"No es menos prensa lo que necesitamos (como piensan quienes creen que las redes sociales serían una mejor manera de informarse), sino más y mejores diarios, radios y canales de televisión", dice sin vacilar Patricio Pron. Ilusionista de la palabra y portador de una obra que se ubica entre lo mejor de la narrativa contemporánea en lengua castellana, también periodista, traductor y crítico, Pron sostiene que "el empobrecimiento del nivel de la prensa conduce inevitablemente a una reducción de la calidad de la democracia del país en el que esa prensa se lee". Sostiene que ello explica, desde luego parcialmente, el triunfo de Donald Trump en Estados Unidos y sentencia: "Así que a la prensa le cabe, le guste o no, el papel de salvar a la democracia tal como la conocemos".
Pron dejó la Argentina en 2000. Apenas partió trabajó como corresponsal de prensa (para La Capital, entre otros diarios) durante sus viajes por países de Europa del este, África del norte y los Balcanes. Desde 2008 vive en España: "Me fui de Argentina porque tenía la impresión, errónea o no, de que ya había hecho lo que deseaba hacer ahí, incluyendo sacar varios libros: si quería seguir aprendiendo, tenía que ir a otro lugar, y eso es lo que hice".
Pron asegura con audacia que los periódicos, tanto en Europa como en Argentina, "tienen que decidir si desean decirles a sus lectores lo que éstos quieren leer o si les cuentan la verdad. Ahí está uno de los principales desafíos de la prensa en este momento".
—Las migraciones a suelo europeo, las resistencias que eso genera en la sociedad que recibe son temas que han abierto un debate filosófico entre los intelectuales. Vos estás ahí hoy, ¿cómo lo vivís, por un lado? ¿Y cuál es tu punto de vista, siendo también un inmigrante?
—Algún tiempo atrás, el periódico en español más importante del mundo solía agrupar las noticias relacionadas con el tema bajo el epígrafe "Los problemas de los inmigrantes", como si fuesen sólo de ellos y/o como si la inmigración fuese un problema en sí misma; ambas cosas, por supuesto, son falsas, pero no estoy seguro de que el debate que la así llamada "crisis de los refugiados" ha suscitado pueda cambiar esto. Sobre esa crisis hay que decir dos cosas: por una parte, que (contrariamente a lo que dice la prensa europea) no sucede "a las puertas de Europa" sino en el corazón mismo de ella, ya que hace a la forma en que Europa concibe su presente y su futuro; por otra, que no es ningún fenómeno exterior a ella, ya que la causa de esa crisis hay que buscarla en la voluntad europea de no intervenir en sitios como Siria, África del norte y Palestina, regiones que suman años de regímenes totalitarios, violaciones de los derechos humanos, conflictos étnicos y corrupción.
—Estar en un lugar donde hace minutos ha estallado una bomba que ha matado a civiles promueve una conciencia diferente y pone en jaque los pensamientos previos. Vos, como un ciudadano europeo más, ¿podés justificar aquellos juicios que son críticos de una política permisiva de migraciones?
—No, y no puedo hacerlo porque, en primer lugar, la política europea de migraciones no es "permisiva" sino sencillamente errónea o perversa (ya que no ofrece ninguna vía legal de ingreso a Europa ni una política integral de asilo por razones políticas o religiosas, lo que fomenta indirectamente la inmigración ilegal y la trata de personas) y, en segundo lugar, porque justificar las críticas a la inmigración supondría dejarse dominar por el miedo.
—En relación con la pregunta anterior, ¿cómo fueron tus reacciones, también tu posterior meditación, por los atentados últimos en Francia y Alemania?
—Mi reacción fue de consternación y solidaridad con las víctimas y sus familiares, pero no fue una reacción de sorpresa ni de miedo u odio. Europa es escenario de guerra desde hace varios años, en buena medida debido a décadas de política exterior displicente o torpe (nunca ejerció la función de tutelaje sobre los países de la región que le corresponde por tratarse de una potencia, supeditó su política a sus intereses económicos, se vinculó y todavía tiene vínculos estables con países como los Emiratos Árabes Unidos, que son los más decididos promotores de las versiones más extremistas del Islam, no integró ni integra a sus inmigrantes y provocó la impresión de odiar y despreciar a sus vecinos), así que todo esto podía suceder; de hecho, va a suceder cada vez más frecuentemente en el futuro.
