Una vez más, el 20 de junio, la fecha patria más importante de la ciudad, un presidente no quiso escuchar. Prefirió alejarse de las críticas, mantenerlas aisladas y protagonizar un encuentro a medida.
Una vez más, el 20 de junio, la fecha patria más importante de la ciudad, un presidente no quiso escuchar. Prefirió alejarse de las críticas, mantenerlas aisladas y protagonizar un encuentro a medida.
Así, la ciudadanía quedó imposibilitada de asistir libremente, con la cercanía del caso, al acto patrio más sentido y de mayor sensibilidad de Rosario.
Tanto Mauricio Macri como antes Cristina Fernández optaron por lo más fácil: organizar una actividad a su manera, la más conveniente, que pudiera encajar en su estilo dejando de lado a las mayorías. A la población aislada de intereses particulares. Como en otras ocasiones, el de ayer fue un acto sólo para algunos: para militantes obsecuentes o privado, para un mínimo grupo de autoridades y selectos invitados.
Con la ciudadanía afuera, la construcción democrática puede resultar difícil de comprender y, peor aún, de explicar. El sentido de libertad y de soberanía, implícitos en la bandera, volvieron a convertirse ayer en meras declamaciones. Fueron valores ficticios, tanto como los actos donde no se quiere escuchar.