"Detrás de cada puerta hay una historia", dice Edgardo De la Horra, uno de los socios del Motel Ideal mientras recorre la extensa galería a la que se abren las habitaciones del sector más antiguo del edificio. Un extenso pasillo, con columnas doradas, coronado por un lucernario, que en los días más bravos de Pichincha se llenaba de hombres atraídos por la belleza de las prostitutas del burdel de Madame Safó. Cuando el barrio recién asomaba al siglo XX y el alojamiento de Pichincha 68 bis era "El Paraíso".
De la Horra administra el Motel Ideal desde hace más de 20 años. Se hizo cargo de sacarlo a flote cuando se decidió recuperar el edificio histórico, se construyó el sector de ingreso con automóviles y se remodelaron todas las habitaciones. Y le toca también conducir el negocio ahora, cuando los clientes empiezan a volver de a poco, después de largos meses encerrados por la pandemia.
En el medio, destaca, hubo todo un cambio de costumbres en relación a esos lugares que garantizaban intimidad a parejas jóvenes o de trampa. "Ahora nuestros clientes nos piden que les preparemos habitaciones para celebrar su aniversario", afirma. Lo que no cambiaron fueron los costos de mantener el alojamiento abierto las 24 horas, de jueves a domingo.
En ese contexto llegó la decisión más difícil. La sociedad definió la venta del motel y De la Horra se quedará al frente del negocio hasta que aparezca un nuevo dueño. "Si pudiera elegir no venderíamos el Safó, lo mantendríamos otros cien años", afirma y cuestiona la falta de políticas patrimoniales que contemplen beneficios para los propietarios de los inmuebles, como la reducción de tasas e impuestos, por ejemplo.
"Tenemos un edificio que es patrimonio histórico de la ciudad, pero la ciudad no nos da ninguna ayuda para mantenerlo. Pagamos unos impuestos terribles en un edificio que es de valor para todos y no podemos seguir haciéndolo", lamenta.
La noticia sobre la venta del edificio donde se construyó la leyenda finisecular de Pichincha, corrió rápido entre vecinos, proteccionistas y estudiosos de la historia local. El prostíbulo de Madame Safó es uno de los tres burdeles que aún se conservan en el barrio. El resto cayó en desgracia después de que en 1930 se derogaran las leyes que hacían de la prostitución un negocio lícito.
Según señala Rafael Ielpi _quien junto a Héctor Zinni escribió “Prostitución y rufianismo (1974)”, una de las primeras indagaciones sobre ese costado del pasado rosarino_ en el barrio “llegamos a identificar 20 burdeles habilitados con nombres y direcciones, otros hablan de 50 o 60. Mi impresión es que entre los que funcionaban en forma legal y otros que lo hacían en forma clandestina, puede haber habido una treintena de lugares”.
El de Pichincha 68 bis era, lejos, el más lujoso. Se construyó, allá por 1914, a imagen y semejanza de un prostíbulo francés. La casona de Madame Safó era la que cobraba entradas más caras, la que ofrecía mujeres más bellas y la que tenía mejores habitaciones, con calefacción y baño privado. También el que mantenía mejores relaciones con las fuerzas del orden.
La habitación de la regenta
Los administradores del motel mantienen con cuidadoso celo el antiguo ingreso del burdel, con sus altas puertas de roble, los pisos calcáreos y tres enormes vitraux. También la galería, coronada por un lucernario, por la que se accede a una decena de habitaciones. Como un secreto mejor guardado está también la pieza de la madame, a donde los jóvenes podían acercarse para elegir a las mujeres.
La habitación de la regenta fue el último de los sectores que se empezó a restaurar. El techo termina con una bóveda que todavía conserva parte de su revestimiento, un gobelino de color azul oscuro y surcado por estrellas que imitaba al cielo. Los dibujos de ebanistería de las maderas que recubren las paredes y varios espejos enormes con marco dorado completan el cuadro. Aunque el trabajo aún no está terminado, cualquiera está habilitado a sentirse en uno de los relatos de Las Mil y Una Noches.
Cuando De la Horra entró por primera vez, el lugar tenía muy poco de todo aquel encanto. El lucernario estaba tapado por un toldo, los vitraux estaban rotos, quedaban muy pocos muebles y casi ninguna de las obras de arte que decoraban el lugar. "Eran muchos años de historia que fueron pasando de mano en mano. Mientras estabamos trabajando estabamos demoliendo una parte para hacer las cocheras y fue como resucitar un muerto", recuerda.
Al Madame Safó, como todos lo llaman en el barrio, le colgaron entonces una placa que lo identifica como edificio de valor patrimonial y se incorporó al circuito turístico de la ciudad. Fue visitado por vecinos nostálgicos, por funcionarios relacionadas a la cultura, historiadores, artistas, estudiantes de arquitectura y periodistas. Fue escenario de documentales y de películas de ficción. Y también un lugar de referencia para las reuniones de vecinos, algunas de las asambleas de vecinos del 2001 se desarrollaron en el antiguo hall del burdel.
"Nunca le dijimos que no a nadie. Siempre los esperamos con las puertas abiertas", destaca su dueño.
Entre el presente y la esencia del lugar
De la Horra está al frente del Ideal desde hace más de 20 años. "A nosotros nos tocó levantar el negocio y proteger la esencia del lugar y tratamos de hacer las dos cosas en conjunto", señala. El motel es el resultado de ese espíritu: en los sectores comunes se respira el espíritu del antiguo burdel, las habitaciones tienen wifi y aire acondicionado. Son todas diferentes y hasta los clientes pueden elegir cómo prepararlas cuando, por ejemplo, se quiere celebrar un reencuentro o un aniversario.
En el sector que corresponde a la casona antigua, la número diez es la más pedida. Tiene una cama redonda cubierta de terciopelo roja. En el sector ganado a la demolición de una construcción lindera, a donde se ingresa con automóvil, la dieciseis sorprende con un gran yacuzzi en la planta baja, mientras que la cama se ubica en un entrepiso.
Antes de la pandemia, el negocio facturaba entre 60 y 70 turnos por día. Quedaban muy lejos aquellas noches de los 90 cuando los autos esperaban haciendo cola afuera y los turnos se acortaban a una hora y media. Y más aún esos días de los 60 cuando la renovación de clientes era tan grande que las mucamas no terminaban de armar las camas y a las parejas les entregaban las sábanas en la mano.
"Hoy la sociedad ya no reditúa lo que redituaba antes, los costos de mantenimiento son muy altos y cuesta mucho mantener la propiedad y tener todo en regla", se lamenta De la Horra.
Hasta que llegue un comprador con una propuesta intersante, el Ideal seguirá abierto.