Un día decidimos encarar un viaje en familia. Un destino interesante, cercano (teníamos pocos días) y atractivo para los tres. A Alfon no le gustaba la playa ni el shopping, a Defi le encantaba la playa y el shopping y yo, como madre, me adaptaba. Mágicamente surgió el Machu Pichu, y todos coincidimos al instante y comenzamos a delinear a Perú como nuestro próximo destino.
Llegamos a Lima y de allí directamente a Cuzco en avión. Cumplimos estrictamente el protocolo de tomar un Té de Coca en el hotel y acostarnos dos hs, eso nos auguraba una estadía sin problemas de mareos, ni falta de oxígeno, pues la altura se siente apenas pisamos tierra: 3360 metros.
Así comenzó nuestra aventura; solo habíamos contratado hotel, excursión de dos días con tren y guía en el Machu Pichu. Cusco corría por nuestra cuenta, nuestro instinto y ganas, y sí que te dan ganas de recorrer, sentarte a mirar, simplemente observar los colores de la cordillera, de la ropa de los Coyas, con sus mantillas, sus bolsas portando sus bebés, sus sombreros, sus ponchitos, formando parte del paisaje y del folklore que gira en torno a la Plaza de Armas, uno de los principales atractivos de la ciudad adonde confluyen sus callecitas adoquinadas que pareciera esconden secretos a punto de develarse.
Cusco fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1972 y Patrimonio de la Humanidad en 1983 por la Unesco y suele ser denominada, debido a la gran cantidad de monumentos que posee, la “Roma de América”, pintoresca y atrapante.
En la mañana muy temprano partimos con destino final a Aguas Calientes, que es el pueblo casi antesala del Machu Pichu. Cuatro horas entre micro y tren es el tiempo que nos demandó llegar. Tiempo precioso que se disfruta desde el minuto uno, ya que el paisaje andino, con su dinámica, su flora, su fauna, los peregrinos que deciden hacer el Camino del Inca a pie, son fotos instantáneas que se disparan solas. Tema aparte es el viaje en el tren, una aventura ampliamente recomendable, te envuelve durante todo el trayecto de la mistica de la “montaña vieja” tal cual la traducción de Machu Pichu, declarada una de las 7 maravillas del Mundo.
Un día y medio alcanza para conocer el Valle Sagrado, comenzando por su base: Aguas Calientes, con su caudaloso río marrón - el Urubamba -, que impresiona por su fuerza y ferocidad. Subir al Machu Pichu y dejarse llenar por su energía mágica es casi el objetivo del viaje. El día que fuimos estaba nublado, es muy común el clima cambiante, y de repente se va corriendo un telón invisible, y todas las ruinas afloran cual bellas protagonistas de la obra principal.
Es imposible captar con una cámara lo que ven tus ojos, pues al Machu Pichu se lo disfruta con todos los sentidos: se respira, se siente, se mira se palpa, y fundamentalmente ¡se vibra!
Terminamos el viaje con un día en Lima, y de allí directo a Rosario, volvimos con el equipaje lleno de una experiencia inolvidable de cinco días plenos que disfrutamos en familia.