"Yo siento que no me conoce nadie", dijo Leila Guerriero, la periodista, autora de crónicas memorables y libros en los que su pasión por escribir teje tramas precisas pero también jugadas en su forma de mirar. Estuvo en Rosario invitada por el ciclo Pensamiento Contemporáneo (ver pág. 12) para una entrevista pública que otro periodista, Cristian Alarcón, le hizo en el foyer del teatro El Círculo. Un auditorio colmado siguió de cerca cada pregunta y respuesta, escuchó una conversación, algo clásico pero que no abunda.
Leila Guerriero sorprendió en 2005 cuando publicó su primer libro, Los suicidas del fin del mundo, una crónica donde desmenuzó la vida cotidiana de un pueblo patagónico, Las Heras, donde a fines de los 90 se no cesaban suicidios de jóvenes. Por entonces, la periodista trabajaba en la redacción de la revista La Nación y fue por una gacetilla de una ONG que se enteró de los suicidios. Viajó varias veces, muchas, pagó los viajes, agotó sus días de vacaciones y logró un relato que conmueve pero que, además, muestra un trabajo periodístico difícil de mensurar. Después llegaron los premios, el reconocimiento, más crónicas, perfiles y su trabajo también como editora.
"Y no se la cree", dirían en la calle, y por eso no cesa en su deseo de escribir y descubrir nuevos personajes, nuevos relatos. Cuando encara un nuevo proyecto vuelve a sentir el mismo pánico y también esa pulsión que invita a preguntar, a mirar pero fundamentalmente a darle lugar a la escritura. En diálogo con La Capital, la periodista repasó su carrera y analizó el estado actual de un oficio que, en su opinión, "de ninguna manera se está terminando".
—¿Qué rescatás del momento en que encaraste "Los suicidas del fin del mundo"?
—Ese trabajo inauguró como una suerte de confianza en lo que hago, como una especie de coraje donde puedo sentir que lo que hago se defiende solo. Pasó mucho desde entonces a ahora, pero también tengo siempre la sensación que tenía con ese libro, que es que cada vez que voy a un lugar me digo: "¡Qué cuernos! ¿Por qué estoy acá? ¿Qué voy a hacer? No me va a salir". Esa sensación siempre se renueva con la escritura. Y también siento que todo recién empieza, por suerte.
—Vos trabajabas como periodista cuando hiciste ese libro. ¿Viste la posibilidad del libro enseguida?
—Trabajaba en la redacción de la revista La Nación. Invertí mi tiempo y dinero. En ese momento yo pensaba que estaba haciendo un artículo y un día me encontré con un amigo muy querido, Elvio Gandolfo. Nadie sabía del libro, como nunca nadie sabe lo que estoy haciendo. Y viste cuando llevás mucho tiempo investigando, cuando llegás a ese punto donde ya está... bueno, le conté lo que estaba haciendo, me miró y dijo: "¿Qué vas a hacer con eso?". Le dije: "Y... un artículo" y me respondió: "Leila querida, Truman Capote con mucho menos hizo A sangre fría". Y fue ahí como que me cayó la ficha. Yo nunca había pensado que podía escribir un libro. Mirado a la distancia puedo decir que yo nunca me había pensado como posible autora de un libro. Y después no tenés idea lo que me costó encontrar editor para el libro. Llegaba a las editoriales y me decían. "¿Un libro de suicidas? ¿Quién va a comprar eso?". Al final fue Mariano Roca, de Tusquets, quien dijo que quería publicarlo.
— Cuando salió tu primer libro, recién asomaba la crónica como un lugar que interesaba. ¿Hoy qué lugar ocupa el periodismo narrativo, el cruce entre escritura y periodismo?
