Pasaron más de 60 años de los pioneros estudios de Harry Harlow, uno de los grandes investigadores en los que se apoyó John Bowlby (psicoanalista inglés especialista en desarrollo infantil) para desplegar la teoría del apego en la que afirmó que la protección no sólo física, sino también psicológica o emocional, es una prioridad para el niño, una necesidad a la par de las otras.
Los planteos del etólogo señalaban que las crías de los monos —corridos de su madre a poco de nacer— estaban programadas biológicamente para formar vínculos emocionales que son independientes de la alimentación. El estudio es sencillo: el mono lactante es encerrado en una celda en la que encuentra dos monas de metal, una con una mamadera entre los alambres y otra revestida de felpa pero sin la tetina ni la leche. A poco de ingresar, el monito se trepa a la mona de metal para alimentarse —succionando la tetina de la mamadera— pero a los pocos segundos, estresado por esta situación novedosa y cargada de incertidumbre, se corre de allí para abrazarse a la mona revestida de felpa.
Esta escena se repite en varias ocasiones, quedando patente la elección del pequeño mono por aquella que le puede dar calor, como si se tratara de un gesto de afecto, una sensación de protección y seguridad, que es primaria.
En un acto seguido, se introduce en la jaula un robot que hace ruidos fuertes y se muestra amenazante, intimidando al monito que, sin demorarse, sale corriendo de manera automática a buscar a la mona de felpa. Otra conclusión: frente a un estímulo que estresa la respuesta es la búsqueda de la figura que da seguridad, sin importar cuál alimenta.
Los niños necesitan —al igual que los adultos— monos de felpa que sepan funcionar como figuras de seguridad. Y no sólo porque buscan protección o cuidado, sino también porque están ávidos de contacto, estímulo y afecto.
Igualitos
Si te detenés a observar momentos singulares de tu vida en los que te hayas visto conflictuado/a o estresado/a, notarás que, al igual que el monito, lo que necesitabas era más una mona de felpa que una taza con leche. ¡Y ni hablar si se trata de un niño! Por favor, no dejes de buscar esta investigación: tipeá en el buscador de Youtube “experimentos de harlow amor materno”. ¡Todos somos igualitos al mono!
El vínculo regula
Los niños precisan de los adultos para aprender a manejarse en el mundo. Y entre las consabidas necesidades básicas, cabe aprender a regular lo que sienten. De bebés, las sensaciones son primarias e irreductibles: cada vez que tienen hambre, se asustan o les duele algo, su llanto —cuya misión es pedir ayuda— es desesperante. De niños, son muchos y variados los estímulos que desatan emociones muy intensas, esas que estresan, desbordan y sobrepasan los recursos para gestionarlas. Muchas veces, durante cada día, situaciones pequeñas —calificación del adulto que nunca debiera devaluar lo que le pasa al niño— producen enormes movilizaciones emocionales que no saben ser encausadas sin un adulto que acompañe. Aquí la necesidad de un cuidador (mamá, papá u otro) sensible y disponible: sensible para interpretar adecuadamente lo que el niño precisa, descifrando el pedido implícito en el llanto o la conducta que ponga en marcha, y disponible para mostrarse accesible en ese momento, buscando una respuesta contingente.
Todo pasa en el vínculo: el niño necesita un mono de felpa que sepa leer lo que le sucede para que, primero, lo suplemente (haga por él) y luego para que lo complemente (haga con él), ayudándolo a comprender y tramitar lo que le sucede internamente. Recién después, con el paso de los años y muchas experiencias, podrá ir ganando mayor autonomía, aprendiendo a caminar el proceso por su cuenta.
Esto sólo lo puede enseñar un adulto regulado, sensible y disponible. En esto va la buena calidad de la felpa con la que las mamás y los papás podemos —y debemos— revestirnos. Esto es lo que nuestros hijos necesitan.
La seguridad emocional se construye desde afuera hacia dentro; no hay otra manera. Todo sucede en el vínculo: allí, en la seguridad de su referente, el niño podrá aprender a conocer lo que le pasa, explicarlo y gestionarlo de manera eficaz. Por esto, el vínculo es indispensable e irreemplazable para un saludable desarrollo emocional.