Una esquina, Moreno y Córdoba, y en su ochava sudoeste, una casa que fue pensada como residencia familiar, luego pasó por diversos usos burocráticos y fue un bar. Esa casa fue sede del poder militar en Rosario y la región durante la última dictadura, allí asentó su base burocrática y operativa el Comando del II Cuerpo de Ejército a lo largo de más de 25 años. Ese espacio fue parte de un plan represivo que persiguió, detuvo, torturó y asesinó a ciudadanos. Desde 2010 es sede del Museo de la Memoria. Esa casa habla, dice, pone en evidencia aquel plan, sus dichos y silencios. Es como un grito mudo. El miércoles pasado el museo renovó su muestra permanente y abrió una temporaria que expone, hace público, un archivo del Ejército. Otros hechos: sin novedad, ofrece un conjunto de dispositivos que exhiben el accionar burocrático, oficial y formal de una fuerza mientras los grupos represores ejecutaban su plan. Propone una mirada sobre esa casa, el Ejército en la ciudad y la relación con la sociedad civil.
En el primer piso del museo, la muestra aparece como mínima. El lema "menos es más" parece aplicar en el espacio dispuesto para dar cuenta de un archivo que llegó al museo hace unos años. El material es una copia del original que está en manos del Ejército. Pero esa categoría, que puede ser tomada como un disvalor, es justamente valorada en otros términos. El archivo, copia del original, donde se detallan las actividades formales que desarrollaba el Comando del II Cuerpo está a disposición para quien lo quiera consultar, en el centro documental del museo. Ahora fragmentos de ese universo son parte de la muestra. Y al ser una copia, el archivo puede ser reproducido, utilizado, manipulado. Por eso los que visitan la exposición se encuentran con materiales que pueden tocar, nada es impoluto, ni secreto. Incluso, en un sector de la exhibición los visitantes pueden arrancar una hoja para llevársela.
El contenido de lo expuesto aparece como burocrático. Son los denominados libros históricos, donde se registraba la actividad oficial que se llevaba adelante desde el Comando. Listas con nombres de empleados y militares con sus cargos, acciones llevadas adelante por el Ejército en el denominado Plan de Acción Cívica (PAC), expedientes que poco dicen de lo que ocurría en realidad, pero que evidencian, justamente, lo único que interesaba registrar: celebraciones patrias y religiosas, visitas presidenciales.
Sobre ese material, sobre el archivo en general, se publicó recientemente un libro, Territorio ocupado, bajo la dirección de Gabriela Águila. Y ahora se inauguró la muestra, con curaduría de Clarisa Appendino. Ambos universos están conectados.
En la exhibición hay copias de los expedientes, fotos, videos y una intervención particular sobre el espacio donde está montada la muestra, la planta alta de esa casa de Moreno y Córdoba.
Quién dice
"Todo, o casi todo, parece dirimirse entre decir o callar, entre memoria u olvido. Durante mucho tiempo quienes fueron los perpetradores del Terrorismo de Estado, y ocupantes de esta casa bajo la denominación de Comando del II Cuerpo de Ejército, callaron. Sin embargo, no hace mucho, los escuchamos hablar. No confesar: hablar. Y cuando hablaron no sólo se corrieron—forzadamente— del silencio —aunque siguen silenciando—, sino que, fundamentalmente, reinstalaron otra memoria. Entonces la primera afirmación se invalida: no hay lucha entre memoria y olvido, sino «una lucha entre diversas memorias en conflicto». La tensión no se presenta finalmente entre decir y callar, sino en quién habla, o mejor, qué habla", señala el texto curatorial. Y "esa otra memoria se enuncia aquí no por alguien, sino por algo: un archivo".
Appendino fue convocada por el museo para pensar una muestra sobre ese archivo. En lo personal, fue todo un desafío. Formada en arte, trabaja como curadora e investigadora, y debía pensar un guión de exhibición sobre un archivo histórico. Nacida en 1988, sintió que además era parte de una generación que no vivió la dictadura. Pero justamente ese supuesto disvalor es en el que se apoyó para pensar la muestra, dar a conocer, mostrar, exhibir algo que puede no conocerse.
Apenas se ingresa al primer piso, un panel muestra algunos documentos, un libro histórico con los típicos registros burocráticos. Un poco más allá un video con fotos fijas interroga sobre la memoria. ¿Quiénes son?, ¿dónde y cuándo ocurrió?, preguntas básicas que arrojan las imágenes mientras se puede ver a los por entonces presidentes y dictadores Jorge Videla, Roberto Viola y Leopoldo Galtieri, el gobernador o intendente de ocasión en actos en Rosario. En la Bolsa de Comercio, en una iglesia, caminando por la calle. Y en la casa de Moreno y Córdoba.
Las fotos son parte de otro archivo, pertenecían al diario La Tribuna, y están en resguardo en el Museo Marc. "Eran fotos que ellos enviaban a la prensa, ellos tenían el control de la imagen", advierte la curadora.
La proyección de esas fotos opera como en un sinfín, un efecto buscado. Emulan la misma repetición que los militares buscaban. Todo igual, sin alteraciones. "El rostro de Videla aparecía en la prensa siempre igual. El mismo rostro, siempre igual, pero en distintas escenas".
En otro sector de la muestra, unos paneles intentan mostrar la relación del Comando con la sociedad civil. Así, aparecen registros del denominado Plan de Acción Cívica. Como una contabilidad forzada, se ven documentos donde se explicitan montos y recursos destinados a donaciones, campañas de vacunación. El archivo que hace como si.
Pero entre esas dos escenas, la de la burocracia que intenta que todo se aplane y el autorrelato de la asistencia a la comunidad, hay un espacio que irrumpe con un halo escénico y trata de dar cuenta de los "consejos de guerra" a los que se sometía a los detenidos. Sí, consejos de guerra a civiles, así lo nombran los expedientes.
El tono de la muestra no es testimonial, sino más bien referencial. Nada de lo que se muestra busca el impacto directo. Hay, en todo caso, incomodidad. Es como algo sutil, salvo ese espacio.
Esa intervención está montada sobre lo que era un hueco. Cuando esa casa, la de Moreno y Córdoba, fue un bar el hueco creaba como una doble altura (relacionaba la planta baja con el primer piso). Ahora hace de escenario referencial. Cuatro auriculares cuelgan del techo para ofrecer audios de ex presos y sobre una mesa semicircular, una suerte de reproducción de un mueble aludido en los testimonios, se exhiben expedientes acusatorios a detenidos. Y un voluminoso documento, de unas 700 páginas, que es el legajo de Galtieri que fue jefe del Comando, entre 1976 y 1979, y luego presidió el país en la continuidad de la dictadura e impulsó la guerra de Malvinas.
La muestra cierra con entrevistas realizadas en video a militantes de derechos humanos que dan cuenta de la historia de esa casa durante la dictadura y cómo logró ser sede del museo.
"Hay como una decisión de no poner tantas cosas, para no abrumar", cuenta Appendino. La idea fue "marcar como sin certeza, más bien como un dispositivo casi escenográfico, porque hay cosas que uno se tiene que imaginar, porque a lo mejor esta pequeña muestra es lo que permite reconstruir algo", como una puesta en acto de la memoria y "entendiéndola más como una posibilidad que como una realidad absoluta".
Entre los documentos disponibles, una hoja llama la atención. En los libros históricos del archivo, esos del registros burocráticos, aparece el apartado "Otros hechos" y en reiteradas oportunidades la respuesta ante tal cuestión son tan sólo dos palabras: "Sin novedad". El silencio como novedad hoy puede hablarse a través de la memoria.