—Desde entonces a ahora hay como más espacio en las editoriales. Las revistas papel que publican crónicas son más o menos las mismas de entonces. Es verdad que hay más lugares en la web. A mí lo que me parece es que el periodismo narrativo, la crónica, nunca va a ser un género masivo. No lo era entonces e incluso no lo fue después cuando "se puso de moda", así, entre comillas. Me parece que tampoco se le puede cargar el San Benito de que sea la salvadora del periodismo actual. Hay cuestiones que sí suceden con el periodismo de noticias que de pronto a la crónica la rozan de una manera más lateral. En definitiva, no creo que esté ejerciendo un oficio que se esté terminando, para nada. Yo sigo creyendo en que uno tiene que hacer lo que siente que tiene que hacer. Espero que la gente no deje de leer crónicas. Todo indicaría que no. El lector que se sienta a leer una crónica es una persona que lee mucho, no hay muchos pero nunca hubo muchos.
—Historias para contar siempre hay y la necesidad de miradas diversas también.
—Dos por tres se dictamina o decreta el final de la novela, el final del rock. Es verdad que hay cosas que terminaron. Hace poco fui a ver a Marta Argerich y vos escuchas Bach, Vivaldi y sí... ya nadie compone como ellos. Hay algunos ciclos que se terminan, pero no se termina el género, esa música continúa, sigue habiendo una música refinada, no es la del siglo XVII pero sigue habiendo una música que ocupa ese espacio. Me parece que con las lecturas, las ficciones y las no ficciones de calidad pasa más o menos lo mismo. La necesidad de leer buenas historias, la pulsión de escribir buenas historias no creo que no estén. Puede haber una crisis editorial o una crisis de los medios, pero no hay una crisis de los que quieren contar historias. Los formatos cambian, pero contar la historia es siempre contar la historia. Y si no la contás bien, no te van a leer.
—¿Seguís con el mismo nivel de obsesión cuando encarás un proyecto?
—Sí, sí (risas), el año pasado estuve de abril a diciembre entrevistando a una persona que será el próximo libro, un perfil. Creo que estoy más obsesiva, porque es como que a medida que pasa el tiempo una es más consciente de que trabaja con una materia prima muy vulnerable, que es la gente, en cualquier sentido, la gente buena o la gente mala. Cualquier cosa que vos escribís puede, para ponernos extremos, lastimar a una persona o acabar con su prestigio. Cuando sos más joven sos más inconsciente. Yo releo notas mías y me hacía la canchera. Ahora cuando las leo veo cosas que no me caen bien. En una conversación una persona te puede deslizar algo complicado, entonces volvés sobre eso en otra conversación y después vas y lo cotejás con alguien más, esa obsesión... no sé si es una obsesión, es más una responsabilidad. Y naturalmente la obsesión va de la mano de eso.
—Esa obsesión es como un antídoto ante la posibilidad de no lograr lo que una va a buscar...
—Sí, eso siempre y el pánico a no lograrlo, a que el entrevistado te diga que no o que iba todo bien y de repente hiciste la pregunta equivocada y te cerró la persiana durante meses.
—¿Pero esa pregunta la tenés siempre en tu cabeza?
—Sí, y la tenés que hacer. Yo trato de apartarla hasta que no llegue el momento. Es complicado.
Pero bueno, se puede lograr, porque sino la gente levanta un paredón a modo de defensa y no lo sacás de ahí.
—¿Te es más fácil armar un perfil desde que tenés más prestigio?
—Bueno, me dicen que no como a cualquiera, a veces me pasa que le puedo llegar a una persona más esquiva porque uno va conociendo más gente. La vez pasada me llamó la atención que un músico me llamó a mi teléfono, yo lo estaba buscando, me negaron la entrevista y me llamó como muy indignado por ese no que me dieron primero. Me dijo: "Yo conozco todo lo que vos venís haciendo, sé perfectamente quién sos". Y yo me quedé anonadada porque para mí es una especie de prócer pero no es lo que me pasa más a menudo. No es que yo levanto el teléfono y listo, consigo lo que quiero. No. Y me parece de lo más normal que así sea. Yo siento que a mí no me conoce nadie, de verdad. No salgo a comprar las verduras por el barrio toda montada ni es que no me dejen caminar por la calle (risas).