gobierno nacional afirmó que el pensamiento crítico tiene un valor negativo, solicitando cambios en la educación para que los docentes dejen ya el "sinsentido" de la crítica por valores más positivos, como la "felicidad, la productividad, el entusiasmo". Nada de pensar el sufrimiento, el dolor de los que nada tienen, el miedo en que estamos sumergidos en un mundo plagado por lo inseguro, lo incierto y lo precario. O como dijo otro funcionario con respecto a la precariedad laboral, "incorporar o despedir personal debería ser para las empresas algo natural como comer o descomer". Nada de reflexionar sobre la sociedad de consumo que, en palabras de Bauman, ha "fetichizado la subjetividad", es decir, creado la falacia de un sujeto libre, autónomo que, interpelado por el eslogan mercantil de "compro, luego existo", se ha vuelto una especie de promotor y producto en sí mismo que se valoriza en el mercado como cualquier mercancía.
Al mismo tiempo, el pensamiento crítico es asediado en la redes sociales (Bauman había alertado sobre las trampas de estas "comunidades" en internet). Pocos días atrás, ejércitos de "trolls" se encargaron, en el contexto de la reducción del presupuesto destinado a ciencia y tecnología, de atacar y difamar a diferentes investigadores sociales que se ocupan de pensar e investigar críticamente los fenómenos del presente. De modo más sofisticado, la crítica es asediada también desde el propio "campo científico", cuando se apela a lo neutro y al no compromiso del pensador, científico o intelectual, con su tiempo y la coyuntura.
El motor del pesimismo
Bauman era un crítico radical porque entendía que la raíz de los males sociales estaba en la lógica del capitalismo tardío que intentaba desentrañar. Y era un pesimista, no creía demasiado en el poder de la crítica en una época en donde domina la Ceguera moral, título de otro de sus libros. Es decir, donde lo que existe es la insensibilidad hacia el sufrimiento de los demás.
Ser un pesimista, en determinada coyuntura, es sinónimo de inteligencia. No se puede ser muy optimista cuando los índices de desigualdad social avanzan en todo el planeta a ritmo alarmante. En uno de sus más reciente libros, ¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?, arremetía contra la teoría vulgar del derrame económico y reflexionaba sobre por qué esa prédica tiene todavía, como podemos ver hoy, tanto consenso, y los motivos por lo cuales sigue presente en nuestros sentidos comunes. Su éxito, sin duda, es producto del individualismo imperante que es, al mismo tiempo, constitutivo de la propia desigualdad existente. A pesar de la paradoja, su pesimismo no estaba exento de optimismo. A este autor se le podría adjudicar aquella frase de Gramsci, tantas veces repetida, "pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad". La voluntad de la crítica, de la esperanza en una comunidad realmente humana, libre y emancipada, es una constante del pensamiento del sociólogo polaco.
El pensamiento crítico es el de la trascendencia, que niega lo dado en función de poder pensar más allá de lo existente. La crítica es un arma que puede servir para transformar las condiciones existentes, una herramienta para la emancipación social.
Como dice Zizek, otro pensador crítico: "Nadie considera seriamente alternativas posibles al capitalismo, mientras que la imaginación popular es perseguida por las visiones del inminente «colapso de la naturaleza», del cese de toda la vida en la Tierra: parece más fácil imaginar el «fin del mundo» que un cambio mucho más modesto en el modo de producción, como si el capitalismo liberal fuera lo real que de algún modo sobrevivirá, incluso bajo una catástrofe ecológica global".
Bauman proponía pensar como transitar ese camino escarpado y difícil. Volver a retomar sus escritos es un desafío actual y una necesidad siempre vigente.
Ricardo Diviani
Comunicación Social/UNR