El inventor de la máquina prodigiosa es una novela del escritor y académico francés Laurent Flieder. Basada en hechos reales, cuenta la historia de Elías Blesser, un artesano que, a principios del siglo XVIII, aseguraba haber construido una máquina de movimiento continuo.
Una máquina de movimiento continuo es una máquina que anda sola. No hay que ponerle combustible, no hay que enchufarla a la red eléctrica, no hay que darle cuerda ni cambiarle las pilas. Genera ella misma su propia energía para funcionar. Una máquina auténticamente prodigiosa que resolvería para siempre la crisis mundial de energía sino fuera por un detalle: las máquinas de movimiento continuo no existen. No pueden existir porque violan la primera ley de la termodinámica o principio de conservación de la energía, una de las leyes más fundamentales de la naturaleza.
El principio de conservación de la energía fue enunciado a mediados del siglo XIX y, en pocas palabras, dice que la energía no puede salir de la nada. Todo lo que las máquinas hacen por nosotros, lo hacen a cambio de una cierta cantidad de energía. El auto que nos lleva de un lado a otro necesita combustible para funcionar. Un molino de viento gira por efecto del aire que golpea sus aspas. Incluso nosotros mismos nos movemos y vivimos gracias a la energía de los alimentos que consumimos.
Aunque el principio de conservación de la energía está bien establecido y nadie duda seriamente de su validez, a lo largo de los años muchos artesanos, mecánicos e inventores aficionados han diseñado diversas máquinas de movimiento continuo. Las presentan a las oficinas de patentes o a las academias de ciencia e ingeniería de todo el mundo que, generalmente, las rechazan sin siquiera analizarlas.
¿Cómo pueden estar tan seguros de que las máquinas de movimiento continuo son imposibles? La humanidad creyó durante siglos que la tierra era plana y resultó que estaba equivocada. ¿No puede pasar lo mismo con la conservación de la energía? ¿No podría pasar que se descubra algún fenómeno nuevo que viole el principio de conservación de la energía y que permita el funcionamiento de máquinas de movimiento continuo?
En teoría, es posible. Pero, si eso ocurriera, se trataría de máquinas completamente distintas a todo lo conocido. Porque basarían su funcionamiento, justamente, en un fenómeno nuevo, hoy desconocido. Por el contrario, las máquinas de movimiento continuo que se anuncian habitualmente en la prensa sensacionalista o en publicaciones de seudociencia funcionan gracias a fuerzas como la gravedad, el magnetismo o la elasticidad de un resorte. Fenómenos completamente analizados y que no pueden ofrecer nada nuevo en materia de conservación de la energía. Más aún: las máquinas son siempre más o menos las mismas y se pueden clasificar en unas pocas categorías básicas.
La más común es la "rueda desbalanceada". Consiste en una rueda dispuesta verticalmente y con una serie de pesos y contrapesos móviles a su alrededor. Inicialmente los pesos y contrapesos están dispuestos de manera asimétrica, dejando la rueda desequilibrada. Eso hace que la rueda gire hasta alcanzar una posición de equilibrio. En ese momento, aseguran sus inventores, los pesos y contrapesos se reacomodan volviendo a quedar dispuestos asimétricamente. Así, la rueda gira continuamente, buscando un equilibrio que nunca termina de alcanzar. La "máquina prodigiosa" del libro de Flieder es de este tipo.
Este tipo de máquinas no funciona porque, de todas las posiciones que puede alcanzar la rueda, con sus pesos y contrapesos, necesariamente habrá una que será más estable que las demás. La rueda se detendrá indefectiblemente en esa posición.