—¿Te sentís un exiliado?
—No, en absoluto: soy alguien que vive fuera de su país de origen, como millones de personas en el mundo en este momento. Pero no hay ninguna razón por la que no pudiese volver a mi país de origen, de modo que no soy un exiliado.
—Sos columnista de diarios europeos. ¿Te parecen sinceros los comportamientos editoriales respecto de las minorías? ¿O se juega a ser políticamente correcto pero es un simulacro?
—Todos sabemos que, en tanto empresas de comunicación, los diarios carecen de orientación política, o que esa orientación consiste sólo en la maximización del beneficio económico; en ese sentido, y por una simple cuestión económica, es natural que desprecien a las minorías mientras tratan de satisfacer los prejuicios y las ideas erróneas de las mayorías. Es cierto que todavía reservan un lugar a voces divergentes como la mía, pero es improbable que esas voces permanezcan o permanezcamos en los periódicos en la medida en que se profundice su crisis de beneficios, de vocación y de utilidad, así que no se me ocurre ningún escenario previsible en el que los diarios fuesen a modificar sus comportamientos editoriales.
—¿Qué podrías decir sobre la relación entre estas tragedias y la supuesta necesidad de informar?
—Me parece que los hechos trágicos del presente ponen de manifiesto que, en un contexto de descrédito y/o de desinterés por la prensa, no es menos prensa lo que necesitamos (como piensan quienes creen que las redes sociales serían una mejor manera de informarse), sino más y mejores diarios, radios y canales de televisión. Quien preste atención a estos fenómenos habrá comprobado que el empobrecimiento del nivel de la prensa conduce inevitablemente a una reducción de la calidad de la democracia del país en el que esa prensa se lee (lo que explica al menos parcialmente el triunfo de Trump), así que a la prensa le cabe, le guste o no, el papel de salvar a la democracia tal como la conocemos.
—¿Cómo es tu experiencia de trabajar en esos diarios? ¿Qué diferencias puede hacer con los de estas latitudes?
—Mis experiencias en la prensa europea son positivas, pero no muy distintas a las que hice en otros lugares, por ejemplo en Argentina. Es evidente que la prensa europea dispone de más recursos; pero esos recursos no suponen una mayor cantidad de talento en sus páginas o una mayor capacidad de resistencia a las presiones económicas y políticas que los diarios sufren desde siempre. La relación entre los lectores y los diarios no son muy distintas, tampoco, y los periódicos europeos tienen que decidir, igual que los argentinos, si desean decirles a sus lectores lo que éstos quieren leer o si les cuentan la verdad. Ahí está uno de los principales desafíos de la prensa en este momento.
—La literatura europea actual, ¿es una literatura de inmigrantes en cuanto a sus contenidos, protagonistas, hacedores? ¿Hay también en ese territorio una tensión entre los nacionalismos y los extranjeros?
—Aquí hay que distinguir entre los países que contribuyen a esa literatura y sus historias con la inmigración, que son muy distintas. Gran Bretaña, Alemania y Francia son países que presentan una historia más larga de inmigración y, por consiguiente, tienen una literatura cuyo principal impulso proviene de escritores de otras procedencias; por el contrario, España e Italia están impermeabilizadas, y su literatura es, en mayor o menor medida, lo que siempre ha sido: masculina, blanca, de clase media alta, nacionalista y algo provinciana.
—¿Cuáles son las inquietudes de tu literatura?
—Me parece que la crítica y los lectores pueden decirlo mucho mejor que yo; eso sí, si tuviese que resumir mis intenciones diría, al menos de forma provisoria, que mi trabajo consiste en dar cuenta de algunas ideas contrahegemónicas en ámbitos hegemónicos. En ese sentido, no hay grandes diferencias entre mi trabajo como escritor y el que llevo a cabo en la prensa: en ambos, se trata de pensar y de producir a contracorriente, con el convencimiento de que no se renuncia a llevar a cabo una acción política cuando se realiza una acción estética, se informa o se reflexiona, sino que, por el contrario, todas estas cosas tienen una naturaleza política que excede la de los discursos, las inauguraciones y las acciones de gobierno.