Otro modelo consiste en una rueda de paletas que gira por la acción de una corriente de agua que cae desde un recipiente superior a otro inferior. Parte de la energía que desarrolla la rueda se usa para accionar una bomba que devuelva el agua al recipiente superior. Pero, para devolver toda el agua caída, se debe usar toda la energía desarrollada. No solamente no quedaría un resto aprovechable sino que ni siquiera alcanzaría para compensar las inevitables pérdidas por fricción. Se sabe que, bajo ciertas condiciones, el agua sube a través de materiales porosos, como desafiando la gravedad. Se trata del fenómeno conocido como capilaridad. Una columna de material poroso podría usarse en el modelo anterior para elevar el agua desde el recipiente inferior al superior, reemplazando la bomba. Pero la misma capilaridad que hace subir el agua impide que caiga dentro del recipiente superior.
Hay algunos otros modelos, pero todos tienen algo en común: no funcionan.
Sello argentino
En 1864 el Congreso sancionó la ley 111, de patentes de invención. En su artículo cuarto prohíbe el patentamiento de descubrimientos e invenciones “contrarios a las buenas costumbres o a las leyes de la república”. Evidentemente, la primera ley de la termodinámica no entra en esta última categoría porque muchos inventores han obtenido patentes por sus máquinas de movimiento continuo desde que la ley fue sancionada.
Que una máquina de movimiento continuo reciba una patente no dice nada acerca de su factibilidad. La patente solamente indica que la máquina es original y que no hay otra igual patentada con anterioridad. Si alguien diseña un nuevo tipo de escoba, y esa escoba es realmente original, la patente será otorgada aunque la escoba no sirva para barrer o no lo haga mejor que las convencionales. De todas formas, para evitar objeciones a la hora de solicitar la patente, los inventores no describen sus inventos como “máquinas de movimiento continuo” sino como “dispositivos convertidores de energía” o alguna otra fórmula similar.
La ley de patentes de invención fue actualizada en 1996 pero eso no detuvo a los buscadores del movimiento continuo. Un ejemplo reciente fue el “generador de movimiento continuo mediante imanes permanentes”, cuya patente fue solicitada en el año 2004 por un técnico marplatense. A pesar del nombre, su inventor afirmaba que su máquina no viola el principio de conservación de la energía sino que usa la “energía magnética”. Sin embargo, parece tratarse de una variante más de la rueda desbalanceada, que recurre a la repulsión de los imanes en vez de la fuerza de gravedad.
La noticia circuló durante algún tiempo en las redes, rodeada de refutaciones científicas por un lado y acusaciones de dogmatismo por el otro. Se dijo que una universidad de Estados Unidos había otorgado al inventor de la máquina un premio de 15.000 dólares y una computadora portátil. Una compensación insignificante, considerando el valor que tendría la máquina, si realmente funcionara. Si la máquina prodigiosa existe, todavía nadie pudo encontrarla.
Da Vinci
Leonardo da Vinci era un escéptico respecto de las máquinas que podrían producir energía gratuita por tiempo indefinido, pero no pudo sustraerse a diseñar algunos de esos artificios. De modo que dibujó y examinó al detalle diversas experiencias para comprobar o refutar su validez, sobre todo las ruedas con un sistema de pesos móviles. Así, fabricó una rueda con clavos colgando de pequeñas argollas instaladas equidistantes del centro cuyo movimiento pendular debería aportar, tras un impulso externo, un movimiento que se mantenía en el tiempo. El aparato hecho en madera se sostenía de un pie sostenido por una base. El ingenio no tuvo el desempeño deseado. Pasarían siglos hasta que los científicos declararon que la máquina de movimiento perpetuo es una quimera puesto que violan la primera ley de la Termodinámica.
Ilusión
Con imanes, con contrapesos, con fluidos, la rueda mágica fue un artilugio que desveló a alquimistas, físicos y filósofos. Desde el ingenio que apareció en Bavaria en el siglo VIII, que rotaba sobre su eje impulsado por piedras magnetizadas de manera natural, la ilusión de la generación de una fuerza de trabajo ilimitada y gratuita aún se mantiene viva, por más que los científicos hayan descartado palmariamente su viabilidad. Esa quimera es tan fuerte, tan inalcanzable que sobrevive a numerosos y complicadísimos fraudes concretados desde hace siglos.
Claudio H. Sánchez
Periodista y divulgador científico
Especial para Más